26. Recógete para interiorizar la oración (Camino 26)

Teresa afronta un tema profundo: Cómo recoger el pensamiento para interiorizar la oración y hacerla más sencilla y contemplativa. En los cc. 26 y 27 dirá que lo principal para recoger el pensamiento en la oración es centrar la mirada en Cristo. Recogerse es acogerse a El, a su presencia, a su compañía. En los dos siguientes, insistirá en el aspecto psicológico: cuando el ama recoge las potencias y se entra ella misma dentro de sí…

Educarse a la presencia del El. La oración es cosa de dos, «amistad de dos amigos». Es fundamental que el orante no se encuentre solo consigo mismo. «Procurad luego, hija, pues estáis sola, tener compañía» (C 26,1). Actuar la fe en su presencia. Que pase mi fe teologal al tejido psicológico de mi vida, pensamientos, sentimientos. Que sea presencia amiga, «No estéis sin tan buen amigo al lado» (C 26,1).

Educar la mirada: desde la mirada exterior educar la mirada interior. Emplea muchas veces el verbo mirar, mirarle, poner los ojos en El, volver los ojos a mirarle, hasta que «miraros ha El con unos ojos tan hermosos y piadosos…, solo porque volváis la cabeza a mirarle’ (C 26,5). «Se trata de volver hacia El los ojos del alma» (C 26,3). Esto requerirá entrenamiento, hasta poder instalarse uno en su presencia y entrar en comunión con sus sentimientos. Arraigo en las capas hondas de mi interior, para decir con verdad: «juntos andemos, Señor» (C 26,6).

Educarse a la escucha y a la palabra. No hay amistad sin comunicación. «Como habláis con otras personas, ¿por qué os han más de faltar las palabras par hablar con Dios? No lo creáis; al menos yo no os creeré si lo usáis; porque si no, el no tratar con una persona causa extrañeza y no saber cómo nos hablar con ella, que parece no la conocemos, y aun aunque sea deudo; porque deudo y amistad se pierde con la falta de comunicación» (C 26,9). «El os dará qué le decir» (C 26,9). Ahí mismo se pone ella a decirle cosas al Padre, para enseñar al lector. «¡Oh Señor del mundo!…, le podéis decir…» (C 26,6).

«¡Acostumbraos, acostumbraos!» (C 26,2). No es cosa de un día. Educar el sentido de Dios. «Si en un año no pudiéremos salir con ellos, sea en más» (C 26,2).

Teresa utiliza varias imágenes para invitar al recogimiento: la imagen de la mujer casada y enamorada, que es toda atención, anticipo y premura para el esposo, que busca los sentimientos profundos del otro para entrar en sintonía con ellos. La imagen del Maestro amigo, gozoso de acoger y comunicar: «¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado?» (C 26,1).


Cuatro formas de orar en clave teresiana: ¿Qué es la oración sino abrir el corazón del hombre al don de Dios? Esto lo aprendemos de Jesús, de su forma de asomarse a la vida, que va más allá del juicio y se coloca en el terreno de la gracia:

a.- Mira que te mira (V 13,22)

Preciosa expresión de Teresa de Jesús, que sigue siendo válida para nosotros. Todos tenemos ojos para mirar y conocemos también la mirada interior. Tendríamos que leer aquí con atención el capítulo 26 de Camino, subrayando las cosas que nos llamen la atención. Relación de dos amigos. Ojos abiertos, sobre todo los del corazón, para un encuentro. Jesús no está esperando otra cosa sino «que le miremos».

Lo vamos a hacer ayudados por un pasaje del Evangelio. Recordamos que este recurso era muy utilizado por Teresa. Con gran facilidad entraba ella en las escenas y compartía protagonismo con los diversos personajes del Evangelio.

Vamos a tener presente el texto de Marcos 12,41ss. Una pobre viuda está en la explanada del templo. Hay miles de personas. Pero ella es única en su pequeñez. Rebusca en el bolsillo y encuentra unas monedas, casi nada. Es lo que tiene para vivir. Allí está, insignificante, en medio de la multitud. Lo que lleva no merece si siquiera la atención de su mirada. Es pobre. Ella no lo sabe, pero está siendo mirada con cariño, con admiración. Hay unos ojos fijos en su gesto pequeño de entrega, hay alguien que mira su corazón.

A cierta distancia, no mucha, Jesús se ha sentado en un lugar estratégico. Podía haberse colocado en muchos lugares en la plaza del templo, pero ha escogido ponerse ahí y mirar la pequeñez. Y mientras mira se emociona. Se llena el corazón de gozo al observar las huellas del Padre en el corazón de los más pequeños.

Después sucede un cruce de miradas. La pobre viuda mira a Jesús que la mira con cariño. Le devuelve la mirada, y eso es orar. El momento se puede prolongar hasta el infinito.

Ahora nos toca a cada uno. Escoge un momento del día, aunque sea pequeñito, insignificante a tus ojos y a los ojos de los demás. Recuérdalo y recuerda que el Señor te mira, siempre te mira con cariño, con ternura, con misericordia. Devuélvele tú la mirada y estarás orando. Si nos acostumbramos a hacer esto todos los días, nuestra vida irá siendo una vida mirada, bendecida, agraciada, por el Señor. Y brotará en nosotros un Magnificat. De la oración de mirada pasaremos a mirar la vida de tal forma que seamos capaces de ver las transparencias de Dios escondidas en el tejido de la vida. Para hacer un mundo mejor hay que empezar a mirarlo con mejores ojos.

b.- Escucha a quien te escucha («cabe el Maestro»: C 24,5)

Seguimos en la estela de Teresa. Ahora nos toca poner en práctica otra actitud fundamental para el trato de amistad: la escucha mutua. Afirma categóricamente Teresa: «Bien habla (Jesús) al corazón cuando le pedimos de corazón», y nos habla por las palabras del Evangelio. Teresa, como mujer, se fija no sólo en lo que dice, sino en quien lo dice: «Mirad las palabras que dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que os tiene». De nuevo, dos amigos que se relacionan, que están con el oído abierto para decirse, para abrir surcos al misterio en el corazón.

Seguimos acudiendo al Evangelio. Tenemos presente otro texto de Marcos 10,46ss. Un ciego-mendigo, Bartimeo, está a la orilla del camino, como tantos. Cuando no hay sitio en la mesa, tienen que emigrar a la orilla. Está cansado de gritar pasen o no pasen caminantes junto a él. Al percibir que pasa Jesús, comienza a gritar y a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo regañan. Los gritos molestan y más a algunas horas y en algunos momentos. Pero él grita por si alguien oye su voz.

Jesús va de camino. Va hacia Jerusalén. Sabe que allí le esperan momentos difíciles. Todo lo va rumiando en su interior. A su lado van los discípulos con otros pensamientos muy distintos, dentro. Andan discutiendo quién es el primero, el más importante. En la mente de Jesús se mezclan los contrastes: dar la vida haciéndose último, lograr los primeros puestos para ser los más importantes. Y Jesús, con todo eso dentro, oye el grito y se detiene, y pide que llamen al ciego-mendigo. Y éste da un salto y se coloca junto a Jesús. Y continúa el diálogo. Jesús le pide que manifieste todo lo que lleva dentro. En medio de la multitud que camina, un mendigo ciego y Jesús establecen una relación de escucha mutua. La escucha honda los va a dejar a los dos afectados. Bartimeo lo sigue por el camino lleno de alegría.

Podemos entrar en la escena. Meternos en la historia de orillamiento del ciego y gritar con él a Jesús. Podemos después escoger cualquiera de nuestras situaciones personales y gritar a Jesús desde ella: «O me curas o soy un caso perdido». Y de ahí podemos pasar a escuchar a Jesús y a entablar con él un diálogo de amor. De aquí a escuchar los gritos de los pobres y a dejarnos educar por ellos, pidiéndonos austeridad y distribución de bienes en una mesa común, no habrá más que un paso aunque no sea fácil darlo. A los orantes el Espíritu nos hace escuchar, junto con otros, voces que no son nuestras.

c.- Ofrécete a quien se te entrega («darnos del todo»: C 28,12)

Teresa nos ha sugerido que nos ejercitemos en la vida en dar y a recibir. Las dos cosas son muy importantes. Las dos nos descentran, nos hacen salir de nosotros y estrenar la fraternidad. Ninguno es tan pobre que no tenga algo para dar y ninguno tan rico que no tenga algo que ofrecer. De nuevo aparece la relación, relación «de dos mendigos» (P. Endokimov). Teresa dirá con mucha finura: «Mirad que el Señor no imposibilita a ninguno para comprar sus riquezas; con que dé cada uno lo que tuviere, se contenta». Todos podemos compartir y recibir con los demás y con el Señor.

Seguimos entrando en el Evangelio. Nos servimos ahora de un texto de Marcos 6,33ss. Un muchachito tiene cinco panes y dos peces. ¿Qué es eso? Nada. Da risa casi el nombrarlo. Pero el muchacho tiene ingenuidad y frescura en el alma. Eso es mucho más, muchísimo más. Oye que alguien busca ayuda y se da por aludido, y entrega lo que tiene. A los discípulos les da casi vergüenza decir lo que han encontrado. El muchacho, con su corazón asombrado dentro, va a asistir a un gran milagro: el de la multiplicación de lo pequeño para que coma la multitud.

Jesús está un poco lejos del muchacho físicamente, pero está muy cerca de su corazón. Conecta con él. Jesús sabe lo que es dar lo que tiene, sabe lo que es darse y ponerse en medio de la mesa como quien sirve (cf Lc 22,27). Acoge con emoción lo poquito que el muchacho entrega. Y bendice lo poquito y se entrega por entero. Y sobran doce cestos, después de haberse saciado la multitud.

Ahora nos toca a cada uno continuar esta historia de ida y vuelta, del dar y recibir. Nos toca entregar al Señor nuestra pobreza con la ingenuidad del niño, sin que nos lo impida la reflexión paralizante de los mayores. Orar es una historia de amistad, de dar y recibir. Dar y recibir en los momentos de oración y en la vida. Porque los que somos en la oración, eso mismos somos en la vida, o al revés.

Recordemos una vez más a Teresa: «Todo lo que os he avisado va dirigido a este punto de darnos del todo al Criador». Darnos del todo, para que como en casa propia, Dios pueda actuar para bien de todos. «A esto apunta, sin más, con toda seguridad la pedagogía teresiana de la oración».

d.- Acompaña a quien nunca te abandona («Procurad tener compañía»: C 26,1)

Teresa no sabe estar sola. Se esfuerza por buscar compañía. Se descubre en su interior habitada por una presencia. Esta presencia la embellece y la hace ser. «Lo que embellece el desierto es que en algún lugar esconde un pozo» (Principito). Se trata de salir de la ausencia para entrar en la presencia. De nuevo se establece la relación de los amigos gracias a una sensibilidad de fe y de amor para detectar una presencia escondida, pero real. «Qué bien sé yo la fonte que mana y corre aunque es de noche» (Juan de la Cruz).

Siguiendo el estilo de Teresa, nos servimos una vez más del Evangelio. Utilizamos un texto de Lucas 24,13ss. Dos discípulos de Jesús están de vuelta. Desanimados por la lectura que hacen de los hechos acaecidos en Jerusalén. Van juntos, pero sin presencia interior que les embellezca y les anime. Caminan, pero no van de comienzo en comienzo. Ni siquiera esperan una presencia.

Jesús ha aprendido a acompañar a lo largo de su vida. Ahora se hace el encontradizo. Se mete discretamente en sus vidas, para hablar desde dentro. Y ahí, en el corazón de sus vidas, la palabra de Jesús quema. Y vuelven sobre sus pasos. Empiezan a caminar con una presencia dentro, con un brillo que los hace testigos.

Ahora nos toca a cada uno entrar en la experiencia de los discípulos de Emaús, para ser como ellos protagonistas de un encuentro, de una presencia. Nosotros somos los pobres discípulos del Evangelio. «Nuestra fe humilde basta para acoger su presencia» (Comunidad de Taizé). Orar es vivir con la presencia de Jesús dentro. Teresa, desde el asombro de la presencia de Jesús en su vida, nos repite: «Mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo». Nosotros, en todos los atardeceres de nuestra vida, podemos orar y decir: «Quédate con nosotros, Señor».

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