Carmelo de Dijon, 13 [-14] de agosto [de 1901]
Felicitación en su fiesta onomástica − Su entusiasmo por la naturaleza − Detalle de su vida carmelitana − «Los horizontes del Carmelo son … el Infinito»
J.M. – J.T.
Mamaíta querida:
Te envío todo mi corazón como ramillete para tu santo1. ¿Verdad que no nos hemos separado y que sientes muy bien a tu hijita muy cerca de su querida mamá? Si vieses cuánto hablo de ti con mi Amado… ¡Creo que tienes que notarlo! Me alegra mucho que comulgues con más frecuencia. Ahí, mamaíta, encontrarás fuerzas. ¡Es tan hermoso pensar que después de la comunión tenemos a todo el cielo en nuestra alma, excepto por la visión beatífica!
Tu carta, o mejor vuestras cartas, me han hecho tan feliz… Quizás me haya alegrado demasiado, pero Dios, que tiene un corazón tan tierno, me entiende perfectamente y creo que no está en absoluto enfadado conmigo.
Todos vuestros detalles me interesan, pero casi voy a montar en cólera contra ese buen Koffman que os tiene confinadas en ese chalet… Disfrutad mucho de ese hermoso país2, que la naturaleza nos lleva a Dios. ¡Cómo me gustaban esas montañas! Me hablaban de Él. Pero, mirad, queridas mías, los horizontes del Carmelo son aún mucho más hermosos: ¡son el Infinito…! En Dios, yo tengo todos los valles, todos los lagos, todos los paisajes. Dadle gracias a diario en mi nombre: mi porción es demasiado hermosa y mi corazón se derrite de gratitud y de amor. No tengáis celos, os quiero tanto… Le pido que se adueñe de vosotras como se ha adueñado de mí.
Tengo tantas cosas que contarte, que no sé por dónde empezar. El lunes por la noche, durante la recreación, llegó sin avisar Nuestra Madre3, ¡imagínate qué sorpresa! Yo la vi sólo un momento, pues volvió a marcharse al día siguiente a las 2, llevando consigo a dos de nuestras hermanas. Volverá el lunes. La encontrarás a tu regreso. Vino solamente para dar ayer el velo a una de las hermanas. Y mira qué celillos: me alegré mucho de que no fuera la Madre supriora4 quien hiciera la ceremonia, pues quiero ser yo la primera [a quien se lo dé]. Es muy buena y la quiero mucho. Hablamos juntas de vosotras. Puedes estar tranquila, pues te aseguro que me cuida.
Esta mañana, día de mi primer ayuno5, me han hecho tomar algo, cosa que con toda seguridad no habría hecho si no hubiese estado aquí. Esta mañana, mi Madrecita me ha dejado ir a la oración. Así que me desperté al primer toque, a las 5 menos cuarto6; tenía miedo de no estar lista en un cuarto de hora, así que imagínate lo contenta que me puse cuando, al llegar al coro, ¡vi que era yo la primera…!
Soy la camarerita de Jesús: todas las mañanas, antes de la misa, arreglo el coro. Hoy he adornado un altarcito de la Virgen que hay en el antecoro. Mientras ponía unas flores a los pies de nuestra Madre del cielo, le he hablado de ti: le he pedido que cogiera todas esas flores, que hiciera con ellas un precioso ramo y que te lo llevara de parte de tu Sabel.
Como prueba terrible, hubo que componer unas coplas para la toma de velo, y anoche tuve que cantarlas en la recreación. Temblaba…, lo cual es bien ridículo pues las hermanas son tan caritativas que mi obra les ha parecido todo un éxito. María Luisa, a la que tanto le gusta ver cómo me pongo colorada, habría tenido una buena ocasión de ver mi timidez puesta a prueba. La Madre supriora me da permiso para enviarte esas coplas, ¡te divertirán!
Adiós, mamá querida, me imagino que estarás contenta con esta carta tan larga. Para concluir, duermo como un lirón, tengo un apetito excelente, la comida es muy refrescante y apropiada para mi temperamento. ¡Qué feliz soy, mamaíta! Gracias una vez más por haberme entregado a Dios. Te estrecho contra mi corazón y te abrazo junto a Jesús, que sonríe al vernos.
Tu Sabel.
Carta 87 (79)