17. Tu escalada a la montaña (Camino 17)

«Hazte capacidad y yo me haré torrente» (Santa Catalina de Siena)

Teresa tiene entre las manos un problema: los que se ejercitan en oración, ¿llegan normalmente a ser contemplativos? ¿Cuándo y cómo? Cuando nos preparamos, ¿cómo responde Dios? «Dispóngase para si Dios le quisiere llevar por ese camino» (C 17,1).

Para Teresa oración, oración vocal, oración mental, meditación… expresan las diversas modulaciones de nuestro trato de amistad con Dios. Por contemplación entiende la experiencia de Dios, de Cristo, de sus misterios.

Los planes del Señor no son nuestros planes, ni sus caminos los nuestros. ¿Por qué no responde el Señor a quien le ama y le sirve? Alusión a los jornaleros de la viña de que habla el Evangelio. Interesa descubrir el amor gratuito, sin imposiciones ni chantajes. En el libro de la Vida escucha esto del Señor: «Tú, Teresa, sírveme a mí y no te metas en eso» (Vida 19,9). «Si después de muchos años de oración, el Señor quiere a cada una para su oficio –a unas para contemplación y a otras para el servicio y la cruz- pues… juicios son suyos, no hay que meterse en ellos» (C 17,7).

La llegada a la experiencia de Dios no es premio a nuestros méritos, ni resultado de esfuerzos humanos, ni efecto de técnicas y cálculos, ni comisión por amores y servicios. Es puro don. «Es cosa que lo da Dios» (17,2). Aquí, la humildad. «El verdadero humilde ha de ir contento por donde le llevare el Señor» (C 17,1).

Nosotras podemos prepararnos. Y nada nos prepara mejor que la humildad, porque coloca al orante en la verdad de sí mismo y de su vida, en la verdad de sus relaciones con Dios. La humildad nos enseña a recibir. «Miren que la verdadera humildad está mucho en estar muy prontos en contentarse con lo que el Señor quisiere hacer de ellas y siempre hallarse indignos de llamarse sus siervos» (C 17,6). «Por ventura el que les pareciere va por muy bajo camino, está más alto a los ojos del Señor» (C 17, 2). Critica a los que quieren pedir a Dios regalo como pago de sus buenas obras.

Teresa defiende la pluralidad de caminos, pero se le va la pluma a favor de Marta.Quiere consolar y alentar a los no contemplativos. «Santa era santa Marta, aunque no dicen era contemplativa. Pues, ¿qué más queréis que poder llegar a ser como esta bienaventurada, que mereció tener a Cristo nuestro Señor tantas veces en su casa y darle de comer y servirle y comer a su mesa? Si se estuviera como la Magdalena, embebida, no hubiera quien diera de comer a este divino Huésped» (C 17,5. «Acuérdense que es menester quien le guise la comida, y ténganse por dichosas en andar sirviendo como Marta… Pues, si contemplar y tener oración mental y vocal, y curar enfermos, y servir en las cosas de casa y trabajar –sea en lo más bajo-, todo es servir al Huésped que se viene con nosotras a estar y a comer, y recrea, ¿qué más se nos da en lo uno que en lo otro?» (C 17, 6).«Entended que si es en la cocina (Vuestra tarea), entre los pucheros anda el Señor ayudándoos en lo interior y exterior» (Fundaciones 5,8). Se absolutiza el encuentro personal, cuya condición es la gratuidad y se relativizan las mediaciones.


¿Cómo vivir con otros seguidores de Jesús?

¿Cómo ofrecer la propia debilidad, la Betania de cada uno de nosotros, como casa de comunión? «El diálogo y la escucha son los nuevos nombres de la caridad» (Vita Consecrata).

Relato de las abejas

un relato que nos ayuda a respetar a los demás, y a encontrar un perfume mejor:

Comenzaba el verano y calentaba el sol. En la huerta de un viejo convento había varias colmenas. Un fraile llamado Elías las cuidaba con cariño. Era un gran sabio; la contemplación y el cuidado de las abejas le habían hecho sabio. Esa tarde iba a realizar una labor muy importante. Un joven, inexperto pero con ganas de saber algo de ese mundo fascinante, le acompañaba.

El fraile había observado que dos colmenas habían perdido, por la sequía, muchas de sus abejas, la mitad decía él. Decía que lo había descubierto escuchando el zumbido cansado de sus alas. Ya hemos dicho que era sabio; la escucha atenta del vuelo de las abejas le había hecho sabio.

Había llegado el momento de encontrar una solución. Las pocas abejas que quedaban en cada una de las colmenas, al tener que realizar múltiples tareas, no resistirían mucho tiempo y terminarían muriendo de agotamiento. El joven seguía con los ojos del alma abiertos a lo que veía y escuchaba. El fraile sabio le fue diciendo que si juntaban las abejas de las dos colmenas se destruirían entre sí, porque las abejas de cada colmena tienen un olor característico.

El joven no salía de su asombro. Para él todas las abejas eran iguales. Y eso del olor y del vuelo, ¡qué maravilla poder apreciarlos! El sabio fraile seguía enseñándole. Colocó una colmena sobre la otra, poniendo entre una y otra papel de periódico. Sacó un frasco de perfume y echó unas gotas en las dos colmenas. Seguidamente retiró las tapas de tabla que cubrían la parte de arriba de una de las colmenas y la parte de debajo de la otra. Y las abejas, las de arriba y las de abajo, al percibir que las vecinas tenían su mismo olor, el del perfume, mordisquearon el papel buscándose unas a otras. En unos segundos, ya no eran dos colmenas sino una. Rápidamente se distribuyeron las funciones y enseguida comenzaron las abejas a salir, con un vuelo alegre, en búsqueda de las flores del tomillo y del brezo, para labrar en la oscuridad del panal la rica miel.

Para el fraile sabio había sido una tarea más junto a sus queridas abejas; para el joven había sido una lección que no olvidaría nunca: un olor más fuerte había logrado la unión de abejas distintas (Equipo del CIPE).

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