Actitud:
Nos presentamos ante el Señor como niños, para dejarnos sorprender por su bondad y su ternura entrañables. No nos creemos sabios, ni pensamos que lo sabemos todo.
Queremos aprender a orar, desde todos, con todos y por todos.
Para orar, como para otras cosas importantes de la vida se necesitan ganas. Sólo la sed nos pone en camino hacia el manantial. Todos nos pueden ayudar en este camino. Aunque el verdadero maestro sigue siendo Jesús y su Espíritu que nos enseña en el silencio del corazón y los acontecimientos de la vida de cada día, en los hombres y mujeres de ayer y en los hermanos y hermanas que caminan codo con codo con nosotros haciendo iglesia.
Palabra
«Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar» (Lucas 11,1).
Comentario:
Jesús oró. Así nos lo dicen muchas veces los evangelistas. Aprovechaba los momentos de soledad de la noche o del amanecer para estar a solas con su Padre y conocer su voluntad. Y esto lo vieron sus amigos. Pero también vieron otras cosas, cómo acogía a los que están en la orilla de todo, cómo perdonaba, cómo levantaba a los que están caídos o cayéndose, con qué profundidad y libertad amaba liberando a los oprimidos. Y descubrieron que tenía que haber alguna relación entre la vida nueva que Jesús estrenaba cada día y la oración, que también debía ser nueva, distinta de todas las que ellos conocían.
Y un día se atrevieron a pedirle: Enséñanos a orar Todos se hicieron niños, discípulos, para pedirle: Enséñanos a orar. Querían vivir al estilo de Jesús, y para ello le dijeron: Enséñanos a orar.
Hoy también somos muchos los que queremos vivir como Jesús, por eso le decimos con los discípulos de todos los tiempos: Señor, enséñanos a orar. Danos esa intimidad que tienes con el Padre, esa relación con él que nos hará seguir de cerca tus pisadas. Sólo en un clima de confianza y apertura podrá fructificar esta enseñanza, porque todo intento de imponer sin amor es contrario al Evangelio de Jesús.
Relato:
«Un monje andariego se encontró, en uno de sus viajes, una piedra preciosa, y la guardó en su talega. Un día se encontró con un viajero y, al abrir su talega para compartir con él sus provisiones, el viajero vio la joya y se la pidió. El monje se la dio sin más. El viajero le dio las gracias y marchó lleno de gozo con aquel regalo inesperado de la piedra preciosa que bastaría para darle riqueza y seguridad todo el resto de sus días. Sin embargo, pocos días después volvió en busca del monje mendicante, lo encontró, le devolvió la joya y le suplicó: Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta joya, valiosa como es. Dame, por favor, lo que te permitió dármela a mí» (Tony de Mello).
Oración:
«Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a orar, a hablar con nuestro Padre Dios. Enséñanos a abrir la vida ante el Padre y a hablarte con limpio corazón. Enséñanos, no sólo a mi, sino a todos los hombres y mujeres. Ven, para que busquemos la verdad y vayamos por el mundo como artesanos de paz, como constructores de la nueva civilización del amor».
Compromiso:
Aprovechar todas las oportunidades que me brinda la Iglesia Diocesana para aprender a orar, y para animar a otros a que lo hagan.