Fundaciones (9-12): Vidas ejemplares

Mujeres despertadores de alabanza. «Plega a Su Majestad,… que nos sepamos aprovechar de tan buena compañía como ésta y otras muchas que nuestro Señor nos da en estas casas. Podrá ser que diga alguna cosa de ellas, para que se esfuercen a imitar las que van con alguna tibieza, y para que alabemos todas al Señor que así resplandece su grandeza en unas flacas mujercitas» (f 12,10).

MALAGÓN

Quizás hacen más bien los avisos que los relatos (cf F 9,1). Sigue gozándose en las hermanas (cf F 9,1). Una llama enciende otra llama: «Fueron entrando algunas, que parece las escogía el Señor cuales convenía para cimiento de semejante edificio, que en estos principios entiendo está todo el bien para lo de adelante; porque, como hallan el camino, por él se van las de después» (F 9,1).

El tiempo invertido en la amistad nunca se pierde. «Una señora de Toledo… me cobró particular amor, que debía ser algún medio para despertarla a lo que hizo» (F 9,2). «Comenzóme mucho a importunar hiciese uno (monasterio) en una villa suya llamada Malagón. Yo no le quería admitir en ninguna manera, por ser lugar tan pequeño que forzado había de tener renta para poderse mantener, de lo que yo estaba muy enemiga» (F 9,2). Consulta con letrados y con su confesor. «Me dijeron que hacía mal» (F 9,3). «Con esto se juntaron las muchas importunaciones de esta señora, por donde no pude hacer menos de admitirle. Dio bastante renta» (F 9,3). El pueblo quedó encantando. «Día de Ramos, año de 1568, yendo la procesión del lugar por nosotras, con los velos delante del rostro y capas blancas, fuimos a la iglesia del lugar, adonde se predicó, y desde ahí se llevó el Santísimo Sacramento a nuestro monasterio. Hizo mucha devoción a todos» (F 9,5).

VALLADOLID

En torno a la Madre Teresa siempre pasan cosas. Ahora es un caballero. «Tratando conmigo un caballero principal, mancebo, me dijo que, si quería hacer monasterio en Valladolid, que él daría una casa que tenía, con una huerta muy buena y grande, que tenía dentro una gran viña, de muy buena gana, y quiso dar luego la posesión; tenía harto valor. Yo la tomé, aunque no estaba muy determinada a fundarle allí, porque estaba casi un cuarto de legua del lugar» (F 10,1).

Teresa recibe y se da: toma a su cargo al mancebo, cuando éste enferma y muere muy en breve. Es agradecida. «Díjome el Señor que había estado su salvación en harta aventura, y que había habido misericordia de él por aquel servicio que había hecho a su Madre en aquella casa que había dado para hacer monasterio de su orden, y que no saldría de purgatorio hasta la primera misa que allí se dijese, que entonces saldría» (F 10,2). «Me di toda la prisa que pude para fundar» (F 10,2).

«Entré en Valladolid día de San Lorenzo. Y como vi la casa, diome harta congoja, porque entendí era desatino estar allí monjas sin muy mucha costa; y aunque era de gran recreación, por ser la huerta tan deleitosa, no podía dejar de ser enfermo, que estaba cabe el río» (F 10,3). Pero no se viene abajo. «Aunque flaca, tenía alguna fe que el Señor, que me había dicho lo pasado, lo remediaría» (F 10,4). En esa casa acontece un encuentro providencial con Juan de la Cruz. «Estaba con nosotras… uno de los dos frailes que queda dicho, que quería ser descalzo, que se informaba de nuestra manera de proceder en estas casas» (F 10,4).

Al celebrar la primera eucaristía se realiza lo que el Señor le había dicho. «Viniendo el sacerdote adonde habíamos de comulgar, con el Santísimo Sacramento en las manos, llegando yo a recibirle, junto al sacerdote se me representó el caballero que he dicho, con rostro resplandeciente y alegre; puestas las manos, me agradeció lo que había puesto por él para que saliese del purgatorio y fuese aquel alma al cielo» (F 10,5). Y de nuevo, la Virgen -este convento se llamará de la Concepción de Nuestra Señora del Carmen-: «Gran cosa es lo que agrada a nuestro Señor cualquier servicio que se haga a su Madre, y grande es su misericordia. Sea por todo alabado y bendito, que así paga con eterna vida y gloria la bajeza de nuestras obras y las hace grandes siendo de pequeño valor» (F 10,5).

Y de nuevo más milagros. Una señora del lugar les cambia la casa por otra (cf F 10,6). Y, de nuevo, procesión y gran contento de la gente «porque hace el Señor muchas misericordias en aquella casa» (F 10,7).

HISTORIA DE UNA FAMILIA

Como un nuevo relato de la madre y sus siete hijos del libro de los Macabeos, Teresa pinta una historia vocacional, orante, con los mejores colores. Así empieza: «Porque entró allí una que dio a entender lo que es el mundo en despreciarle, de muy poca edad. Me ha parecido decirlo aquí, para que se confundan los que mucho le aman, y tomen ejemplo las doncellas a quien el Señor diere buenos deseos e inspiraciones, para ponerlos por obra» (F 10,7)

María de Acuña, la madre. Viuda, «comenzó a hacer vida de tanta santidad y a criar sus hijos en tanta virtud, que mereció que el Señor los quisiese para sí» (F 10,8). Les enseñó a orar, «que es adonde el Señor da luz para entender las verdades» (F 10,13). «Los hacía entrar a tiempos en un oratorio y los enseñaba cómo habían de considerar en la pasión del Señor y los hacía confesar a menudo; y así ha visto tan buen suceso de sus deseos, que eran quererlos para Dios» (F 11,2).

El hijo mayor. «El hijo de poca edad comenzó a entender lo que era el mundo y a llamarle Dios para entrar en religión, de tal suerte que no bastó nadie a estorbárselo… En fin, cuando el Señor quiere para sí un alma, tienen poca fuerza las criaturas para estorbarlo» (F 10,8). Precioso retrato: «Quisiera tener más para dejarlo todo» (F 10,12).Las dos hermanas también le siguen. Queda la pequeña.

Teresa no puede contar esto sin orar y gritar. Padres-hijos: un tema que le toca el corazón. «¡Oh Señor! ¡Qué gran merced hacéis a los que dais tales padres, que aman tan verdaderamente a sus hijos, que sus estados y mayorazgos y riquezas quieren que los tengan en aquella bienaventuranza que no ha de tener fin! Cosa es de gran lástima que está el mundo ya con tanta desventura y ceguedad, que les parece a los padres que está su honra en que no se acabe la memoria de este estiércol de los bienes de este mundo… y que a costa de los pobres hijos quieran sustentar sus vanidades y quitar a Dios, con mucho atrevimiento, las almas que quiere para sí… Abridles, Dios mío, los ojos; dadles a entender qué es el amor que están obligados a tener a sus hijos, para que no los hagan tanto mal» (F 10,9).

Casilda. «Porque no se perdiese la negra memoria ordenaron los deudos de casar esta niña con un tío suyo» (F 10,13). «Comenzando la niña a gozar de los trajes y atavíos del mundo… comenzó el Señor a darla luz» (F 10,14). «¡Oh grandeza de Dios, que del mismo contento que le daban los contentos de las cosas perecederas, le vino a aborrecer! Comenzóle a dar una tristeza tan grande que no la podía encubrir a su esposo, ni ella sabía de qué ni qué le decir, aunque él se lo preguntaba» (F 10,14).

Visita por providencia el convento y siente la llamada a ser monja. «Como el Señor la quería para sí, fuela quitando este amor y creciendo el deseo de dejarlo todo. En este tiempo sólo la movía el deseo de salvarse y de buscar los mejores medios…

que esta sabiduría le infundió Dios en tan poca edad… ¡Dichosa alma que tan presto salió de la ceguedad en que acaban muchos viejos!» (F 10,16).

Crece el deseo de abrazar a nuestra Señora. Aparecen las estrategias (no quiere salir del monasterio, historia de los sarmientos, con los chapines en la manga y alzada la saya). Le brotan palabras llenas de sabiduría para contradecir a los que se oponen a sus propósitos. «Decían que era niñería y que esperase hasta tener edad, que no tenía cumplidos doce años. Ella decía que como la hallaron con edad para casarla y dejarla al mundo, ¿cómo no se la hallaban para darse a Dios? Decía cosas que se parecía bien no era ella la que hablaba en esto» (F 11,4). «Al alma que Dios da luz de la verdad, las tentaciones y estorbos que pone el demonio la ayudan más; porque es Su Majestad el que pelea por ella, y así se veía claro aquí que no parecía era ella la que hablaba» (F 11,7).

Le dieron el hábito. «¡Sea bendito por siempre!, que así da gusto con los vestidos pobres de sayal a la que tan aficionada estaba a los muy curiosos y ricos, aunque no eran parte para encubrir su hermosura, que estas gracias naturales repartió el Señor con ella como las espirituales, de condición y entendimiento tan agradable que a todas es despertador para alabar a Su Majestad. Plega a El haya muchas que así respondan a su llamamiento» (F11,11).

DOÑA BEATRIZ OÑEZ. OTRA LLAMADA. OTRO EJEMPLO

«Entró algunos años antes, cuya alma tenía a todas espantada por ver lo que el Señor obraba en ella de grandes virtudes; y afirman las monjas y priora que en todo cuanto vivió jamás entendieron en ella cosa que se pudiese tener por imperfección… Siempre traía en la boca alabanzas de Dios y un agradecimiento grandísimo. En fin, una perpetua oración» (f 12,1). «Grandísima caridad con los prójimos, de manera que decía que por cada uno se dejaría hacer mil pedazos a trueco de que no perdiesen el alma y gozasen de su hermano Jesucristo, que así llamaba a nuestro Señor» (F 12,2). Y a fe que lo cumplió cuando ofreció su vida como trueque por la salvación de unos que iban «a quemar por grandes delitos» (F 12,3).

Cuando murió estaba rodeada de la comunidad y del sacerdote y «fue tan grande el gozo espiritual y alegría que recibieron, que no saben decir más de que les parecía que estaban en el cielo. Y con esta alegría que digo, los ojos en el cielo, expiró, quedando como un ángel, que así podemos creer, según nuestra fe y según su vida, que la llevó Dios a descanso en pago de lo mucho que había deseado padecer por El» (F 12,8). «Todo se puede creer de la misericordia de Dios» (F 12,9).

Fundación Malagón

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