Teresa dialoga con los hombres en la noche de la fe

Actualidad de Teresa de Lisieux

1.- Mujer abierta al diálogo

Tres facetas nos presentan a Teresa, como una mujer con gran capacidad de observación y de diálogo,

a) Teresa es una niña sensible y contemplativa por naturaleza. El sufrimiento que le ocasiona perder a su madre a los cuatro años, y perder más tarde a su segunda y tercera mamá (sus hermanas Paulina y María cuando entran en el convento), la bloquea durante años, adentrándola en su mundo interior, y haciéndola muy sensible y llorona. Cuando se cura de esta enfermedad sale a la luz una nueva Teresa, desconocida para ella misma. El viaje que realiza a Roma para solicitar del Papa ser admitida en el Carmelo a los quince años, refleja muy bien esta vida que explota. Se emociona ante el paisaje que contempla por las ventanillas del tren. Y lo que es más importante descubre su capacidad de diálogo con las personas; se encuentra entre las manos una persona nueva:

«Yo, que era tan tímida que no solía atreverme casi a hablar, me hallé completamente libre de tan molesto defecto. Con gran sorpresa mía, hablaba libremente con todas las grandes damas, con los sacerdotes, e incluso con el obispo» (A 57r).

b) La priora la escoge para ayudante de maestra de novicias, casi todas mayores que ella, porque ve que Dios ilumina su alma y le da la experiencia de los años (C 4v). Con las novicias ensaya un diálogo humilde. Cuando se encuentra con una persona, en vez de mostrarle rápidamente el camino, la acompaña para que sea ella quien descubra en el fondo de su corazón, esa chispecita de generosidad que luce todavía, la parcela de buena voluntad, el deseo de Dios que perdura siempre bajo la tormenta, la oscuridad o el oleaje de la superficie.

Emplea con cada novicia una pedagogía personalizada. Las personas no se pueden educar en serie.

«Lo primero que descubrí es que todas las almas sufren más o menos las mismas luchas, pero que, por otra parte, son tan diferentes las unas de las otras… Por tanto, no se las puede tratar a todas de la misma manera. Con ciertas almas, veo que tengo que hacerme pequeña, no tener reparo en humillarme confesando mis luchas y derrotas. Con otras, por el contrario, he comprobado que, para ayudarlas, hay que tener una gran firmeza y no dar nunca marcha atrás de lo que se ha dicho. Abajarse no sería humildad, sino debilidad. Dios me ha concedido la gracia de no temer el combate. Tengo que cumplir con mi deber al precio que sea» (C 23v).

Sabe que en la dirección espiritual «no se puede hacer bien alguno cuando uno se busca a sí misma» (C 32v). «Hay que olvidarse por completo de los propios gustos y de las ideas personales, y guiar a las almas por los caminos que Jesús ha trazado para ellas, sin pretender hacerlas ir por el nuestro» (C 22v).

c) El diálogo de Teresa con cada persona es una filigrana. Si nos fijamos en las cartas. ¡Qué forma de saludar, de acoger con gozo los dones de la otra persona, de entregarse. Si seguimos su diálogo con el P Roulland, en sus cinco cartas que conservamos:

  • En la primera (L 181), muy breve «porque al principio las palabras son fuente de malentendidos» (Principito), hace una breve presentación de lo que desea.
  • En la segunda (L 193) se vuelca materialmente con él. Le llama hermano, le dice que conserva su fotografía, que ha colocado el mapa de Sutchuen en el lugar de trabajo, mete la estampa que él le ha regalado en su corazón, le dice de muchas maneras que está con él, le comenta textos preciosos de Isaías «Ensancha el espacio de tu tienda» Is 54, 2-3; «El Espíritu del Señor está sobre mí» Is 61, 1-2; «Desbordo de gozo con el Señor» Is 61, 10-11), le pide las fechas más importantes de su vida, le asegura que la distancia nunca los separará.
  • En la tercera (L 201) Teresa se hace eco de la respuesta del misionero: la llama hermana, le manda un libro sobre un misionero, le hace presente sus sentimientos.
  • En la cuarta (L 221) tiene humor para contarle con amplitud la divertida aventura de la langosta -no olvidemos que está en plena enfermedad-.
  • En la quinta (L 226) Teresa le enseña el camino de la misericordia de Dios para responder a los miedos del misionero ante la justicia de Dios.

2. Teresita dialoga con nosotros hoy desde la noche

El diálogo desee la cruz es el paso obligado para llegar a una maternidad universal. «El hombre que no ha sido tentado, ¿qué sabe?» (Sir 34,10). Nadie puede llegar al conocimiento de sí y del mundo y acoger el designio de Dios sobre él, si no ha pasado por el fuego de las pruebas, siguiendo Cristo.

La Escritura habla de pruebas para a resaltar el valor de la fe (1Ped 1,7), manifestar la verdad (1Cor 11, 19) y ejercitar la humildad (1 Cor 10, 12-13).

Alguna pruebas, tentaciones que Teresa sufrió, especialmente al fin de su vida, enfrentándose al mismo tiempo con la muerte física que destruía su cuerpo de mujer de veinticuatro años y la muerte espiritual que amenazaba la vida de su alma.

aAlmas que no tienen fe. En junio de 1897, tres meses antes de su muerte, Teresa declara:

«En los días tan alegres del tiempo pascual, Jesús me ha hecho sentir que realmente hay almas que no tienen fe, que por haber abusado de la gracia, pierden este precioso tesoro, fuente de las únicas alegrías puras y verdaderas» (C 5v).

Este conocimiento del mundo de las almas sin fe no le fue dado como una iluminación del espíritu destinado a abrirle perspectivas nuevas para avivar su celo apostólico.

Creía Teresa que los que no tenían fe hablaban en contra de sus pensamientos, cuando negaban la existencia del cielo, porque «el pensamiento del cielo me hacía totalmente feliz» (C 5v). De pronto se le concede experimentar el mundo de las almas sin fe al verse ella misma inmersa en él:

«El permitió que mi alma fuera invadida por las más espesas tinieblas y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, no fuera es adelante sino motivo de lucha y tormento» (C 5v).

Dieciséis meses y veinticinco días le duró la prueba, hasta la hora de su muerte. Se trataba de una crisis que no era sencillamente de orden moral, afectiva o psicológica, como la experimentan muchos cristianos de nuestros días. Sino que era realmente una prueba de orden teologal, dada por Dios para purificar su fe de lo que tenía de demasiado natural, como ella misma reconocerá: para quitar «todo lo que pudiera haber de satisfacción natural en el deseo que tenía del cielo» (C 7v).

Teresa acoge en su vida la experiencia de los sufrimientos y angustias de los hermanos y hermanas. Acepta la prueba de las dudas de los incrédulos, se sienta a la mesa de los pecadores y de los que rechazan la fe; sufre con ellos el vacío y la oscuridad. Desde ahí ora:

«Vuestra hija os pide perdón por sus hermanos, ella acepta comer por todo el tiempo que queráis el pan del dolor y no quiere levantarse de esta mesa llena de amargura, donde comen los pobres pecadores, hasta el día que hayáis marcado» (C 6r).

Como Jesús, Teresa entrega la vida por los demás. Vive lo mismo que Jesús en el Huerto, el peso aplastante del pecado del mundo cargado sobre sus hombros. En el corazón de Teresa se realiza finalmente su gran sueño sacerdotal. Penetra junto al Señor en el interior mismo de la redención del mundo. Sólo un corazón inocente podía experimentarlo con una intensidad tan honda. La inocencia no le hace extraña a los pecadores, sino que la une al «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Es la aventura de todas las almas inocentes, a las que Cristo permite participar en el misterio de su agonía nocturna. En ellas se verifica lo que dice san Pablo: «A aquel que no había conocido el pecado, Dios le hizo pecado» (2Cor 5,21).

Dios le envía esa prueba después de una prolongada y paciente preparación. Es lo que Teresa dice:

«No me ha enviado esta prueba sino en el momento en que yo podía soportarla». «Antes creo que me hubiera descorazonado «(C 7v).

No le resulta nada fácil explicarse. Resulta algo extraño e incoherente hasta para ella misma (DE 3.7.3). En el Manuscrito C, escrito tres meses antes de su muerte, Teresa utiliza una comparación para explicar su estado:

«Me imagino que he nacido en un país cubierto de espesa niebla; nunca he contemplado el aspecto alegre de la naturaleza» (C 5v).

Describe su situación como «espesas tinieblas», «oscuro túnel» (C5v); ya no se trata de un «velo», sino de «un muro que se levanta hasta el cielo» (C 7v).

b)Las confidencias, muy pocas por miedo a escandalizar y por amor a sus hermanas, que hace nos demuestran que Teresa sufrirá esta prueba hasta su último suspiro.

La prueba fue acentuándose cada vez más. «Admiro el cielo material; el otro, está para mí cada vez más cerrado» (DE 8.8.2).

Hay dos momentos especialmente cruciales. La noche del 15 al 16 de agosto de 1897, en la que las propias hermanas de la Santa, fuertemente impresionadas, temen que sucumba a las tentaciones y rezan por ella explícitamente, y durante las últimas horas de su vida, cuando se encuentra en «la agonía pura, sin mezcla alguna de consuelo» (DE 30.9).

Consiste principalmente en pensamientos de dudas contra la fe.

«Sueñas con la luz, con una patria embalsamada con los más suaves perfumes; sueñas con la posesión eterna del Creador de todas estas maravillas; crees que un día saldrás de las brumas que te rodean. Adelante, adelante, alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda aún, la noche de la nada» (C 6v).

«Una noche, en la enfermería, se sintió llevada a confiarme sus penas más que de costumbre. Si supierais qué espantosos pensamientos me asedian! Rogad por mí, para que no escuche al demonio que intenta persuadirme de tantas mentiras. Es el razonamiento de los peores materialistas el que se impone a mi espíritu. Más adelante, con incesantes y nuevos progresos, la ciencia lo explicará todo naturalmente, se conseguirá la razón absoluta de todo lo que existe y que todavía es un problema, porque quedan muchas cosas por descubrir… Quiero hacer el bien después de mi muerte, pero ¡no podré»! (DE II, p.471-472).

La madre Inés nos relata otra confidencia:

«Ayer por la noche, me sentí invadida por una verdadera angustia y mis tinieblas aumentaron. No sé qué voz maldita me decía: ¿Estás segura de que Dios te ama? ¿Ha venido a decírtelo? La opinión de las criaturas no es lo que te va a justificar delante de él» (DE p.572).

Teresa de San Agustín en el Proceso:

«Si supierais, me dijo, en qué tinieblas me veo sumida. No creo en la vida eterna. Me parece que después de esta vida mortal, ya no hay nada: todo ha desaparecido para mí, no me queda ya más que el amor «(PO 402). ¿Puede el amor de Dios subsistir sin la fe? «Nuestro Señor en el huerto de los olivos gozaba de todas las delicias de la Trinidad, y, sin embargo, su agonía no era por eso menos cruel. Es un misterio, pero os aseguro que comprendo algo de él por lo que yo misma experimento» (DE 6.7.4).

Monseñor Combes: «La caridad de Teresa salvó su fe».

El término «combate» define bien su reacción ante la tentación. Puso en práctica sistemas de defensa: resistencia sin concesiones, táctica de huida, afirmación de su fe, abandono en Dios. Sabe lo que es hacer frente:

«Soy como el centinela que observa al enemigo desde la torrecilla más alta de un fuerte castillo» (C 23r).

Sabe lo que es huir: «cuando mi enemigo viene a provocarme, me porto valientemente. Sabiendo que es una cobardía batirse en duelo, doy la espalda a mi adversario, sin mirarle siquiera a la cara» (C 7r).

Sabe, sobre todo, acercarse a Jesús: «En cada nueva ocasión de combate… corro hacia Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi sangre para confesar que hay un cielo» (C 7r).

Y sabe también abandonarse en Dios: «Nunca me apoyo en mis propios pensamientos; conozco lo débil que soy» (DE 20.5.1), «yo me abandono en Dios» (DE 10.6).

«Creo que he hecho más actos de fe, desde hace un año, que durante toda mi vida» (C 7r).

«Canto sencillamente lo que quiero creer» (C 7v). «En cada nueva ocasión de combate, corro hacia Jesús» (C 7r).

c)La fe evangélica amenazada. Lo que Teresa ve amenazado en esta prueba de la fe es el bien que más aprecia: su confianza en el Amor misericordioso, el centro de su «caminito».

Teresa se ha ofrecido «como víctima de holocausto al Amor misericordioso de Dios (A 84r), y ha recibido la prueba de la aceptación divina en aquella «herida de amor» (DE 7.7.2), experimentada poco después en otras señales. Y he aquí que esta reciprocidad de amor total parece que cesa de golpe. Dios se retira en el silencio de su doble noche. Teresa comprende que al abandono aparente de Dios debe responder con su entrega total, un abandono no menos total a las manos de Dios:

«Dios quiere que me abandone como un niño que no se preocupa de lo que harán de él (DE 15.6.1).

A pesar de todo, el humor. La respuesta del abate Youf a sus confidencias: «No os detengáis en eso, es muy peligroso», le hizo decir con humor: «No es muy consolador oír esto» (DE 6.6.2).

Y la paz. «Mi alma, a pesar de sus tinieblas, está en una paz admirable» (DE 24.9. 10).

A pesar de todo, la alegría y la serenidad irradian de su ser, hasta tal punto que sus hermanas están sorprendidas por ello y olvidan a veces que tenían a su cuidado a una enferma muy grave, yendo a pedirle consejos, hostigándola con preguntas o para recibir consuelo.

Paz admirable, hablando humanamente, porque no hay otra fuente que la gracia presente en el fondo del corazón de Teresa. De modo que su último suspiro señala, con un éxtasis momentáneo su triunfo aparece como la meta de su subida. Sus últimas palabras son: «Lo amo. ¡Dios mío…, te amo!» (UC 30.9).

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