20. Entra en el lenguaje de la comunidad orante (Camino 20)

Teresa habla aquí del lenguaje del grupo, de «vuestro trato y lenguaje», de la lengua que han de hablar quienes van camino de la fuente de agua viva. Aprender esa lengua, enseñarla a otros, eso es la escuela de oración. El grupo cuidará de no equivocarse de idioma y pasarse al que se habla en el mundo, tratará de no confundir el lenguaje de la casa con la algarabía de fuera, se preocupará no solo de las maneras y modales, sino de los contenidos. «¿De qué hablabais por el camino?» (Lc 24,17).

«No estamos aquí a otra cosa, así que pelead como fuertes hasta morir en la demanda» (C 20,2). El gran proyecto es caminar hacia la fuente. «Anhelar la fuente» es el símbolo más fuerte. La fuente y el agua son polivalentes: significan la oración perfecta, la gracia de la contemplación, la experiencia de Dios, la unión a Cristo y, con ella, la santidad.

Que nadie se dispense de pelear como fuerte hasta dar con el agua viva. Todos estamos llamados a la contemplación. «Quien tenga sed, venga a mí y beba» (Jn 7,37). Pero el agua que ofrece Jesús es gracia, puro regalo suyo. «Si os lleva el Señor con alguna sed en esta vida, en la vida que es para siempre os dará, con toda abundancia, de beber» (C 20,2).

Este es vuestro trato y lenguaje. El grupo tiene lenguaje propio, un lenguaje que consiste en hablar de Dios. «Están obligadas a no hablar sino en Dios… Este es vuestro trato y lenguaje… Quien os quisiere tratar, depréndale… Guardaos de aprender vosotras el suyo: será infierno… Vuestro trato es de oración» (C 20,4). Hablar de Dios es hacer teología viva. Hablar de Dios es preludio normal para hablar a Dios. «Aconsejaría yo a quienes tienen oración, que procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima» (V 7,20). Se trata de aprender a hablar de todo en Dios.

Algarabía es el lenguaje que hablan los no interesados en el agua viva. «No lleva camino uno que no sabe algarabía, gustar de hablar mucho con quien no sabe otro lenguaje… Que no sería poco daño comenzar a hablar nueva lengua, y todo el tiempo se os iría en eso. Y no podéis saber como yo, que lo he experimentado, el gran mal que es para el alma, porque por saber la una se olvida la otra, y es un perpetuo desasosiego» (C 20,5). «Todas las personas que os trataren, hijas, habiendo disposición y alguna amistad, procurad quitarles el miedo de comenzar el gran bien de la oración» (C 20,3). Todos están llamados a la fuente.

Lee este relato que ayuda a descubrir la importancia del lenguaje en nuestras relaciones.

Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo. Cuando vieron cuán profundo era, dijeron a las dos ranas que estaban en el fondo que se debían dar por muertas.

Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras seguían insistiendo que sus esfuerzos serían inútiles. Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió, se desplomó y murió. La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible. Una vez más, la multitud de ranas gritaban y hacían señas para que dejara de sufrir y que simplemente se dispusiera a morir, ya que no tenía sentido seguir luchando. Pero la rana saltó cada vez con más fuerzas hasta que finalmente logró salir del hoyo. Cuando salió, las otras ranas le dijeron: «nos da alegría que hayas logrado salir, a pesar de lo que te gritábamos». La rana les explicó que era sorda, y que pensó que las demás la estaban animando a esforzarse más y salir del hoyo.

Lee Jn 6,5-13. Ponte en una actitud abierta, para dar y para recibir.

Se escenifica el relato que sigue: «Hay muchas cosas en mi vida a las que me aferro con los puños bien cerrados… Pero si abro los puños, seguirán estando ahí, no habrá desaparecido nada; pero mis manos estarán abiertas… Y al estar abiertas durante un tiempo suficiente… se acercarán los vecinos, los amigos, y mirarán para ver lo que tengo. Y hasta es posible que se sorprendan: ¡cuántas cosas tiene éste! Luego me mirarán y me preguntarán: ¿Te molesta si me llevo algo? Y yo contestaré: Por supuesto que no, puedes llevarte lo que quieras: para eso estoy aquí con las manos abiertas. Y quizás el amigo me mire otra vez, y me pregunte: ¿Te molesta que ponga algo mío en ellas? Y yo contestaré: Por supuesto que no».

Escribe algo para compartir y colócate ante los otros con las manos abiertas. Cuenta tu experiencia de oración.

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