10. Contenidos de la oración teresiana

Os estáis conmigo y me veis siempre.

Soliloquio desde una palabra bíblica:

«Mis delicias son estar con los hijos de los hombres»

Es una palabra puesta en boca de la Sabiduría divina por el libro de los Proverbios. Teresa la ha oído y repetido muchas veces en el rezo litúrgico. Y desde la liturgia de las Horas ese requiebro de Yaveh ha pasado a la liturgia interior de la Santa. Lo ha escuchado dentro de sí, repetido para ella misma y reafirmado para el pequeño grupo de las doce reunidas en San José.

Cada vez que recuerda el texto bíblico, se le produce una especie de estupor ante el increíble gesto de Dios que traslada su cielo al interior de los hombres: ‘¡qué es esto! Siempre que oigo esta palabra me es gran consuelo. Aun cuando era (yo) muy perdida. ¿Es posible, Señor, que haya alma que llegue a que Vos la hagáis mercedes semejantes y regalos y a entender que Vos os regaláis con ella, que os torne a ofender después de tantos favores, y tan grandes muestras del amor que la tenéis? (Vida 14, 10).

Ahora, desde esa palabra bíblica el Soliloquio inicia una elevación al misterio del amor que tiene su hogar nativo en la Trinidad, y su reverbero supremo en el alma de Cristo. Entre los dos polos, el trinitario y el cristológico, el amor de Dios pasa por el alma de Teresa orante.

La oración sigue tres momentos.

El Soliloquio ha marcado el itinerario de la alabanza del alma a Dios; desde el seno de la Trinidad a Cristo; de Cristo a María y a nosotros.

ORACIONES DESDE LA VIDA

32 Requiebro y osadía

Quién ha probado una profunda experiencia de Dios, queda aprehendido por el doble sentimiento de su santidad y de su amor. Fascinado por su grandeza y su bondad. Ante El, fácilmente pasa del sentido de su infinita trascendencia, al de amistad e intimidad. Ahora Teresa cede al amor. En el amor, sufre el mal de la ausencia. Y le dirige una oración-requiebro. Entre audacia y ternura.

Es cierto, yo me he regalado hoy con el Señor y me he atrevido a quejarme de Su Majestad. Y le he dicho:

«¿Cómo, Dios mío, no basta que me tenéis en esta miserable vida, y que por amor de vos paso por ello, y quiero vivir adonde todo es embarazos para no gozaros, sino que he de comer y dormir y negociar y tratar con todos, y todo lo paso por amor de vos —pues bien sabéis, Señor mío que me es tormento grandísimo—, y que tan poquitos ratos como me quedan para gozar de vos, os escondáis de mí? ¿Cómo se compagina esto con vuestra misericordia? ¿Cómo lo puede sufrir el amor que me tenéis? Creo yo, Señor, que si fuera posible poderme esconder yo de vos como vos de mí, pienso y creo del amor que me tenéis que no lo sufrierais. Mas os estáis conmigo y me veis siempre. No se sufre esto, Señor mío. Os suplico miréis que se hace agravio a quien tanto os ama. (Vida 37, 8-9)

Exclamación 7ª Alma mía, alaba al Señor

El Soliloquio marca el itinerario de la alabanza del alma a Dios; desde el seno de la Trinidad a Cristo; de Cristo a María y a nosotros.

1.¡Oh esperanza mía y Padre mío y mi Criador y mi verdadero Señor y Hermano! Cuando considero en cómo decís que son vuestros deleites con los hijos de los hombres, mucho se alegra mi alma. ¡Oh Señor del cielo y de la tierra!, ¡y qué palabras éstas para no desconfiar ningún pecador! ¿Fáltaos, Señor, por ventura, con quién os deleitéis, que buscáis un gusanillo tan de mal olor como yo? Aquella voz que se oyó cuando el Bautismo, dice que os deleitáis con vuestro Hijo ¿Pues hemos de ser todos iguales, Señor? ¡Oh, qué grandísima misericordia, y qué favor tan sin poderlo nosotras merecer! ¡Y que todo esto olvidemos los mortales! Acordaos Vos, Dios mío, de tanta miseria, y mirad nuestra flaqueza, pues de todo sois sabedor.

2.¡Oh ánima mía! considera el gran deleite y gran amor que tiene el Padre en conocer a su Hijo, y el Hijo en conocer a su Padre, y la inflamación con que el Espíritu Santo se junta con ellos, y cómo ninguna se puede apartar de este amor y conocimiento, porque son una misma cosa. Estas soberanas Personas se conocen, éstas se aman y unas con otras se deleitan. Pues ¿qué menester es mi amor? ¿Para qué le queréis, Dios mío, o qué ganáis? ¡Oh, bendito seáis Vos! ¡Oh, bendito seáis Vos, Dios mío para siempre! Alaben os todas las cosas, Señor, sin fin, pues no lo puede haber en Vos.

3.Alégrate, ánima mía, que hay quien ame a tu Dios como El merece. Alégrate, que hay quien conoce su bondad y valor. Dale gracias que nos dio en la tierra quien así le conoce, como a su único Hijo. Debajo de este amparo podrás llegar y suplicarle que, pues Su Majestad se deleita contigo, que todas las cosas de la tierra no sean bastante a apartarte de deleitarte tú y alegrarte en la grandeza de tu Diosy en cómo merece ser amado y alabado y que te ayude para que tú seas alguna partecita para ser bendecido su nombre, y que puedas decir con verdad: Engrandece y loa mi ánima al Señor.

MOMENTO DE ORACIÓN

Invoca al Espíritu.

Danos tu Espíritu, Señor de la Vida. El Espíritu que nos llena el corazón para seguirlos tus pasos y vivir el evangelio.

Palabra de Dios

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.
Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre (Salmo 130).

El salmista, peregrino de la vida, canta la sabiduría que ha adquirido en el camino. Comunica una experiencia nueva de Dios y del ser humano. Ha estado metido en ese mundo tan tentador de los deseos insaciables, de la ambición, de la grandeza, de la pretensión de estar siempre unos peldaños por encima de los demás; ha buscado en todo ello el sentido de la vida. Pero ha visto lo relativo y lo falso que es un planteamiento rastrero que no da vida ni paz al corazón.

La experiencia de abandono y confianza es la que vive Jesús en plenitud y la expresa con la palabra ¡Abba! La experiencia de saberse tan amado le hizo caminar libre en medio de las tentaciones de poder, de dominio, de grandeza; le llevó a arriesgar en el anonadamiento, le dio fuerzas para colocarse en medio de la humanidad, como quien sirve, acoge, y da vida. De la experiencia de saberse amado en el hogar de Dios sale a la vida decidido a compartir su gozo, a regalar a los demás las energías creadoras que le han brotado por dentro. Merece la pena fiarse de Dios.

Tomás Álvarez, Así oraba Teresa.

F. 10. CONTENIDOS DE LA ORACIÓN TERESIANA. I

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