Domingo 4º de Adviento -C-

– Tenemos delante un texto de particular ternura y entusiasmo religioso. En todo el relato se respira una atmósfera de alegría y de júbilo. – Lucas coloca ante nuestra mirada el rostro de numerosas personas. En ellas se encarna la fe y la esperanza de Israel. Ellas pueden ayudarnos a vivir con esperanza estos últimos días del Adviento. – El personaje más importante es María, ejemplo de la humildad y de la pobreza necesaria para captar el sentido profundo del evangelio. Con ella esperamos a Jesús. – El aroma del Espíritu Santo se percibe en todo el relato. El es el protagonista de todas las historias de salvación. Con él viene siempre la alegría y el encuentro con los demás. – Antes de acercarnos al texto preparamos nuestro interior para acogerlo como Palabra de Dios. Nos ponemos en presencia del Señor con una breve oración: Habla, Señor, que tu siervo escucha (1Sam 3,10).

<*> LEER EL TEXTO: LUCAS 1, 39-45

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» <*> ENTRAR EN EL TEXTO LA VISITA DE MARIAEl porqué de esta visita. Con una indicación temporal imprecisa,“en aquellos días”, frecuente en Lucas, comienza el relato de la visitación. María se pone en camino hacia un pueblo de la montaña, a casa de Isabel y Zacarías, porque la fe se le convierte en servicio solidario hacia su prima, pero también por la alegría y el deseo de comunicar la buena noticia a quien podía entenderla, y sobre todo para reconocer en su prima el signo de Dios que el ángel le había anunciado. El protagonismo de la mujer. Lucas destaca en su evangelio la presencia de la mujer. Aquí es evidente. Dos mujeres se encuentran, y en ellas se encuentra el pueblo de la antigua alianza (templo, sacerdocio, profetismo) con el nuevo pueblo de la nueva alianza (mujer del pueblo llano, laica, que trae en su seno al salvador). Dos mujeres son aliadas en la obra de Dios a favor de la salvación. Dos madres permiten que Juan y Jesús se encuentren en el comienzo de sus vidas. Un saludo estremecedor. María se hace saludo. No sabemos ni la forma ni las palabras exactas del mismo. Pero la que había sido saludada por el ángel con palabras de salvación saluda ahora con la misma salvación; la llena de gracia reparte gratuidad. E Isabel queda llena del Espíritu Santo, queda capacitada para comprender la señal que brota de su propio seno. Saltos de alegría. Con la visita de María se desata la alegría mesiánica, el gozo de la salvación se convierte en una danza. El salto de alegría de la criatura en el seno de Isabel nos recuerda los saltos de los hijos de Rebeca (Gn 25,22s), la danza de David ante el arca (2Sam 6,16), y los saltos mesiánicos de alegría entre los pobres al experimentar la salvación (Is 35,6; Sal 114,6).

¿Sentimos la necesidad de compartir la fe con alguien que nos entienda? ¿Cómo son nuestros saludos cristianos? ¿Reflejan nuestros rostros la alegría de la salvación?

LA RESPUESTA DE ISABELEl cántico de Isabel. Surge como consecuencia de la visita y el saludo de María. Lo canta a voz en grito. En muchos pasajes bíblicos el grito es una invitación para que todos vengan a ver las obras del Señor (1Cr 16,4-5; Sal 66,1; Is 40,9). Movida por el Espíritu Santo, que está presente en toda la escena, Isabel prorrumpe en un estallido de alabanzas por dos motivos: por ser María la madre del Señor y por ser la gran creyente. La bendición. Como hizo Débora, la profetisa, al cantar la gesta de Yael (Jue 5,24), o como hizo Ozías al aclamar el triunfo de Judit (Jdt 13,18), Isabel proclama una bendición por el fruto que se esconde en las entrañas de María. Bendice a María en cuanto que ésta ha sido bendecida y favorecida por Dios. Esta bendición constituye la segunda mitad de la oración cristiana del Ave María. La fe de Isabel. La expresa cuando dice humildemente: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” Este texto recuerda la expresión orante de David: “¿Cómo va a venir a mi casa el arca del Señor?” (2Sam 6,9). Lucas compara a María con el arca de la alianza. La fe de Isabel se manifiesta, sobre todo, cuando reconoce a María como la madre de mi Señor. En el judaísmo contemporáneo el prestigio de una mujer se medía por la relevancia de sus hijos; aquí, por tratarse de la madre del Señor. Jesús es el Señor. Es la primera vez que se designa así a Jesús en el evangelio de Lucas. El es el que salva y libera. El es el único en quien vale la pena creer, el que da sentido a la existencia. Su salvación no se realiza desde el poder ni desde el tener, ni tampoco desde la apariencia deslumbrante, sino desde la ternura de un niño en el seno de su madre, a quien Isabel, movida por el Espíritu, reconoce como salvador. La bienaventuranza. Dichosa la que ha creído, nuevo nombre que se le da a María. Después de celebrar a la madre se celebra a la creyente. Es la primera bienaventuranza que resuena en el evangelio de Lucas. La destinataria es María, cuya fe contrasta con la incredulidad de Zacarías. Lucas propone a su comunidad a María como ejemplo fiel del seguimiento de Jesús. La presenta como una creyente forjada por la Palabra de Dios. María es la mujer que ha sabido contemplar su vida con los ojos del corazón, con los ojos de Dios, y con ellos ha sabido detectar la presencia salvadora de Jesús. Dios es fiel cumplidor de su palabra. Así termina el canto de Isabel, que parece conocer el contenido de la promesa. La idea del cumplimiento es uno de los pilares fundamentales de la comprensión que Lucas tiene de la historia de la salvación.

¿Qué significa dejarnos guiar por el Espíritu? ¿Qué puesto ocupa María en nuestra vida?

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