¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!
Fray Juan de la Cruz se halla en Granada. Ha sido elegido prior de la comunidad. Año 1582. Tiene 40 años. Habita con los frailes un paraje de extraordinaria belleza: el Carmen de los Mártires, muy cerca de la Alhambra. De allí partió Boabdil para entregar a la reina Isabel las llaves de la ciudad.
Fray Juan, en medio de muchas tareas, dedica tiempo a cuidar la huerta y los jardines del convento, planta árboles. Embellece lo que ya es bello de por sí. Gentes de la ciudad acuden al fraile descalzo en busca de luz para andar el camino de la vida. Entre ellas, una mujer, Ana de Peñalosa. Tiene la suerte de escuchar palabras de intensa vibración espiritual. Le pide que ponga todo eso en versos para ella.
Y fray Juan compone unos versos incomparables de la lírica, donde mística y poesía se aúnan. En ellos traduce sus vivencias más hondas, habla de las entrañas del espíritu con entrañable espíritu. La Llama es un poema, una exclamación admirativa de paz y sosiego. El ¡oh! y el ¡cuán! dan a entender del interior más de lo que se dice con la lengua.
1 ¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!2 ¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida la has trocado.3 ¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!4 ¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!