Y ¡Nos abrió su corazón!

Motivación

Han pasado muchos siglos desde que un grupo de gentes de Galilea se sintieron fascinadas por Jesús y comenzaron a seguirle. Hoy, Jesús nos sigue sorprendiendo, sólo que a escala más universal. Nos encontramos con él en las encrucijadas de los caminos; vemos cómo gentes tan diferentes, como pueden ser presos o monjas de clausura, jóvenes voluntarios o jubilados con tiempo sin tasa para los demás, experimentan su amor sin fronteras. Si pensamos que el cristianismo, por los años, debiera ser a estas alturas una casa destartalada, nos sorprende la creatividad y belleza, el compromiso y la comunión que se sus-citan allí donde alguien vive la amistad con Jesús.

¿Qué tiene Jesús? ¿Qué esconde en su corazón? ¿De dónde sale tanta ternura, tanto amor? Ya no queremos sólo su pan y su ternura, queremos saber lo que llevaba en el corazón. «Ábrenos, Jesús, tu Corazón y muéstranos el misterio que te embellece, danos la oración de tu corazón: el Padrenuestro».

Parábola

«Un monje andariego halló, en uno de sus viajes, una piedra preciosa, y la guardó en su talega. Un día se encontró con un viajero y, al abrir su talego para compartir con él sus provisiones, el viajero vio la joya y se la pidió. El monje se la dio sin más. El viajero le dio las gracias y marchó lleno de gozo con aquel regalo inesperado de la piedra preciosa que bastaría para darle riqueza y seguridad todo el resto de sus días. Sin embargo, pocos días después volvió en busca del monje mendicante, lo encontró, le devolvió la joya y le suplicó: Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta joya, valiosa como es. Dame, por favor, lo que te permitió dármela a mí» (A. de Mello).

Oración

«Padre nuestro». Hoy queremos llamarte desde el corazón nuevo que nos ha regalado el Corazón de tu Hijo. Nos dirigimos a Ti desde nuestra nueva condición de hijos y de hermanos. Estamos contentos y agradecidos porque nos quieres tanto. Te llamamos ¡Abbá! con la sencillez y confianza de un niño pequeño. Te llamamos como nos ha enseñado Jesús y nos sugiere en el interior el Espíritu. Estamos en tus manos. Nuestro corazón acoge el regalo de tu amor. (Después de cada reflexión podemos hacer un momento de silencio, acompañado de alguna petición espontánea)

«Santificado sea tu nombre». Tu nombre, nuestros nombres, los nombres. ¿Qué importancia! Tu nombre es tu manifestación gloriosa. Tu nombre es grande en cada pequeñita cosa que encontramos en el camino. Te alabamos por todo ello, Padre. Te glorificamos por la belleza tan grande que has dejado en el corazón del hombre; Tú lo has hecho con tus manos, por eso es tu gloria. Tu santidad es el aroma que llena de buen olor nuestras vidas. Hoy te santificamos poniendo nuestra voz al ser-vicio de tu alabanza, haciendo entrega de nuestra vida para que en ella se transparente el brillo de tu presencia.

«Venga a nosotros tu reino». Salimos de nosotros, de nuestro pequeño mundo, para desear que el Evangelio de salvación, que tu Hijo anunció con bondad y poder, llegue a todos, y a todos los inunde de alegría. De esto tenemos hambre y sed. Que la salvación sea como una semilla que va creciendo y llenando con su presencia todos los rincones de la vida: las zonas heridas del seno de la tierra.

«Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». ¿Qué es lo que Tú quieres, Padre? Tú deseas que se haga realidad ese proyecto bonito de filiación y fraternidad que tienes para el mundo. Y ‘estamos seguros de que Tú, que has comenzado en nosotros una obra tan buena, la llevarás a feliz término para el día en que Cristo Jesús se manifieste’.

«Danos hoy nuestro pan de cada día». Tú, Padre, nos has hecho siervos de tu reino, nos has elegido para santificar tu nombre y nos has invitado a sentarnos a la mesa de tu voluntad, pero nosotros somos débiles. Por eso, te pedimos el pan del ánimo, de la confianza, de la fortaleza, de la alegría, de la paz, para vivir todo momento contigo. Danos tu ternura para que ten-gamos gestos de sencillez y verdad para cuantos nos rodean. Danos el pecho de tu Hijo, traspasado por el amor, para que podamos amar siempre.

«Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Sí, sabemos que somos pecadores. Aceptamos nuestra debilidad puesta de manifiesto tantas veces. Y desde ahí, te pedimos un perdón gratuito, como sólo Tú sabes dar. Nuestro único mérito es tu amor y tu bondad. Ayúdanos para tener capacidad y facilidad de perdonar a los hermanos. Enséñanos a minimizar afrentas y agravios y a no manosearlo todo con el comentario barato.

«No nos dejes caer en la tentación». Estamos en ti, lo sabemos. Tú, con una gratuidad que tantas veces nos desconcierta, nos amas y nos haces siervos tuyos por amor. Pero, Tú, Padre, sabes que somos débiles. No nos dejes entrar en la tentación. No en una tentación cualquiera, sino en ésa que consiste en que alguien nos robe del alma lo más sagrado: tu presencia. Que nada ni nadie nos arrebate tu amor del corazón.

«Y líbranos del mal. Amén». Líbranos del Malo, de lo malo por antonomasia. Sabemos que Tú estás con nosotros y que eres fiel. Tú eres nuestra fortaleza. Por eso, con la seguridad de un niño en brazos de su madre, nos ponemos en tu regazo. Sé Tú nuestro amén, nuestra seguridad. Que el Corazón de tu Hijo Jesús sea nuestro amén. Que María sea nuestro amén.

Compromiso

Jesús nos abrió su Corazón y nos dio lo que llevaba dentro: la oración del Padrenuestro. Ahora somos nosotros, sus amigos, los que tenemos que abrir cada día la vida para mostrar al Padre.

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