1 de diciembre de 1898
Maestro a quien adoro y a quien amo,
yo te bendigo aun en la misma prueba;
puesto que tú decides que así sea,
«gracias» te doy desde mi mismo llanto.Oh buen Jesús, que sabes del sufrir,
te ofrezco mi dolor y mis suspiros
que a mi madre es preciso que yo oculte
y por ello resultan más amargos.Lo recuerdo: también tú así lloraste
una noche…, mi Amigo…, y tantas veces.
Acepta, pues, mis lloros y zozobras,
santificando mis quemantes lágrimas.Tú quisiste a tu Madre Virgen tanto
y le das, oh mi amado Salvador,
sobre tu corazón tan gran poder…
Seguro que comprendes mi dolor.Aquí abajo, en esta triste tierra,
donde todo es efímero, fugaz,
¿existirá alguien bueno y compasivo
como ésta a quien yo llamo mi «mamá»?Es la ternura, el culmen del amor;
sin duda es la primera a quien se ama;
sólo por ti consiento yo en dejarla,
oh mi Esposo, mi Rey, mi Salvador.Todo lo dejaré con alegría,
todo para Jesús, hasta mi madre,
en respuesta a tu Amor, que a ello me invita
para vivir contigo en soledades.Mas me invitas a un nuevo sacrificio:
que cargue con mi cruz en este mundo.
Oh mi Jesús, mi Fuerza, mi esperanza,
yo la quiero llevar siempre contigo.
Poema 64