Si ejercitas tu mirada, podrás percibir, sentir, admirar la presencia de Jesús dentro de ti. «Si hablas, procura acordarte que dentro de ti está Jesús, con quien puedes hablar. Si oyes, acuérdate que dentro de ti está Quien más cerca te habla» (C 29,7).
El atractivo de Jesús, la Hermosura de Humanidad, que conquistó el corazón de la Santa, será, también, el centro de tu mirada y desplegará en ti una vida nueva. Uno de tus ejercicios más utilizados, día a día, será mirar a Jesús en tu interioridad. «No os pido ahora que penséis en Él… no os pido más de que le miréis… Mirad que no está aguardando otra cosa sino que le miremos. Como le quisiereis, le hallaréis» (C 26,3).
Tu mirada siempre vendrá precedida y provocada por la mirada de Jesús. Él nunca quita los ojos de ti; su mirada hace posible que le mires. Estés como estés, siempre le podrás mirar. «Si estás alegre, mírale resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro te alegrará. ¡Con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre!… Si estás con trabajos o triste, mírale camino del huerto: ¡qué aflicción tan grande llevaba en su alma, pues con ser el mismo sufrimiento la dice y se queja de ella! Te mirará Él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los tuyos, sólo porque te vayas con Él a consolar y vuelvas la cabeza a mirarle» (C 26,4-5).
La mirada de Jesús te atrae, te enseña. La mirada de Jesús te salva. Jesús te mira y te recrea. Te atrae sin remedio. Jesús, el Hijo de Dios, es la mirada con que el Padre y el Espíritu te miran y te aman. Juan de la Cruz comenta que «el mirar de Dios es amar». La mirada de Dios te limpia, te embellece y te llena de gracia.
Como Santa Teresa, quien, una vez que vio la belleza de la mirada de Jesús, se sintió sanada interiormente, tú también te sentirás amado/a, curado/a. La alegría de Jesús será tu alegría.¿Te dejarás mirar por Jesús? ¿Expondrás tu vida a su mirada, llena de bondad y misericordia, como hicieron la Virgen María y San José?
Si quieres comenzar bien el camino, deja todos tus cuidados entre las azucenas olvidados, y muéstrate tal cual eres ante Jesús, que Él, con su mirada, te sanará. «Solo te pido que lo mires y que te dejes mirar por Él». «Mira dentro de ti a este Señor». La mirada te llevará a descubrir que tu interioridad no está hueca, sino que está habitada: «No estés sin tan buen amigo» (C 26,1).
En tu ritmo diario, no te será difícil escoger un momento del día, aunque sea pequeñito, insignificante a tus ojos y a los ojos de los demás, para recordar que Jesús te mira, que siempre te mira con cariño, con ternura, con misericordia. Devuélvele tú la mirada y estarás orando. Si te acostumbras a hacer esto todos los días, tu vida será una vida mirada, bendecida y agraciada por el Señor.
Y brotará en ti un Magníficat. De la oración de mirada pasarás a mirarlo todo con bondad y ternura. Para hacer un mundo mejor, hay que empezar a mirarlo con mejores ojos, los que te regala Jesús.