6. El alma, el yo y la libertad

EDITH STEIN. SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ.

Edith Stein, toma en religión el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz y fue en el Carmelo de Echt, Holanda, donde le encargan escribir sobre San Juan de la Cruz con motivo del cuarto centenario de su nacimiento. El resultado fue la obra “Ciencia de la Cruz, inconclusa, ya que la estaba escribiendo cuando la Gestapo la detuvo junto con su hermana Rosa para deportarla a Auschwitz, donde murió en las cámaras de gas el 9 de agosto de 1942.

“La Ciencia de Cruz” es un análisis fenomenológico exhaustivo de los principales escritos de San Juan de la Cruz. Está dividida en tres partes:

a) El mensaje de la Cruz. b) La doctrina de la Cruz. c) El seguimiento de la Cruz.

Esta obra expresa la unidad de vida de Edith Stein. No es sólo un trabajo de erudición sino sobre todo la vivencia profunda del misterio de la Cruz en la última etapa de su vida. Sus últimas cartas muestran hasta qué punto fue haciendo vida esta ciencia de la Cruz. En la carta fechada en diciembre de 1941, dirigida a la madre Ambrosia Engelmann dice: “Una sciencia crucis, ciencia de la Cruz, sólo se puede adquirir si se llega a experimentar a fondo la cruz. De esto estuve convencida desde el primer momento, y de corazón he dicho: ¡Ave Cux, spes única!, salve Cruz, nuestra única esperanza.”

El tema del texto que hemos seleccionado es “el alma, el yo y la libertad”. El hombre para ser dueño de sí mismo debe vivir en su interior y sólo desde ahí será capaz de tener un trato auténticamente humano. Por otra parte la misteriosa grandeza de la libertad estriba en que Dios mismo la respeta. Las decisiones del hombre son intransferibles; sólo él y desde su conciencia caben las determinaciones trascendentales que el hombre ha de tomar en la vida.

Esta libertad la vivió Edith Stein hasta sus últimas consecuencias. Su conversión, su decisión de entrar en el Carmelo y su holocausto en Auschwitz son los eslabones de una misma cadena: son decisiones en libertad de amor.

“El alma tiene en razón de su yo, de su autonomía individual, la facultad de moverse en sí misma. El yo es en el alma aquello por lo que ella se posee así misma y lo que en ella se mueve como en su propio campo. Su centro más profundo es también el centro de su libertad: el centro, donde, por decirlo así, puede concentrar todo ser y señalarle una determinada orientación…”

“El hombre está llamado a vivir en su interior y a ser tan dueño de sí mismo como únicamente puede serlo desde allí; sólo desde allí es posible un trato auténticamente humano aún con el mundo; sólo desde allí puede hallar el hombre el lugar que en el mundo le corresponde. Pero aún siendo esto así, ni él mismo llega nunca a penetrar del todo en ese interior suyo. Es un secreto de Dios cuyos velos sólo él puede levantar, en la medida en que a él le plazca.

Pero, eso sí, el hombre ha sido constituido dueño de ese reino suyo; puede mandar en él con entera libertad; pero también le incumbe el deber de guardarle como tesoro precioso que le ha sido confiado…”

“El alma tiene el derecho de disponer y decidir de sí misma. La misteriosa grandeza de la libertad personal estriba en que Dios mismo se detiene ante ella, la respeta. Dios no quiere ejercer su dominio sobre los espíritus creados sino como una concesión que estos le hacen por amor. Él conoce los pensamientos del corazón, penetra con su mirada los más profundos senos y lo más recóndito del alma, a donde ella misma no podía llegar, de no ser iluminada con luz especial a propósito. Pero no quiere apoderarse de lo que es propiedad del alma, sin que ella misma consienta en ello. No dejará de poner, sin embargo, todo en juego, a fin de conseguir que el alma entregue libremente la propia voluntad a la voluntad divina como una donación que ella le hace en su amor, y poder de esta suerte conducirla hasta la unión bienaventurada.

Esta es la Buena Nueva que nos anuncia Juan de la Cruz y a cuya manifestación se encaminan todos sus escritos…” “Todo hombre es libre y cada día y en cada momento se haya abocado a decisiones ineludibles. En cuanto al centro profundo del alma, es el lugar donde Dios sólo mora, en tanto que no está hecha la unión de amor en toda su plenitud, que la Santa Madre Teresa llamará la séptima morada, a la que no tiene acceso el alma sino con el matrimonio espiritual. Pues bien, ¿Será posible que únicamente el alma que ha llegado al último grado de perfección es capaz de una decisión perfectamente libre? Téngase también presente que la libre actuación del alma está al parecer tanto más disminuida cuanto más se acerca a su centro más profundo. Y cuando ya ha llegado allá es Dios quien hace todo en ella, y ella no tiene nada que hacer sino recibir en actitud pasiva y receptiva…”

“Hay, pues, para este altísimo grado de la vida del alma una absoluta consonancia entre las enseñanzas místicas de nuestros santos reformadores y la concepción, según la cual,el centro más profundo del alma es también el centro de la más perfecta libertad…”

“Pero el hombre creyente sabe también que hay Uno cuya mirada no está limitada a ningún horizonte sino que abarca en realidad todo y todo lo penetra. Quien vive con la certeza de esta creencia no puede ya en su conciencia descansar en el propio saber. Por consiguiente deberá esforzarse por conocer lo que es justo y verdadero a los ojos de Dios.

Aquel a quien Dios mismo ha hecho la gracia de introducirlo en el propio interior y se ha entregado a él por entero en la unión de amor ese tal tiene resuelto el problema de una vez para siempre; ya no tiene sino dejarse guiar y llevar por el espíritu de Dios que sensiblemente le está empujando, y tiene en todo lugar y momento la conciencia de hacer lo que debe.

En la gran decisión que ha tomado en un acto de suprema libertad, van incluidas todas las decisiones posteriores, las cuales se irán produciendo en cada caso por sus pasos naturales. Pero desde el simple buscar una decisión justa en un caso determinado hasta llegar a estas alturas, hay un largo camino que recorrer, si es que en verdad hay algún camino que a ellas conduzcan.”

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

  • ¿Hasta qué punto estoy dispuesta a vivir en la libertad de los hijos de Dios?
  • ¿Vivo en la galería o he sido capaz de interiorizar hasta el punto de ser dueña de mi misma?

“Ciencia de la Cruz”, Edith Stein, Ed. Monte Carmelo, Burgos 1994.

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