1. La acogida de la vida

La familia puede ser una puerta abierta o cerrada a la vida. La familia puede ser una puerta abierta o cerrada a la oración. La familia puede ser una puerta abierta o cerrada a Dios.

«Hay un personaje fundamental en los cuentos: el extranjero en la puerta, el visitante que llama al atardecer tras su viaje. En las fábulas, esta llamada es a menudo la de un dios oculto o un emisario divino que pone a prueba nuestra hospitalidad» (George Steiner).

La vida es así, peregrina, llamando a la puerta. Viene cada día, viene a todas horas. Viene en las personas, en los acontecimientos, en miles de detalles del día a día. La familia que la acoge se llena de vida, canta un cántico a la vida, extiende la vida.

«Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 41-42).

Las manos abiertas, disponibles para acoger: Un gesto para recrear cada día.

«En la tarde de la vida compareceré delante de ti con las manos vacías» (Santa Teresita).

La vida pide ser acogida y ofrecida. Un don y una tarea para la familia

La vida es de por sí, comunicativa, vivificadora. No puede quedar aprisionada. «De agua estancada espera siempre veneno». La Trinidad es vida que se extiende a todo lo creado. El Padre da la vida. El Espíritu anima la vida. Jesús es vivificador (imágenes del buen pastor y de la vid). Cuando vivimos en plenitud alegramos el corazón de Dios, porque «la gloria de Dios es que el hombre y la mujer vivan» (San Ireneo). La vida es don y tarea, acogida y ofrecida. La vida no puede quedar quieta, estéril. Inunda, como el agua, toda rendija de muerte. La familia es el espacio de la vida. Florece en la acogida mutua, se hace radiante en el amor que pasa de unos a otros. Cuando las relaciones se oscurecen, la vida puede ser también manantial hondo de donde se saca lo mejor.

Pistas para el camino:

  • «Érase una vez un Principito que vivía en un planeta poco más grande que él y que necesitaba un amigo…» (Principito).
  • «Un corazón solitario no es un corazón» (Machado)
  • «Los otros hacen que seamos nosotros mismos» (Laín Entralgo).
  • «Somos huéspedes unos de otros» (Steiner).
  • «Descubrámonos los unos a los otros» (Saramago).
  • «Dios es amigo de dar. ¿Quién más amigo de dar si tuviese a quién?(Santa Teresa).

La acogida no se impone. Se prepara y se vive en familia

Acoge el lugar de la casa.Hay casas tan llenas de cosas que no tienen espacio para los huéspedes. Hay casas acogedoras, con un espacio siempre preparado para los que vienen. La oración empieza en los espacios acogedores, dispuestos al encuentro con la vida.

Acogen los miembros de la familia

  • Cuando ponen la mirada en las personas
  • Cuando cultivan gestos de gratuidad
  • Cuando no tienen pretensiones de grandeza
  • Cuando saben que no se hace nada sólido sin solidaridad de vida
  • Cuando escuchan sin prisas
  • Cuando son capaces de ponerse cada día en camino hacia el misterio de belleza que esconde cada persona en su corazón

Acoge el silencio respetuoso, que no juzga constantemente lo que el otro hace.

Acoge el tacto. Dios nos ha creado envueltos en una piel que necesita el contacto con los otros.

Acoge la palabra. Las palabras concretas ganan los corazones. Las palabras insultantes, hirientes, cortantes, engendran separación. «Cuando das una patada a un nido de avispas, está casi garantizado que te van a picar» (Sabiduría africana).

Acoge Jesús. Con su palabra cercana es la mejor fotografía de lo que es Dios. La distancia tan larga entre Dios y nosotros la acorta cada día su amor.

«Raúl Follerau solía contar una historia emocionante: visitando una leprosería en una isla del Pacífico se sorprendió de que, entre tantos rostros, muertos y apagados, hubiera alguien que había conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaban con un «gracias» cuando le ofrecían algo. Entre tantos cadáveres ambulantes, sólo aquel hombre se conservaba humano. Cuando preguntó qué era lo que lo que mantenía a este pobre leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas. Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y se sentaba enfrente del alto muro de cemento que la rodeaba. Y aparecía durante unos cuantos segundos otro rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisa y sonreía también. Luego el rostro de la mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que mañana regresara el rostro sonriente. Era -le explicaría después el leproso- su mujer. Cuando le arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor. Al verla cada día, comentaba el leproso, sé que todavía vivo» (J.L. Martín Descalzo).

ORACIÓN

Señor, hazme descubrir detrás de cada rostro, en el fondo de cada mirada, un hermano, semejante a Ti, y al mismo tiempo, completamente distinto de todos los otros. Quisiera, Señor, tratar a cada uno a su manera, como Tú lo hiciste con la Samaritana, con Nicodemo, con Pedro…, como lo haces conmigo. Quisiera empezar, de una vez por todas y ya, a comprender a cada uno en su mundo, con sus ideales, con sus virtudes y debilidades, también, ¿por qué no?…, ¡con sus chifladuras! Ayúdame, Señor, a ver a todos como Tú los ves: a valorarlos no sólo por su inteligencia, su fortuna o sus talentos, sino por la capacidad de amor y de entrega que hay en ellos. ¡Que el «otro», viéndome, te vea a ti, Señor! Señor, que te vea detrás de cada rostro.

«En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales —relación conyugal, paternidad-maternidad, filiación, fraternidad— mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la «familia humana» y en la «familia de Dios», que es la Iglesia» (Familiares consortio, 15).

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