CAPÍTULO 10 DEL LIBRO DE LA VIDA
0.- Algunas premisas
Resaltar la importancia de la vida de cada uno de los que participan en el taller de lectura. Hacer caer en la cuenta de la importancia de esta hora, dedicada a algo muy enriquecedor. Estar aquí, buscando y aprendiendo, es una gracia del Señor, y no pequeña.
Invitación a todos a ponerse a dejar la ausencia y a entrar en la presencia del Señor.
Audición orante de la canción: ME POSTRARE EN TU PRESENCIA
Para escuchar a Teresa se necesita una cierta intimidad, un amor, un aprecio a esta santa mujer. Hay cosas que solo se pueden decir en la intimidad y en un clima de amor. Teresa va a desnudar su alma y eso no se hace ante cualquiera.
Como la importunaron sus confesores y maestros espirituales para que contara las mercedes que el Señor estaba haciendo en ella, también nosotros la podemos importunar.
1.- Condiciones que pone Teresa para poder decirse con libertad
(Tomamos conciencia de lo difícil que nos resulta decirnos con libertad. Ante muy pocas personas logramos hacerlo de verdad)
Primera condición: Que se sepa quién es la autora de una vida tan ruin. En su primera juventud, Teresa intentó la mirada de los amigos y parientes de su edad con su belleza, simpatía, galas, etc… Ahora las cosas han cambiado. Ahora desea que todos, sobre todo los que la tienen por buena, la vean como es en verdad. Y para ello repite, como una muletilla, sus pecados y su vida ruin. Esta insistencia, inducida por la predicación y el ambiente religioso de su tiempo, es su manera de afrontar la vanagloria y el orgullo.
Segunda condición: Que no se sepa quién es la persona a la que Dios ha hecho las mercedes que va a contar. Porque siendo la que es, así razona Teresa, «puede perder autoridad el bien y no darle ningún crédito, por ser dicho de persona tan baja y tan ruin» (V 10,7). Entra en juego, también, como telón de fondo, el concepto que se tiene de las mujeres de su tiempo: crédulas y por tanto poco creíbles, poco formadas.
Nos parezca exagerado o no ese secretismo de Teresa, el caso es que tuvieron poco éxito sus recomendaciones porque, al poco tiempo de escribir Vida, las copias se habían multiplicado y en ciertos ambientes religiosos de la época muchos sabían quién era la mujer que se escondía en el anonimato y en la que Dios hacía mercedes. Las copias del libro de la Vida van de mano en mano: el Maestro Ávila, la caprichosa Princesa de Éboli que lo delata a la Inquisición, Teólogos, Duquesa de Alba, Obispos y familiares, el Duque de Alba tiene una copia en la cárcel… Tantas copias que, aunque la Inquisición logra apoderarse del autógrafo, no puede recoger todas las copias que, en tan brece espacio de tiempo, se han hecho del famoso libro.
2.- Algunos detalles de interés
Lo que Teresa quiere por encima de todo es que Dios «sea alabado y engrandecido un poquito» (V 10,9). Esta es su manera de continuar el Magnificat de María.
Le da seguridad hablar de las mercedes del Señor con gente espiritual y letrados. Confía en ellos. Nos detenemos un poco en este punto: Teresa vivió en un ambiente religioso y social de fuerte insistencia en el pecado, en la culpa, en el temor a la condena eterna… Nosotros vivimos en la cultura del «buenismo», del «todo el mundo es bueno», o de la justificación de todo porque»somos así». Tan malo puede ser lo que vivió Teresa como lo que vivimos nosotros, si no llegamos a lo importante: ponernos en verdad, en la nuestra y en la de Dios, abarcando en una sola mirada nuestra vida y la del Señor que nos mira.
Escribe Teresa con cierta fatiga «casi hurtando el tiempo, y con pena porque me estorbo de hilar, por estar en casa pobres y con hartas ocupaciones» (V 10,7).
Es consciente, y así se lo han ratificado las personas entendidas a las que les ha compartido su vida, que en este camino de oración tiene experiencia, sabe de qué va esto. «El Señor me ha enseñado por experiencia» (V 10,9). Teresa siempre fue amiga de la verdad, esa verdad que se le imprimió ya desde niña, de ahí que no extrañen sus palabras: «siempre he procurado buscar quien me dé luz» (V 10,8).
Está cruzando un umbral hacia la vida mística, que consiste en dejarle hacer a Dios, en aceptar la acción de Dios que irrumpe impetuosa y que no se puede ocultar.
No ha tenido reparo en hablar de sus pecados y de ruin vida, es más quiere que esta parte todos la conozcan, para que sepan quién es la que algunos tiene fama de buena. Pero sí tiene reparos, y muchos, para hablar de las mercedes que el Señor («mística teología»: conocimiento por experiencia amorosa del misterio de Dios) le ha hecho en la oración. «en vida está claro que no se ha de decir de lo bueno; en muerte no hay para qué, sino para que pierda la autoridad el bien, y no la dar ningún crédito, por ser dicho de persona tan baja y tan ruin» (Vida 10.7). Pide el anonimato. Que no sepa quién es la que escribe.
Escribe con libertad porque cree le han de hacer caso en su petición. Aunque con cierta fatiga, «casi hurtando el tiempo, y con pena porque me estorbo de hilar, por estar en casa pobre y con hartas ocupaciones» (Vida 10,7).
En todo momento se perciben dos grandes actitudes: Sujetarse en todo a la santa fe católica y comunicar su experiencia a los que tienen luz para caminar en la verdad, «que siempre he procurado buscar quien me dé luz» (Vida 10,8).
Y una constatación contrastada con grandes letrados y personas espirituales: «me ha dado Su Majestad la experiencia». Y está hablando a aprendices de oración.
3.- Testimonio que Teresa da de su oración y enseñanzas para los principiantes
Una vez dicho esto, rastreamos el capítulo 10 buscando el testimonio de Teresa y enseñanzas para nuestra vida de oración.
Una confidencia. Cuando Teresa escribe Vida tiene 50 años. Y en este capítulo cuenta lo que le aconteció cuando tenía 40 años.
Lo leemos: «Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo oda engolfada en El» (Vida 10,1). Recorremos despacio este texto:
- «Acaecíame»: Habla una mujer testigo, relata una experiencia que ella vivió años antes, algo que le pasó.
- «Ponerme cabe Cristo». Este ha sido su modo de orar desde siempre, ponerse junto a Cristo, sobre todo, en aquellas escenas evangélicas en las que Jesús estaba más solo. Había oído Teresa que al ponerse junto a Cristo azotado a la columna «se ganaban muchos perdones (V 9,4). Esta experiencia que ahora relata le acontece en uno de esos momentos en que se pone junto a Cristo.
- Pero también le acontecen cuando esta leyendo.
- «A deshora», es decir inesperadamente, sin que ella se proponga tener ese sentimiento.
- Pasa «con mucha brevedad» (V 10,1), como un fogonazo.
Importante: estamos ante unos breves y presagiosos fulgores de experiencia mística que tienen repercusiones en todo su ser:
- «ama la voluntad»
- «la memoria está casi perdida»
- «el entendimiento está como espantado de lo mucho que entiende» sin entender cómo entiende lo que entiende, parece un trabalenguas.
- Su interioridad queda también alcanzada: «en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en El» (Vida 10,1).
Prosigue su testimonio: «Primero había tenido muy continuo una ternura» (V 10,2). ¿En qué consiste esa «ternura» a la que ella llama también «gozos de oración»?
- Es un regalo, una merced de Dios.
- Todo es dado de Dios». Esta es la clave.
- Pero nos podemos ayudar. ¿Cómo? «Considerando nuestra bajeza y la ingratitud que tenemos con Dios, lo mucho que hizo por nosotros, su Pasión con tan graves dolores, su vida tan afligida… En deleitarnos de ver sus obras, su grandeza, lo que nos ama, otras muchas cosas» (Vida 10,2).
- «Si con esto hay algún amor, regálase el alma, enternécese el corazón, vienen lágrimas».
- «Parece nos paga Su Majestad aquel cuidadito con un don tan grande como es el consuelo que da a un alma ver que llora por tan gran Señor» (Vida 10,2).
- ¿Qué tiene que hacer quien experimente esto?: «Así que quien aquí llegare, alábele mucho, conózcase por muy deudor; porque ya parece le quiere para su casa y escogido para su reino, si no torna atrás» (Vida 10,3).
4.- Enseñanzas de Teresa
¡Ojo con las falsas humildades! Leemos el texto: «No cure de unas humildades que hay, que les parece humildad no entender que el Señor les va dando dones. Entendamos bien bien, como ello es, que nos los da Dios sin ningún merecimiento nuestro, y agradezcámoslo a Su Majestad; porque si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar. Y es cosa muy cierta que mientras más vemos estamos ricos, sobre conocer somos pobres, más aprovechamiento nos viene y aun más verdadera humildad. Lo demás es acobardar el ánimo a parecer que no es capaz de grandes bienes, si en comenzando el Señor a dárselos comienza él a atemorizarse con miedo de vanagloria» (Vida 10,4). Recorremos despacio el texto:
- Una preciosa lección de humildad. Porque no todo es verdadera humildad, hay falsas humildades. ¡Ojo!
- Falsa humildad es no entender que el Señor nos da dones, acobardar el ánimo e incapacitarlo para grandes bienes, atemorizarse con miedo de vanagloria.
- Verdadera humildad es entender que todo nos lo da Dios sin merecimiento nuestro, agradecerlo. Y una frase para enmarcar: «Si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar» (V 10,4). Y otra que no le va a la zaga: «Mientras más vemos estamos ricos, sobre conocer somos pobres, más aprovechamiento nos viene y aun más verdadera humildad» (V 10,4). Ninguno de los dos textos tiene desperdicio.
- Los argumentos de Teresa, que ha puesto en práctica más de una vez, sin duda ante directores espirituales timoratos, asustadizos ante las grandezas de Dios. De ellos dice en otro pasaje: y a los que vuelan como águilas con las mercedes que les hace Dios, quererlos hacer andar como pollo trabado; sino que pongamos los ojos en Su Majestad y, si los viéremos con humildad, darles la rienda; que el Señor que los hace tantas mercedes no los dejará despeñar. Fíanse ellos mismos de Dios, que esto les aprovecha la verdad que conocen de la fe, ¿y no los fiaremos nosotros, sino que queremos medirlos por nuestra medida conforme a nuestros bajos ánimos?» (V 39,12).
- Vayamos a los argumentos para animar: «Si es lícito y tan meritorio que siempre tengamos memoria que tenemos de Dios el ser y que nos crió de nonada… ¿por qué no será lícito que entienda yo y vea y considere muchas veces que solía hablar en vanidades, y que ahora me ha dado el Señor que no querría sino hablar sino en El?» (Vida 10,5).
- Y también: «Pues ¿cómo aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que está rico? Es imposible conforme a nuestra naturaleza tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios… Porque con estos dones es adonde el Señor nos da la fortaleza que por nuestros pecados nosotros perdimos… Estos mismos favores son los que despiertan la fe y la fortalecen» (Vida 10,6).
- Los dones del Señor son fortaleza frente a la debilidad; «despiertan la fe y la fortalecen», sacan fuerzas para servir y no ser ingratos (la ingratitud nos puede perder). Si no valoramos y cultivamos los dones, Dios los «tornará a tomar y nos quedarnos hemos muy más pobres y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a los otros» (V 10,6). Alusión a los textos evangélicos: Mt 25,28; LC 19,26; Mt 13,12… A veces queremos corregir la plan a Dios y no entendemos este comportamiento, pero Dios se va donde no le quieren y valoran sus bienes, no puede hacer milagros donde falta fe.
- Un detalle de sinceridad y, a la vez, de fragilidad de Teresa: «Ya puede ser que… otros habrá que no hayan menester más de la verdad de la fe para hacer obras muy perfectas, que yo, como miserable, todo lo he habido menester» (Vida 10,6).
5.- Un epílogo orante precioso
La mejor manera que tiene Teresa de enseñar a orar es orando ante nosotros. Aquí lo hace con una oración de bendición. Para que una oración sea auténtica tiene que estar la persona dentro, tiene que estar Dios dentro, tiene que darse una relación y dinamismo entre ambos, se debe operar una atracción o cambio en la persona porque Dios o nos encuentra iguales o nos hace iguales. Podemos orar con la oración de Teresa y prolongarla con nuestra oración.
Sea bendito por todo: «Dios es el que bendice»
Y sírvase de mí Ofrecimiento: «Aquí estoy»
Por quien Su Majestad es: «¡Qué forma de ser tan grande la de Dios!»
Que bien sabe mi Señor: «El Señor nos conoce»
Que no pretendo otra cosa en esto,
sino que sea alabado y engrandecido
un poquito de ver que en un muladar
tan sucio y de mal olor hiciese
huerto de tan suaves flores: «El sí al Señor hace nacer un huerto con flores»
Plega a Su Majestad que por mi culpa
no las torne yo a arrancar
y se torne a ser lo que era. «Pide ayuda al Señor.»
Esto pido yo por amor del Señor
le pida vuestra merced,
pues sabe la que soy
con más claridad
que aquí me lo ha dejado decir.
«Busca ayuda en quienes la conocen».
Los mete en su vida, para que intercedan».