«La vida es una cosa grande y maravillosa, después de la guerra tendremos un mundo enteramente nuevo que construir, y a cada nueva exacción, a cada nueva crueldad debemos oponer un pequeño suplemento de amor y de bondad que hay que conquistar en nosotros mismos. Tenemos derecho a sufrir pero no a sucumbir al sufrimiento. Y si sobrevivimos a esta época indemnes en cuerpo y alma, el alma sobre todo, sin arrugas, sin odio, tendremos también algo nuestro que decir tras la guerra. Quizá soy una mujer ambiciosa: ya me gustaría tener mi algo que decir… Sé que los que odian tiene para ello buenas razones. Pero, ¿por qué deberíamos escoger siempre la vía más fácil, la más trillada? En el campo sentí con todo mi ser que el menor átomo de odio añadido a este mundo lo hace aún más inhospitalario. Y creo, con una ingenuidad pueril tal vez, pero tenaz, que si esta tierra se vuelve algún día algo habitable por poco que fuere, será sólo gracias a ese amor del que hablaba antaño el judío Pablo a los habitantes de Corinto en el decimotercer versículo de su primera carta». Etty Hillesum: 1914-1943, La chica que no sabía arrodillarse. Editorial Monte Carmelo
La chica que no sabía arrodillarse
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- noviembre 15, 2003
- 12:00 am