41. El temor: hermano gemelo del amor (Camino 41)

Teresa habla de temor en clave de amor. El temor es categoría bíblica, el principio de la sabiduría. Se contrapone frontalmente al miedo. Habla del verdadero temor de Dios, para inculcarlo. Y del miedo para exorcizarlo.

El trato con Dios y la práctica de las otras virtudes cristianas dan como resultado esa doble expresión del sentido de Dios, amarlo a él, pero temiendo a la vez la propia fragilidad. Amarlo y temer perderlo.

El temor nace y crece. Brota en los primeros pasos de la oración y en el contemplativo el temor se consolida, se vuelve manifiesto. A más amor, más se afina y acendra el temor de El. «Cuando ya llega el alma a contemplación, el temor de Dios también anda muy descubierto, como el amor, no va disimulado, aun en lo exterior. Ha desaparecido el miedo, y se ha aumentado «el temor de perderos a Vos».

El verdadero temor de Dios, ¿en qué consiste? El amor lo vivimos en riesgo, como quien lleva un tesoro en vasijas de barro. Cuando más fino y consciente sea nuestro amor, más entrañado llevará el sentido del riesgo: riesgo de perder el amor, de pasar del amor al odio, de la vida a la muerte. De ahí brota el temor. Tememos ofender a Dios, perder a Dios, quedar sin su amor.

El temor agudiza la sensibilidad y la capacidad de discernir entre el bien y el mal. Afina el sentido del pecado.

El temor alienta la vigilancia, el mucho cuidado. No las verán andar descuidadas. Gran determinación de no ofender al Señor, hasta perder mil vidas antes que hacer un pecado mortal.

El temor lleva a la osadía y la libertad. El temor de Dios no es mortificante ni paralizante como el miedo. El verdadero temor de Dios es liberador: hace andar con una santa libertad.

Temor sí, miedo no. ¿Cómo ver a Dios y no morir? El miedo de Dios no es cristiano. No es un sentimiento auténtico frente al Padre de nuestro Señor Jesucristo o frente a Jesús.

El miedo es encogimiento y apretamiento del ánimo. Es amedrentarse y atemorizarse ante las exigencias de la virtud. El miedo es una degradación del temor de Dios. Es fuente de escrúpulos. Inhabilita para el bien.

Entre los miedos, ella destaca uno. El miedo al Maligno. A ella se lo inocularon desde fuera, en uno de los momentos más delicados de su camino espiritual. Pero logró perder el miedo al Maligno. Más teme ella un solo pecado venial que todo el infierno junto. El temor de Dios disuelve el miedo al diablo.

Mientras más santas, más conversables

Termina con un precioso epílogo sobre la afabilidad del orante, y sobre la magnanimidad de Dios. Ya antes había hablado de alegría y santa libertad. Interesa ser afables y conversables. La virtud que repele no es virtud. La virtud tiene que hacerse amable y deseable. «Procurad ser afables y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar». La razón está en que Dios es así. Su talante no es la dureza, ni el rigor, ni el puntillo justiciero. «Hijas mías, procurad entender de Dios en verdad que no mira a tantas menudencias como vosotras pensáis».

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