Fundaciones (28): Villanueva de la Jara

Orar en tiempos difíciles.La oración se realiza en todo tiempo.Es posible vivir la confianza en Dios en medio de la bonanza y en medio de la prueba. «Cesaron las fundaciones por más de cuatro años. La causa fue que comenzaron grandes persecuciones muy de golpe a los Descalzos y Descalzas… que estuvo a punto de acabarse todo» (F 28,1).

Falsos testimonios malean la bondad del General, pero las contradicciones no quiebran el corazón orante. «Le pusieron de suerte que ponía mucho porque no pasasen adelante los Descalzos, que con los monasterios de las monjas siempre estuvo bien» (F 28,2). Teresa está entre dos fuegos: «Porque dejar de ayudar a que fuese adelante obra adonde yo claramente veía servirse nuestro Señor y acrecentarse nuestra Orden, no me lo consentían muy grandes letrados con quien me confesaba y aconsejaba, e ir contra lo que veía quería mi prelado, érame una muerte» (F 28,2).

La persecución no ensucia la mirada de Teresa. «Murió un Nuncio santo que favorecía mucho la virtud, y así estimaba los Descalzos. Vino otro que parecía le había enviado Dios para ejercitarnos en padecer. Era algo deudo del Papa, y debe ser siervo de Dios… enteróse mucho en que era bien no fuesen adelante estos principios, y así comenzó a ponerlo por obra con grandísimo rigor, condenando a los que le pareció le podían resistir, encarcelándolos, desterrándolos» (F 28,3).

En medio de la tormenta, ve Teresa la mano de Dios. «Bien se entendía venir todo de Dios y que lo permitía Su Majestad para mayor bien y para que fuese más entendida la virtud de estos Padres, como lo ha sido» (F 28,5). «Sea Dios alabado, que favorece la verdad» (F 28,6). En estas circunstancias era impensable fundar. «¡Ya veréis, hermanas, el lugar que había para fundar! Todas nos ocupábamos en oraciones y penitencias sin cesar, para que lo fundado llevase Dios adelante, si se había de servir de ello» (F 28,7).

Fundación en la prueba.«En el principio de estos grandes trabajos… estando yo en Toledo, que venía de la fundación de Sevilla, año de 1576, me llevó cartas un clérigo de Villanueva de la Jara del ayuntamiento de este lugar, que iba a negociar conmigo admitiese para monasterio nueve mujeres que se habían entrado juntas en una ermita de la gloriosa Santa Ana que había en aquel pueblo, con una casa pequeña cabe ella, algunos años había, y vivían con tanto recogimiento y santidad, que convidaba a todo el pueblo a procurar cumplir sus deseos, que eran ser monjas» (F 28,8).

Catarata de razones en contra. «A mí me pareció cosa que en ninguna manera convenía admitirla por estas razones: la primera, por ser tantas, y parecíame cosa muy dificultosa, mostradas a su manera de vivir, acomodarse a la nuestra. La segunda, porque no tenía casi nada para poderse sustentar, y el lugar no es poco más de mil vecinos, que para vivir de limosna es poca ayuda; aunque el ayuntamiento se ofrecía a sustentarlas, no me parecía cosa durable. La tercera, que no tenían casa. La cuarta, lejos de estotros monasterios. Quinta, y que aunque me decían eran muy buenas, como no las había visto no podía entender si tenían los talentos que pretendemos en estos monasterios; y así me determiné a despedirlo del todo» (F 28,9). Pide consejo, como hace siempre, a un letrado, el Doctor Velásquez. «Díjome que no lo despidiese, sino que respondiese bien; porque cuando tantos corazones juntaba Dios en una casa, que se entendía se había de servir de ella. Yo lo hice así, que ni lo admití del todo ni lo despedí… Cuando respondía, nunca podía responder del todo mal» (F 20,10).

Dos descalzos «comenzaron a tratar con estas santas hermanas. Y aficionados de su virtud… tomaron este negocio por propio y comenzaron a persuadirme con mucha fuerza con cartas» (F 28,11). Teresa teme que un grupo no se entienda con el otro y que no tengan para mantenerse. «Después he entendido era el demonio, que con haberme el Señor dado ánimo, me tenía con tanta pusilanimidad entonces, que no parece confiaba nada de Dios» (F 28,14).

La fuerza de la palabra del Señor. «Acabando un día de comulgar y estándolo encomendando a Dios, como hacía muchas veces…me hizo Su Majestad una gran reprensión, diciéndome que con qué tesoros se había hecho lo que estaba hecho hasta aquí; que no dudase de admitir esta casa, que sería para mucho servicio suyo y aprovechamiento de las almas» (F 28,15). «Como son tan poderosas estas palabras de Dios, que no sólo las entiende el entendimiento, sino que le alumbra para entender la verdad, y dispone la voluntad para querer obrarlo, así me acaeció a mí; que no sólo gusté de admitirlo, sino que me pareció había sido culpa tanto detenerme y estar tan asida a razones humanas, pues tan sobre razón he visto lo que Su Majestad ha obrado por esta sagrada Religión» (F 28,16).

El Señor es poderoso. Cuando se le sirve, nada se pone delante. «Vinieron por nosotras el padre fray Antonio de Jesús y el padre prior fray Gabriel de la Asunción… Fue Dios servido de hacer tan buen tiempo y darme tanta salud, que parecía nunca había tenido mal; que yo me espantaba y consideraba lo mucho que importa no mirar nuestra flaca disposición cuando entendemos se sirve el Señor, por contradicción que se nos ponga delante, pues es poderoso de hacer de los flacos fuertes y de los enfermos sanos… ¿Para qué es la vida y la salud, sino para perderla por tan gran Rey y Señor? Creedme, hermanas, que jamás os irá mal en ir por aquí» (F 28,18).

«Yo confieso que mi ruindad y flaqueza muchas veces me ha hecho temer y dudar; mas no me acuerdo ninguna, después que el Señor me dio hábito de Descalza, ni algunos años antes, que no me hiciese merced, por su sola misericordia, de vencer estas tentaciones y arrojarme a lo que entendía era mayor servicio suyo, por dificultoso que fuese. Bien claro entiendo que era poco lo que hacía de mi parte, mas no quiere más Dios de esta determinación para hacerlo todo de la suya. Sea por siempre bendito y alabado, amén» (F 28,19).

Un convento de frailes entre el halo de santidad de «la pecadora». «Habíamos de ir al monasterio de nuestra Señora del Socorro… Está esta casa en un desierto y soledad harto sabrosa; y como llegamos cerca, salieron los frailes a recibir a su Prior con mucho concierto. Como iban descalzos y con sus capas pobres de sayal, hiciéronnos a todas devoción, y a mí me enterneció mucho pareciéndome estar en aquel florido tiempo de nuestros santos Padres. Parecían en aquel campo unas flores blancas olorosas, y así creo yo lo son a Dios, porque, a mi parecer, es allí servido muy a las veras. Entraron en la iglesia con un Te Deum y voces muy mortificadas. La entrada de ella es debajo de tierra, como por una cueva, que representaba la de nuestro Padre Elías. Cierto, yo iba con tanto gozo interior, que diera por muy bien empleado más largo camino; aunque me hizo harta lástima ser ya muerta la santa por quien nuestro Señor fundó esta casa, que no merecí verla, aunque lo deseé mucho» (F 28,20). «Se llamaba ella doña Catalina de Cardona. Después de algunas veces que me escribió, sólo firmaba ‘la Pecadora'» (F 28,21).

Un canto a la misericordia. «Yo me consolé muy mucho lo que allí estuve, aunque con harta confusión, y me dura; porque veía que la que había hecho allí la penitencia tan áspera era mujer como yo, y más delicada, por ser quien era y no tan gran pecadora como yo soy; que en esto, de la una a la otra no se sufre comparación, y he recibido muy mayores mercedes de nuestro Señor de muchas maneras, y no me tener ya en el infierno, según mis grandes pecados, es grandísima. Sólo el deseo de remedarla, si pudiera, me consolaba, mas no mucho; porque toda mi vida se me ha ido en deseos y las obras no las hago. Válgame la misericordia de Dios, en quien yo he confiado siempre por su Hijo sacratísimo y la Virgen nuestra Señora, cuyo hábito por la bondad del Señor traigo» (F 28,35).

Apoteosis final. «Llegamos el domingo primero de la cuaresma… año de 1580, a Villanueva de la Jara. Este mismo día se puso el Santísimo Sacramento en la iglesia de la gloriosa Santa Ana, a la hora de misa mayor. Saliéronnos a recibir todo el ayuntamiento… Era tanta la alegría de todo el pueblo, que me hizo harta consolación ver con el contento que recibían la Orden de la sacratísima Virgen Señora nuestra. Desde lejos oíamos el repicar de las campanas. Entradas en la iglesia, comenzaron el Te Deum, un verso la capilla de canto de órgano, y otro el órgano» (F 28,37).

«A mí me hizo alabar a nuestro Señor, y mientras más las trataba más contento me daba haber venido… Gran cosa puede la santidad y virtud» (F 28,43). «La misericordia de Dios es tan grande que no dejará de favorecer la casa de su gloriosa abuela. Plega a Su Majestad que sea siempre servido en ella, y le alaben todas las criaturas por siempre jamás, amén» (F 28,45).

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