Desnudos ante la Verdad

EDITH STEIN. SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ

Edith Stein, carmelita descalza, judía, filósofa, muerta en el campo de concentración de Auschwitz el 9 de agosto de 1942, canonizada por Juan Pablo II el 11 de octubre, en 1998. Había nacido en Breslau (entonces Alemania), el 12 de octubre de 1891. En el Carmelo se llamó Teresa Benedicta de la Cruz.

Es temprano en la mañana, y la iglesia de la abadía está aún solitaria. Edith Stein se sitúa en lo bancos de delante, se arrodilla y adora en silencio el misterio de la verdad encarnada. Es una hora muy querida por ella, en la que vive a la expectativa de un amor que ha colmado su búsqueda apasionada de la verdad. Está sola con Él, y le basta. Lo tiene todo. Su sed de verdad ha sido saciada hasta donde ella no había imaginado.

Lejos quedan, como si de otra vida se tratara, los trajines e ilusiones de la Universidad, la inmersión en el fascinante mundo de la filosofía, como camino para encontrar el sentido último de lo real y de la vida. ‘Mi ansia de verdad era una única oración’, dirá más tarde refiriéndose a estos años.

El encuentro con una original manera de hacer filosofía, enarbolada por E. Husserl, la Fenomenología, fascinó su espíritu noble, ávido de planteamientos sinceros, veraces. Ese encuentro marcará su manera de percibir la vida. La fenomenología cuadra perfectamente con su búsqueda ardiente de la verdad. Se plantea fundamentalmente el método de análisis de lo real, con ausencia de prejuicios. Si me acerco a cualquier parcela de la realidad, he de hacerlo desnudo, tratando lo más posible de desprenderme de lo que ya conozco, sin adelantar nada, para acoger la realidad en su genuina verdad.

Esta virtud o modo de vivir la existencia, es raíz de una oración madura. No se pide menos al orante que dejarse interpelar, despertar, sorprender por la verdad de Dios tal como se quiera mostrar, en infinidad de caras inimaginables, sin que ninguna le defina y cuadre. Sólo una actitud honesta de desprendimiento de lo que esperamos y conocemos captará fielmente el hoy, la música de lo que se me acerca.

La fenomenología es un eslabón importante en el caminar de Edith Stein hacia la Verdad con mayúsculas. El terreno va siendo preparado, para que cuando Dios se acerque inesperado, ella lo acoja sin reservas, abierta intelectualmente al misterio (que otro tiempo rechazaría su razón) y abierta a la experiencia honda y creciente de este misterio.

Un hecho relacionado con la oración muestra de su espíritu sensible le sucedió en un viaje a Friburgo, lo cuenta ella misma:

‘Entramos unos minutos en la catedral, mientras estábamos allí en respetuoso silencio entró una señora con un cesto del mercado y se arrodilló profundamente en un banco, para hacer una breve oración. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes, a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera en medio de los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar’.

La fenomenología dejaba, de hecho, una puerta abierta a lo incomprensible. Muchos de sus compañeros fenomenólogos acabaron convirtiéndose al Protestantismo. Edith, por su parte, toparía con la verdad de un Cristianismo místico, viva experiencia, en la figura de Teresa de Jesús, la mujer enamorada de Jesucristo, la mujer maestra de oración y orante por excelencia.

En ese mismo momento, aquella noche, que de una vez leyó, sacado casi al azar, el Libro de la Vida de Santa Teresa, su vida giraría en una sola dirección: hacia ese Dios, misterio insondable, que había descubierto en Teresa de Jesús y en otros descubrimientos relacionados con cristianos vivos, un Dios todo amor, todo cercanía, fuego abrasador. Es el vértice de diferentes experiencias que le llevan a este momento.

Aquel descubrimiento no había sido logro de su solo afán. Había sucedido algo sorprendente y maravilloso para ella, había empezado a entender que el Cristianismo es un inmenso Don, un gran regalo. Algunos dirán el don de la conversión, pero mejor diremos el Don de un Amor capaz de esclarecer los rincones más insatisfechos del intelecto, sobre todo, capaz de dar calor, aliento, luz a las raíces de todo su ser. De modo que esa semilla, caída en una tierra dispuesta, hambrienta de verdad, cansada de pequeñas verdades, hastiada de huecas palabras, esa tierra que era todo su ser tendiendo y clamando a lo desconocido, quedó sembrada de aquel único Amor que es la Vida.

Sobre ella había llegado el don de un Amor mayor que cualquier descubrimiento imaginable. La semilla caída sería abonada, completada paso a paso: el bautismo, la Comunión… La oración silenciosa y la liturgia se convierten poco a poco en dos ámbitos para calmar la herida sufrida, su hambre de verdad ahora encaminada.

En la primavera de 1928 el padre Przywara le aconseja que vaya a las celebraciones de Semana Santa y Pascua a la abadía benedictina de Beuron. Ahora puede calmar su sed de larga oración. Horas y horas de silencio en la iglesia de la abadía, centrada en El… Horas de silencio y largas vigilias en la iglesia del convento de Espira…

Mucha oración en silencio. Edith tiene que seguir dando conferencias, clases, charlas, escribiendo… pero el silencio de sus largas horas de oración permanece en lo secreto de su corazón.

La liturgia seguida con devoción admirable en la abadía benedictina… La oración silenciosa, desnuda, al mejor estilo del Carmelo Teresiano. Ambas fuentes dan a su espíritu cristiano una profundidad y madurez que se manifiestan en toda su vida y sus escritos a partir de aquí. Sin alardes, con elegancia callada, serena, centrada…

Nos lo dice alguien que la conocía muy bien, el abad Rafael Walzer, a propósito de su talante orante:

‘Ella quería sencillamente estar ahí, junto a Dios, tener delante de sí los grandes misterios, cosa que no le podían dar ni la naturaleza libre fuera del recoleto ámbito sagrado ni una callada celda. No creo que en su meditación y oración se sirviera de muchos textos escriturísticos o hiciera exégesis bíblica o excogitara conferencias espirituales, que continuamente le pedían… Lo mismo que su actitud externa se mantenía casi rígida, así también su interior permanecía en la paz de una dichosa contemplación y gozo ante Dios. Conversa agradecida y dichosa de encontrarse en el hogar de su Madre, la Iglesia, uniéndose a la salmodia del coro monacal, confesaba a la gran Iglesia orante. Comprendía en toda su hondura la amonestación de Cristo ‘orad sin interrupción’, y de ahí que ningún acto litúrgico se le hiciera demasiado prolijo, y ningún esfuerzo excesivo’.

Ya convertida no tendrá reparo en acompañar a su madre en algunas ocasiones a la sinagoga, donde los salmos de un pueblo milenario, de una fe que dio origen a la biblia, los salmos rebosantes de súplicas, alabanzas, bendiciones, acciones de gracias, etc., tenían ahora para ella el pleno sentido en Jesús, Palabra definitiva del Padre. Ella, expresando una comunión en la oración más allá de toda religión, oraba con su madre los salmos de todos los tiempos, que le sabían al Dios de Israel definitivamente descubierto en Cristo vivo.

El último eslabón para enfocar toda su vivencia orante tiene el sello y la firma de la cruz. Uno de los factores que habían impresionado profundamente su espíritu fue la actitud con que una mujer cristiana acepta la muerte de su marido, tirando por tierra todos sus esquemas. La viuda de A. Reinach asumía la muerte de su marido como parte de la cruz del Señor, es decir, como un triunfo, y eso era lo que reflejaba su ser. ‘Fue el momento en que se quebró mi incredulidad, palideció el judaísmo y apareció Cristo. Cristo en el misterio de la Cruz’ (declaraciones de Edith antes de morir a un sacerdote).

Su identificación con Cristo la lleva a vivir en su vida el morir de Cristo, la sabiduría de la cruz hasta las últimas consecuencias. Vive la cruz unida al destino de su pueblo, en una época de sinrazón. Hasta la hora en que su vida quede entregada definitivamente con su gente en aquella cámara de gas de Auschwitz, su vida fue una identificación cada vez más plena con Cristo crucificado. Su oración y toda su existencia se abandonaron a El, para que El fuera en ella vida y luz, misteriosamente fecunda en su morir.

El itinerario que hemos marcado a muy grandes rasgos de su actitud orante sería:

  • ‘Sin prejuicios’. Abiertos, desnudos ante la verdad desconocida.
  • La oración es un Don, regalo. El Don de su Amor.
  • La liturgia: oración de la Iglesia.
  • La oración silenciosa: el Carmelo Teresiano.
  • Esposa del Crucificado. Oración de abandono y aceptación del morir como entrega.

Este seguimiento escueto de la actitud, de los pasos orantes en la vida de Edith Stein se queda muy empobrecido sin la aportación de sus propios escritos sobre la oración, donde vierte, sin duda, su vivencia, de la que apenas nos habla en primera persona. Por eso me permito recomendar algunos de sus escritos más específicamente de oración, como son ‘La oración de la Iglesia’ o ‘Los caminos del silencio interior’ unidos a otros escritos de espiritualidad.

En ‘Los caminos del silencio interior’, se plantea pistas para ayudar a encontrar momentos de tranquilidad, indicaciones sobre cómo organizar el día para dar cabida a la gracia de Dios. Cómo orar a lo largo de una jornada ajetreada (la suya sirve de modelo).

Se pregunta al comienzo:

‘Cómo puedo sobrellevar tantas cosas en un solo día? ¿Cuándo podré hacer esto o aquello? ¿Cómo puedo solucionar tal o cual problema? (…) Pero lo realmente importante es no dejarse turbar en ese momento. Mi primera hora de la mañana le pertenece al Señor. Hoy quiero ocuparme de las obras que el Señor quiere encomendarme y El me dará la fuerza para realizarlas.’ [1]

Es un planteamiento que nos estimula a no dejarnos atropellar por las actividades, consejos muy válidos para el orante actual embarcado muchas veces en un ritmo frenético, poco admirador.

En alguna ocasión invita a servirse de los medios necesarios para que la oración sea viva, atendiendo a mis circunstancias, estado de ánimo, etc. Un criterio que nos recordaba San Juan de la Cruz: ‘Lo que más os despertare a amar, eso haced’.

Y como expresión de su pensamiento y fin de este capítulo os brindo este párrafo, digno de un comentario aparte:

‘Lo que nosotros podemos y tenemos que hacer es: abrirnos a la gracia. Eso significa renunciar totalmente a nuestra propia voluntad, para entregarnos totalmente a la voluntad divina, poniendo nuestra alma, dispuesta a recibirle y a dejarse modelar por El, en las manos de Dios. Este es el contexto primario que nos permite vaciarnos de nosotros mismos y alcanzar un estado de paz interior’.

Nos regala la esencia de toda oración, como vacío de sí y apertura a Dios. Ese es el camino de la verdad.

Miguel Márquez, EL RIESGO DE LA CONFIANZA. Cómo descubrir a Dios sin huir de mí mismo.

[1] Los caminos del silencio interior, Madrid, EDE 1988

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