Mirar al crucificado

¿Por qué?: grita Jesús en la Cruz.

¿Por qué?: gritan tantos seres humanos en algún momento de su vida.

¿Por qué?: gritan los que sufren en su carne el cáncer o cualquier enfermedad.

¿Por qué?: gritan los que experimentan un día y otro la tremenda soledad de no ser amados.

¿Por qué?: gritan los que son borrados del vientre de sus madres sin que puedan ver nunca la luz.

¿Por qué?: gritan sin parar los más pobres de la tierra, los perseguidos por su fe, los más injustamente tratados…

Todos los porqués adquieren hoy profundidad y dramatismo en el porqué de Jesús, porque lo dice el más inocente, el que tiene el corazón más limpio, el que nos ama hasta el extremo.

Muchas veces no entendemos los porqués y nos quedamos en silencio, sin palabras. Pero lo que sí entendemos es el amor que se asoma en ellos. El amor parece débil y a punto de ser vencido, pero es tan fuerte que ni las aguas caudalosas lo pueden apagar ni anegarlo los ríos.

Ayer, Jueves Santo, decíamos que si queremos amarnos tenemos que sentarnos a la mesa con Jesús para comer el pan que da vida. Hoy, Viernes Santo, decimos que si queremos saber lo que es la vida y no andar engañados, si queremos descubrir el amor verdadero, tenemos que mirar la Cruz y estar cerca de los crucificados. Una iglesia que no es samaritana de todas las cruces que están en los caminos, está muy lejos de Jesús.

A veces miramos la humanidad y la vemos como un inmenso desierto, por la falta de amor y de entrega, por la falta de solidaridad. Pero si miramos la Cruz de Jesús y a todos los crucificados nos viene la esperanza, porque Dios abraza al Crucificado y a todos los crucificados. Y porque hay muchas personas, más de lo que nos parece, que abrazan a los crucificados. En el abrazo mutuo se dan vida. El que ayuda recibe vida del que es ayudado. El que es ayudado recibe vida del que ayuda. Tendríamos que mirar de otra forma nuestras casas, nuestras calles, nuestros parques, nuestros hospitales, nuestras Caritas para descubrir que el mundo está sembrado de semillas de esperanza.

Al mirar la Cruz de Jesús descubrimos que Él siempre está cerca de los que peor lo pasan en nuestro mundo. ¡Ojalá que cuando llevemos la cruz sintamos su mano amiga sobre nuestro hombro!

Al mirar la Cruz de Jesús descubrimos la fuerza del mal, que a menudo parece tener la última palabra, pero descubrimos también que la última palabra no la tienen el mal ni la muerte, sino que la tiene la vida y el amor.

Al mirar la Cruz de Jesús descubrimos la hondura de nuestro pecado y lo que ha costado que pasemos de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios. La Iglesia no se avergüenza de mirar la Cruz, de arrodillarse ante la Cruz, de besar la Cruz, de adorar la Cruz, porque ahí descubre la vida verdadera.

«Miramos a este Señor nuestro crucificado por quien nos vienen todos los bienes» (Santa Teresa)

Y como María, nos ponemos a los pies de Jesús para recoger su amor, para que nada se pierda.

Getsemaní de CIPE. El Carmelo

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