Fundaciones (6-8): El discernimiento: Imprescindible en la oración

LO LLAMAN «ARROBAMIENTO» Y ES «EMBEBECIMIENTO GRANDE» (F 6,1)

Teresa no se desentiende de las personas; afronta temas dificultosos, en los que es «muy necesario entenderse» (F 6,7). Se lo piden las monjas y ella acepta la petición porque conviene para «guiar en oración» (F 6,8) y para no estancarse en la oración. Le mueve el amor a la verdad. No toda oración lleva a la meta.

Lo que sucede: «Acaece muchas veces comenzar una oración de quietud, a manera de sueño espiritual, que embebece el alma de manera que, si no entendemos cómo se ha de proceder aquí, se puede perder mucho tiempo y acabar la fuerza por nuestra culpa y con poco merecimiento» (F 6,1). «Estos pasmos tan largos» (F 6,5); «algunas sé que se estaban siete u ocho horas» (F 6,2).

Consejos: «A mi parecer, amarían muy mejor no dejándose embobar» (F 6,3). «Yo ninguna ganancia hallo en esta flaqueza corporal» (F 6,5). Es una pérdida de tiempo «tanto tiempo embebidas» (F 6,5). Es mucho mejor «despertar muchas veces la voluntad para que ame más a Dios, que no dejarla pausada» (F 6,5). «Esto nace de la flaqueza grande corporal, o de la imaginación, que es muy peor» (F 6,7). «También puede entrometerse en esto nuestro amor propio» (F 6,17).

¿Cómo distinguir un arrobamiento verdadero de uno que no lo es? «En arrobamiento o unión de todas las potencias como digo dura poco y deja grandes efectos y luz interior en el alma con otras muchas ganancias, y ninguna cosa obra el entendimiento, sino el Señor es el que obra en la voluntad. Acá es muy diferente; que, aunque el cuerpo está preso, no lo está la voluntad, ni la memoria ni entendimiento, sino que harán su operación desvariada» (F 6,4).

«Es menester quien se viere con este embebecimiento muchos días, procurar mudar la consideración» (F 6,6). «¿Por qué ha de estar el alma cautiva a sola una de sus grandezas o misterios, pues hay tanto en que nos ocupar?» (F 6,7).

Yendo a casos concretos. Algunas mujeres creen que mueren si no comulgan. Teresa se implica, está dispuesta a jugarse la vida. «Díjeles que yo también tenía aquellos deseos y dejaría de comulgar, porque creyesen que ellas no lo habían de hacer sino cuando todas; que nos muriésemos todas tres, que yo tendría esto por mejor que no que semejante costumbre se pusiese en estas casas, adonde había quien amaba a Dios tanto como ellas, y querrían hacer otro tanto» (F 6,11). La obediencia aparece como acertado criterio de discernimiento: «Mientras más veía que no se sujetaban a la obediencia (porque, a su parecer, no podían más), más claro vi que era tentación» (F 6,12). «Quisiera más verla obedecer a una persona, que no tanta comunión» (F 6,16). «Si es por contentar a Dios, ya saben que se contenta más con la obediencia que con el sacrificio. Pues si esto es y merezco más, ¿qué me altera?» (F 6,22). Pide ayuda a fray Pedro de Alcántara, para que hable a una de ellas, pero no resulta. «Que somos tan miserables, que nunca nos satisfacemos mucho, sino de los que van por nuestro camino» (F 6,18).

«Créanme, que amor de Dios (no digo que lo es, sino a nuestro parecer) que menea las pasiones de suerte que para en alguna ofensa suya o en alterar la paz del alma enamorada de manera que no entienda la razón, es claro que nos buscamos a nosotros» (F 6,21).

«Pues quede entendido de aquí que todo lo que nos sujetare de manera que entendamos no deja libre la razón, tengamos por sospechoso y que nunca por aquí se ganará la libertad de espíritu; que una de las cosas que tiene es hallar a Dios en todas las cosas y poder pensar en ellas. Lo demás es sujeción de espíritu y, dejado el daño que hace al cuerpo, ata al alma para no crecer» (F 6,15). Siendo así que «el alma, para ir adelante, no sólo ha menester andar sino volar» (F 6,15).

«Si alguno se determina, aunque le diga el confesor que no comulgue, a comulgar… Yo no querría el mérito que de allí sacará, porque en cosas semejantes no hemos de ser jueces de nosotros. El que tiene las llaves para atar y desatar, lo ha de ser» (F 6,23). «Plega al Señor que, para entendernos en cosas tan importantes, nos dé luz y no nos falte su favor, para que de las mercedes que nos hace no saquemos darle disgusto» (F 6,23).

LA MELANCOLÍA

Segundo problema que afronta: utilizar la melancolía como motivo para hacer cada uno su propia voluntad y alejarse de la finalidad de la oración, que consiste en cumplir la voluntad de Dios. «Porque ahora se usa más que suele, y es que toda la propia voluntad y libertad llaman ya melancolía» (F 7,8). «Que se llame enfermedad grave¡y cuánto lo es! y se cure como tal» (F 7,8). «Son tantas las invenciones que busca este humor para hacer su voluntad, que es menester buscarlas para cómo lo sufrir y gobernar sin que haga daño a las otras» (F 7,1). «Haber de tenerse por persona de razón y tratarla como tal no teniéndola, es trabajo intolerable» (F 7,2).

Frente al capricho, firmeza, autoridad; no hay otro remedio. «Procuren sujetarlas de manera que entiendan no han de salir con todo ni con nada de lo que quieren. Porque, si entienden que algunas veces han bastado sus clamores y las desesperaciones que dice el demonio en ellos, por si pudiese echarlos a perder, ellos van perdidos, y una basta para traer inquieto un monasterio» (F 7,3). «Es menester que no comiencen en los tiempos que están malos a tomar libertad, para que cuando están buenos no sean señores de sí, que es terrible ardid del demonio. Y así, si lo miramos, en lo que más dan es en salir con lo que quieren y decir todo lo que se les viene a la boca y mirar faltas en los otros con que encubrir las suyas, y holgarse en lo que les da gusto; en fin, como quien no tiene en sí quien la resista» ¿qué será, si no hay quien las resista?» (F 7,3).

Si se puede «llevarlas por maña y amor todo lo que fuere menester, para que, si fuese posible, por amor se sujetasen, que sería muy mejor y suele acaecer, mostrando que las ama mucho, y dárselo a entender por obras y palabras» (F 7,9).

Dos razones de este mal. «La una, que parece están buenas, porque ellas no quieren conocer tienen este mal… pues es más perjudicial mal para toda la perfección, que los que están con peligro de la vida en la cama. La otra es, porque con otras enfermedades o sanan o se mueren; de ésta, por maravilla sanan, ni de ella se mueren, sino vienen a perder del todo el juicio, que es morir para matar a todas» (F 7,10).

«Por cierto, yo las tengo gran piedad, y así es razón todas se la tengan las que están con ellas, mirando que se le podrá dar el Señor, y sobrellevándolas sin que ellas lo entiendan, como tengo dicho. Plega al Señor que haya atinado a lo que conviene hacer para tan gran enfermedad» (F 7,10).

VISIONES Y REVELACIONES

Comienza extrañándose de que se extrañen. «Parece hace espanto a algunas personas sólo en oír nombrar visiones o revelaciones. No entiendo la causa por qué tienen por camino tan peligroso el llevar Dios un alma por aquí, ni de dónde ha procedido este pasmo» (F 8,1).

«Porque a pocos confesores irá que no la dejen atemorizada; que, cierto, no espanta tanto decir que les representa el demonio muchos géneros de tentaciones y de espíritu de blasfemia y disparatadas y deshonestas cosas, cuanto se escandalizará de decirle que ha visto o habládola algún ángel, o que se le ha representado Jesucristo crucificado, Señor nuestro» (F 8,1).

«Yo sé de una persona… y harto tenía, cuando veía su imagen en alguna visión, que santiguarse y dar higas» (F 8,3). «Son representaciones que hace el demonio para engañar… Digo que no engañará si hay humildad; y así no hay para qué andar asombradas, sino fiar del Señor y hacer poco caso de estas cosas, si no es para alabarle más» (F 8,2). «Porque adonde quiera que veamos la imagen de nuestro Señor, es bien reverenciarla, aunque el demonio la haya pintado; porque él es gran pintor, y antes nos hace buena obra, queriéndonos hacer mal, si nos pinta un crucifijo u otra imagen tan al vivo, que la deje esculpida en nuestro corazón. Cuadróme mucho esta razón, porque cuando vemos una imagen muy buena, aunque supiésemos la ha pintado un mal hombre, no dejaríamos de estimar la imagen ni haríamos caso del pintor para quitarnos la devoción. Porque el bien o el mal no está en la visión, sino en quien la ve y no se aprovecha con humildad de ellas; que si ésta hay, ningún daño podrá hacer aunque sea demonio; y si no la hay, aunque sean de Dios, no hará provecho. Porque, si lo que ha de ser para humillarse viendo que no merece aquella merced, la ensoberbece, será como la araña que todo lo que come convierte en ponzoña; o la abeja, que lo convierte en miel» (F 8,3).

«No se crea luego un alma, sino que vaya esperando tiempo y entendiéndose bien antes que lo comunique, para que no engañe al confesor, sin querer engañarle» (F 8,8). «Por estas cosas y otras semejantes, conviene mucho que se trate claridad de su oración cada hermana con la priora» (F 8,9).

«Y la priora, con prudencia, siempre la entiendan inclinada más a loar a las que se señalan en cosas de humildad y mortificación y obediencia, que a las que Dios llevare por este camino de oración muy sobrenatural, aunque tengan todas estotras virtudes. Porque si es espíritu del Señor, humildad trae consigo para gustar de ser despreciada, y a ella no hará daño y a las otras hace provecho. Porque, como a esto no pueden llegar, que lo da Dios a quien quiere, desconsolarse hían para tener estotras virtudes; aunque también las da Dios, puédense más procurar y son de gran precio para la religión. Su Majestad nos las dé. Con ejercicio y cuidado y oración no las negará a ninguna que con confianza de su misericordia las procurare» (F 8,9).

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