Santificado sea tu nombre

Actitud:

Al acercarnos hoy al Señor recordamos nombres de personas que nos han transmitido la vida y nos ha comunicado con sus obras el rostro de Dios Damos gracias por nuestro propio nombre, por lo que significa, por las personas que nos han llamado y nos llaman por nuestro nombre.

Palabra:

«Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado»(Juan 17,6-8). «Que al nombre de Jesús toda rodilla se doble.. y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» (Filipenses 2, 10-11).

Comentario:

El nombre indica lo que es la persona. Es como lo que Dios nos ha revelado de sí mismo. El nombre de Dios es el Padre vuelto hacia nosotros para mostrarnos su amor. Esto es lo que nos va a revelar Jesús: el rostro del Padre como amor gratuito, donación de vida, que desborda nuestros intereses egoístas. Este Padre se hace presente cuando alguien lo recibe en libertad de diálogo amoroso.
El camino del Padre hacia nosotros se muestra de una forma bellísima en la creación.
«Yéndolos mirando, con sola su mirada, vestidos los dejó de hermosura» (Juan de la Cruz).
El nombre de Dios es santificado cuando somos capaces de cuidar y recrear la creación, sin caer en la tentación de marcar el territorio y despachar a los que no son de los nuestros.
«El hombre es la gloria de Dios»(S. Ireneo).
Dios ha comprometido su imagen en el ser humano. Cada vez que se reconoce la dignidad de la persona humana surge esplendorosa la epifanía de Dios. Cada vez que se pisotean los derechos de los semejantes a Dios, se profana, se oculta su nombre.
Cuando, en nombre de Dios, justificamos nuestros privilegios, cuando imponemos el poder sobre los más pequeños, cuando exigimos de los hombres actitudes de esclavos y no de hijos y de hermanos, cuando rechazamos a los que no piensan o sienten igual, entonces estamos profanando el nombre de Dios. Jesús es la plenitud de la manifestación del Padre. Es diáfana epifanía de su amor, resplandor de su gloria, imagen del corazón del Padre.
Por eso, su presencia se convierte en alegría para el mundo. Reconocer en Jesús está huella imborrable del Padre, ofrecer nuestra vida al Espíritu para que nos moldee como el alfarero al barro y haga de nosotros imágenes vivas de Jesús, amarle con el corazón y gritar su nombre a los cuatro vientos, eso sí que santifica el nombre de Dios y alegra su corazón.

Oración:

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, yo, fuera. Por fuera te buscaba y me lanzaba sobre el bien y la belleza creados por Ti. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo ni conmigo. Me retenían lejos las cosas. No te veía ni te sentía, ni te echaba de menos. Mostraste tu resplandor y pusiste en fuga mí ceguera. Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti. Gusté de ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me abraso en tu paz. (S. Agustín]

Compromiso:

El Padre ha querido que santificar su nombre pase por la vida del hombre, imagen y reflejo suyos. ¿Cómo tendré que vivir para que hoy se entienda mejor quién es Dios? Lucha por la dignidad de las personas que viven a tu lado y por la de aquellos que estén donde estén ven menos reconocida su dignidad.

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