[Dijon], Lunes por la mañana, [18 de febrero de 1901]
J.M. J.T.
Queridísima hermana:
Había preparado esta estampita para ti. Pensaba llevártela el domingo al Carmelo, pero no me ha sido posible. Esta mañana la hermana Gertrudis me entregó tu querida cartita. ¡Qué pena, hermana, que no pueda ir a verte2! Al menos mi corazón no se aleja de ti, bien lo sabes ¿no?
Jesús quiso, hace un año, que nuestras almas se encontrasen; Él fue quien nos unió tan íntimamente. ¡Ése es el secreto de nuestro profundo afecto! Hay algo muy íntimo entre nosotras. El viernes pasado se lo decía yo a nuestra Madre, hablándole de ti.
Querida hermanita, déjate cuidar, no seas imprudente, ¡hazlo por Él! ¡Qué bueno es nuestro Prometido, sí, qué bueno es! Y cuando nos prueba, parece, ¿no es cierto?, que está todavía más cerca y que la unión es más íntima. ¿Sabes?, nosotras somos sus víctimas, Él nos marca con el sello de la Cruz para que nos parezcamos más a Él. ¡Ah, cómo te ama, querida Margarita, a ti a quien se complace en ponerte en su Cruz! Hay trueques de amor que sólo en ella pueden comprenderse…
Voy a confiarte una cosa: ¿Sabes?, me parece que Él es nuestra Águila divina3 y nosotras somos las presas de su amor. Él nos coge, luego nos pone sobre sus alas y nos lleva muy lejos, muy alto, a esas regiones en las que al alma y al corazón les gusta perderse… ¡Sí, dejémonos coger, vayamos adonde Él quiera! Un día, nuestra Águila adorada nos hará entrar en esa patria por la que suspiran nuestros corazones. ¡Ay, qué felicidad, hermanita, qué bien estaremos allí! Pero mientras quiera dejarnos aquí en la tierra, amemos, amemos todo lo que podamos, vivamos de amor, queridísima hermanita. Es lo que te deseo en el día de tus veinte años, mandándote un abrazo tan grande como mi amor.
M. Isabel de la Trinidad
Carta 41 (42)