La Misericordia del Pastorcico

EL PASTOR HERIDO

Un pastorcico solo está penado,
ajeno de placer y de contento
y en su pastora ha puesto el pensamiento,
el pecho, del amor, muy lastimado.

No llora por haberle amor llagado,
que no le pena verse así afligido
aunque en el corazón está herido,
más llora por pensar que está olvidado.

Que solo de pensar que está olvidado
de su bella pastora, con gran pena
se deja maltratar en tierra ajena,
el pecho del amor muy lastimado.

Y dice el pastorcico: ¡Ay, desdichado
de aquel que de mi amor ha hecho ausencia
y no quiere gozar la mi presencia!
Y el pecho, del amor muy lastimado.

Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado
sobre un árbol do abrió sus brazos bellos
y muerto se ha quedado asido dellos,
el pecho del amor muy lastimado.

San Juan de la Cruz

“Los poetas siempre que quisieron decir algunos accidentes de amor, los pusieron en los pastores… y el libro de los Cantares tomó dos personas de pastores para por sus figuras de ellos y por su boca hacer representación del increíble amor que nos tiene Dios”. Fr. Luis de León, De los nombres de Cristo (s. v. Pastor)

En la historia de la misericordia hubo un momento en que el pastor estuvo solo, ajeno de placer y de contento, pensando en la pastora, y el pecho del amor muy lastimado. La parábola nace del Buen Pastor, que hoy y siempre sufre de ausencia.

Este Jesús amante y misericordioso busca a la pastora: En la figuración poética de San Juan de la Cruz este pastor no sufre por las llagas o las afrentas, la causa de su aflicción es el olvido de la misericordia del corazón de Cristo pastor.

El olvido de su misericordia le hiere y le hace sufrir, pensar que está olvidado de su bella pastora. La humanidad que se figura aquí, como pastora perdida y buscada, objeto de misericordia, de reclamo y de requiebro, a pesar de su ingratitud, sigue siendo bella no fea pastora, a pesar de su pecado y de su olvido, es bella para él. La mirada del pastorcico, su misericordia entrañable, no le permite degradarse a sus ojos y, por más que se aleje, siempre es recordada como bella pastora.

La misericordia encarnada en el Buen Pastor se deja maltratar, se expatria y exilia buscando a la pastora: la misericordia se abaja, se acerca, insiste, espera, grita, peregrina en tierra ajena, llega hasta la locura de subirse a un árbol y abrir allí sus brazos y quedarse allí muerto.

Misericordia es la obra interior y exterior del corazón de Cristo, corresponder es dejarse afectar por su pecho herido. Pero, ay, el amor no es amado, la bella pastora no quiere gozar la mi presencia, su desdén rechaza o desconoce el amor, la misericordia se ofrece y a cambio recibe el rechazo, la misericordia es burlada. La tristeza de estos versos conmueve hasta el llanto.

Queda el pastor doblemente herido, por la misericordia desde dentro, por el olvido desdeñoso desde fuera; la misericordia se contempla aquí como ese amor herido que hiere, que lastima a quien lo tiene, porque el amor ha convertido a Dios en vulnerable. Dice las mismas palabras, pero habla otro lenguaje.

Este símbolo bíblico del pastor le sirve al poeta para sintetizar el misterio de la redención y proyectar su cristología esponsal y ahondar en la mina inagotable de Cristo, bajo esta semblanza del pastor enamorado. Compendia así en veinte versos la tradición en una nueva dimensión que se actualiza en su propia experiencia de la misericordia de Dios contemplada en el misterio de la Cruz.

Este Pastorcico, de hecho, toma notas autobiográficas. En él se oye al poeta sentir: he sido buscado y esperado, he sido ingrato y olvidadizo, he sido mil veces llamado por silbos delicados, la misericordia ha quedado herida por mi descuidado olvido, por mis entretenimientos y dilaciones…

El místico relee en el texto y en la parábola bíblica su propia idea, y encuentra en aquellas parábolas de la Escritura su propia experiencia mística, y proyecta sobre la Escritura su modo de ver el mundo y a Dios. La Biblia está en la raíz de su experiencia de la misericordia y también en la expresión del fruto de esa palabra entendida como silbo. Resuena en el trasfondo el mensaje paulino me amó y se entregó por mí… (Gál 2, 16); el poeta y el lector son llevados a tener los mismos sentimientos de Cristo pastor. Se reconstruye la constelación del simbolismo afectivo en la alegoría del Pastor que conlleva tras de sí valores afectivos, teológicos y cristológicos.

Este es el pastorcico de san Juan de la Cruz, aquél mismo pastor evangélico que frente a la hostilidad de los fariseos y frente a la desafiante resistencia del olvido y el rechazo de su amor y la sordera ante su llamada, no hace sino confirmar su misión de misericordia, su entrega de pastor redentor y de cordero que quita el pecado del mundo; que está dispuesto siempre a dar la vida por las ovejas, y aquí a dar la vida por el amor de la pastora. Además, la alegoría pastoril y bíblica se completa con la alegoría nupcial y esponsal.

La muerte del pastor no es sino el último gesto de amor desesperado: se ha encumbrado sobre un árbol do abrió sus brazos bellos.

Desde allí sigue llamando; muerto se ha quedado, pero desde la cruz, aunque parece callado, imposibilitado e inmóvil, sigue buscando, continúa ofreciendo el gozo de su presencia; su muerte no es ausencia, se ausenta la pastora. “¡Señor, Dios mío!, no eres tú extraño a quien no se extraña contigo; ¿cómo dicen que te ausentas tú?” (Av. 50). Su misericordia despreciada y rechazada,contrariada o impugnada no queda cancelada ni ha sido desmentida por la muerte. Con la muerte se acerca hasta lo más nuestro, con la muerte muestra la pasión más extrema, su amor excesivo.

Y muerto se ha quedado, su cruz y su pecho abierto no son la muerte de la misericordia, el fin de su pena y su búsqueda no es el silenciamiento o el despecho,

no hay fracaso ni pérdida en esos brazos tendidos y en ese pecho lastimado, solo hay ahora una incesante –se ha quedado– intercesión, un permanente y eterno ofrecimiento de su presencia.

Sigue el pensamiento puesto en su pastora, ese pensamiento amoroso expresado por el pecho abierto. Ese pensamiento piadoso no ha terminado en aquella su hora suprema, pero

desde su hora eterna de amor, espera, con el pecho abierto, la hora en que la pastora se suba a gozar con él la su presencia y quiera entrar en el pecho abierto y allí beber y bañarse en su misericordia.

En la cruz y en la eucaristía pervive la oferta del Pastor abierto de brazos y herido de pecho para que con verdad puedas decirle: de mi amado bebí, allí me dio su pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa…

El poema se fija especialmente de nuevo en los brazos, como si estos miembros fuesen los portadores del amor del pecho lastimado:

misericordia del pecho y misericordia de los brazos –sentimientos y obras– que se juntan en la pasividad fecundísima de la cruz: un árbol do abrió sus brazos bellos. Los sentimientos y las obras de misericordia quedan meditadas poéticamente en esta pieza magistral.

Decía fray Luis de León que es propio del pastor “servir abatido, vivir en hábito despreciado, no ser adorado y servido, hecho al traje de sus ovejas y vestido de su bajeza y de su piel”,

San Juan prefiere revestir a su Pastorcico con este diminutivo y ataviarlo con traje de amador, asemejarlo a su bella pastora, ponerlo a buscarla y extrañarla, fijo en ella el pensamiento… su ejercicio, más que de pastoreo, es de enamorado.

Su peregrinar, más que camino para apacentar, es salida y camino para buscar a la perdida y reducirla al amor de su compañía, es intento de remediar el olvido con actos de presencia y con deseo de mostrarle al amor, es ‘poner amor donde no hay amor para sacar amor’ y tratar de ‘engendrar amor en el pecho humano’.

Gabriel Castro

(Artículo publicado en la Revista ORAR, 269)

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