María, al paso lento de una gestación

Los vestidos de María

El cariño desbordante, la imaginación filial y devota, y la exageración en otros casos, ha pintado a María de todas las formas imaginables. No todas ellas igualmente aceptables, muchas de ellas respetables. Los vestidos de María reflejan el cariño desbordante, pero no tienen mucho que ver con la figura real de María de Nazaret. Vestidos medievales ampulosos, regios, palaciegos, bordados, llenos de joyas, coronas de diamantes, anillos, pendientes de mucho o poco valor. El cariño popular ha adornado a su Madre como nunca ella imaginó ser vestida.

«No me gusta, María, cómo te pintan… tú no eres así», dice una canción popular. Y Santa Teresita escribió: «María es más madre que reina»: «Para que un sermón sobre la Virgen me guste y me aproveche, tiene que hacerme ver su vida real, no su vida supuesta; y estoy segura de que su vida real fue extremadamente sencilla. Nos la presentan inaccesible, habría que presentarla imitable». (28 agosto 1897)

Algunos, incluso, queriendo dejarse deslumbrar por apariciones, parecen huir de la verdadera fuente de nuestra fe en María, que es el evangelio. Por eso, tanto para unos como para otros, vale lo que decía Cortés: Más que apariciones lo que necesitan son unas desapariciones; para que se nos aparezca el verdadero rostro de María.

No se nos olvida que se llegó a prohibir la representación de María embarazada y dando de mamar al niño, por esta mentalidad puritana y casi divinizadora de María.

Afortunadamente hoy podemos contemplarla como peregrina de la fe y mujer de nuestra tierra y condición, sin negar todos los dogmas y privilegios: Madre de Dios, Madre de la Iglesia…

Silencio

Toda la vida de María está envuelta en un silencio sereno, real, hondo, contagioso, que nos conduce más adentro, al centro, al corazón, al hogar. Nos lleva de la mano (como una hermana, amiga, madre) a una escucha de la vida que amanece dentro de nosotros mismos.

No es silencio romántico, idílico; en Nazaret, en Belén no había luces de colores, no había angelitos con faroles alumbrando, no había violines, ni olía a rosas, la ropa no se lavaba sola, nadie les servía la comida, los caminos no estaban allanados para ellos, hubo que afrontar en medio de las dificultades cotidianas la escarpada subida de cada día para crear hogar y acrecer la casa, la familia.

El silencio de María era el silencio de la pobreza, de la precariedad, de la fragilidad, de la lenta gestación de la vida, de la lenta curación, y del crecimiento paciente y esforzado. No es, por tanto un silencio estático, monacal, desocupado, arrodillado. Su silencio es un silencio más cotidiano, más desnudo, más asombrado en lo pequeño e insignificante, más humano…

Nos da cierto miedo este silencio sin comentarios, sin adornos, sin saber qué aguarda al otro lado… un silencio que requiere confianza desnuda y fiarse de Otro, aunque por el momento no haya respuesta. Si entráramos en las sandalias de María, nos sobrecogeríamos de la dificultad de su camino y del difícil trayecto en confianza absoluta.

Nos sobrecoge este silencio de María que permitió a Dios hacer germinar en ella su Palabra. En silencio de poderes de hombre (fuerza humana, arrogancia, autosuficiencia…) gestó Dios la vida en ella. En silencio de conquistas y afanes de grandeza…

Jesús está desnudo de afán de poder y ambición, refleja en todo su ser esta sabiduría de María y de José, dos excelentes maestros del cotidiano y paciente alumbramiento de la vida.

El silencio de María está preñado de asombro y capacidad de sorpresa. Tiene ojos, oídos, entrañas para la novedad de Dios. «En ese pondré mis ojos, en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras» Is 66, 1.

En este sentido, la virginidad de María es apertura a Dios, disponibilidad para entregar la propia vida a un plan inesperado. Apertura a la fecundidad misteriosa de Dios ahora, en este instante, sin previo aviso, sin tiempo para adecentar o abrillantar las propias capacidades. Confianza en que Dios que llama, la hará capacidad, cuna y abrigo.

La verdadera virginidad no es encerramiento en sí, siempre es para la vida, para engendrar vida y poner en pie la vida. Madres biológicas que sólo parieron a sus hijos, no alumbraron la vida. Mujeres que no dieron a luz biológicamente y ¡qué manera de generar vida, de alumbrar!

Hablando de las entrañas de María, hay una expresión hebrea, que se refiere a las entrañas de Dios, y que es la misma raíz con la que se designa el útero de la madre y la misericordia de Dios: «rhm». Decir que Dios tiene misericordia de nosotros es que somos para él algo semejante a lo que es para la madre embarazada la criatura que lleva en las entrañas. Jamás nos concibe fuera de sí, siempre dentro. Es todopoderoso, pero no nos puede ver fuera de sí, porque somos parte en sus entrañas. (Is 46, 3-5; 43, 1; 42, 14 y 16.) Toda virginidad está directamente referida a las entrañas de Dios y a una vocación de fecundidad en la Iglesia, nunca a la esterilidad.

Una palabra de Dios preparando la tierra, las entrañas

Leyendo nuestra vida con sinceridad descubrimos, como María, en su peregrinar: Angustias, miedos, anhelos, dudas… Todas esas realidades que amasan nuestros pasos diarios en el afán de encontrar el sentido, el camino y la verdad, a Dios.

Si en la vida de Jesús se citan momentos de angustia y de miedo (Getsemaní), de súplica, de búsqueda de la soledad para encontrar el sentido en la Voz del Padre, de enfado y cansancio, de sorpresa y admiración… la vida de María también estaría tejida de angustias, miedos, incertidumbres, anhelos…

La Palabra de Dios irrumpe con fuerza en la tierra de María, para regarla con su gracia y revestirla de posibilidades:

El Ángel del Señor le dice: Alégrate; no temas; Para Dios nada hay imposible. Esa voz de Dios fecunda nuestra angustia, nuestros miedos, nuestros anhelos y nuestras oscuridades. Frente a la angustia, la Voz del Señor dice: Alégrate. Frente a los miedos de la vida: Estoy contigo, no temas. Frente a los anhelos y sueños: Para Dios nada hay imposible. Y, sin pedir una luz que adelante los acontecimientos, sin pedir claridad, confiando en Aquel que se fio de ella y de su pequeñez, María responde, en medio del no saber: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

María icono de la vida: hacia el NACIMIENTO de Dios

  • a. Engendrar
  • b. Gestar
  • c. Dar a luz, alumbrar, parir

Engendrar

Tanto la mujer como el hombre engendran la vida biológica o espiritual a partir del Don de Dios, desde un amor que llega desde fuera de nosotros, que no nos regalamos a nosotros mismos.

La vida más valiosa se genera dentro, desde la matriz de nuestro propio ser.

Resalta la Escritura cómo mujeres estériles, mayores o vírgenes (en el caso de María y de la doncella de Isaías, de Isabel, Ana, madre de Samuel, etc.), pudieron engendrar la vida, cuando parecía que su matriz estaba seca o intacta. Dios bendice y da fecundidad a todo lo que existe, obra el milagro de la vida.

La gestación humana procede de un acto de amor. Todo acto de amor es fecundo, aunque no se desprenda de él la generación de la vida biológica. (Cuando se engendra la vida sin amor va herido en su raíz el árbol que ha de nacer).

Gestar

La gestación se produce en el útero de la madre.

El útero es el hogar que elige Dios para tejer a su hijo en la entraña de esta vida, es el primer estadio de su aprendizaje dela vida. La oscuridad y clausura de ese océano acogedor de María. En el que se aprende a confiar absolutamente, en que se aprende a dejarse totalmente abandonado en otro. De ahí venimos.

Jesús es tejido silenciosamente por la danza del Espíritu Santo en María. Él es el verdadero artífice de su crecimiento en la entraña de María, junto a la sangre y la vida de María que se pierde a sí misma en la entrega.

Nuestro destino es vivir en ese hogar, del que comprenderemos que nunca hemos salido, tampoco en este aparente destierro. Y que la única forma de conquistarlo es dejando que nos sea regalado por la confianza y el abandono.

María alimenta a Jesús en sus entrañas con su sangre, con su propio ser entero, con su cariño silencioso, efectivo, real, igual que es decisivo el arropar esa vida por parte de José.

La música que resuena en las entrañas de María, su verdadero alimento es el Fiat, «hágase, que se cumpla tu querer misterioso, oh Dios desconocido y fascinante». Y también Magníficat, «proclama mi alma la grandeza del Señor». A la vez que se le regala la bendición inesperada de Isabel, a la que ha ido a servir. Tres piezas musicales que acompañan la gestación de Jesús: fiat, magnificat, bendición.

Todo ello danzado por una mujer que se ha puesto en camino, que se ha dejado llevar más allá, por el Espíritu… una mujer al servicio de la vida, inclinada ante la necesidad de su prima y de cualquier otro. Ha salido de casa «con premura», dice el texto, en griego meta spoudes, es decir, con amor que se lanza sin pensárselo dos veces, sin «emperezar», diría San Juan de la Cruz; con la alegría de los enamorados.

No sólo Juan el Bautista saltaría en el vientre de Isabel, también Jesús saltaría con esta música de María, que no es otra que el amor servicial y pronto, crujiente y recién estrenado en cada paso.

Dar a luz, alumbrar

(Sólo se vive una vez, pero no solo se nace una vez)

Ayudar a salir, traer ala luz. Dolor para la madre y para la criatura. Estrecho túnel, oscura travesía, angustia y renacimiento. Imaginamos la incertidumbre, el no saber dónde sucederá y cómo ese nacer. «No había sitio para ellos en la posada». ¿Cómo se sentirían María y José?

No era el mejor lugar, no tenía la más mínima condición. La condición la pusieron el calor de María y de José, que no otra es la verdadera lumbre del hogar más cierto. Allí no había calefacción, ni medios higiénicos, ni matronas, ni facilidades. Estaban José, María y el Niño, cuando nació.

Pero Jesús no sólo nació en el parto. Siguió naciendo, creciendo, siendo alumbrado por el Padre a su verdadero nombre y misión. No hemos nacido en el parto, llevamos nueve meses naciendo, y nos quedan muchos años para nacer. Para, al fin, nacer también a una vida más verdadera aún; que también pasa por el túnel estrecho del morir, del no saber, del corte del cordón umbilical de esta vida, para ir más allá de lo que conocemos. Atravesando un túnel estrecho vamos a otra vida desconocida, ansiada.

Si nos hubieran preguntado, tal vez nos habríamos quedado allí, en el seno de la madre, pero, afortunadamente, no nos dejaron opción. Tampoco tendremos opción en el último gran parto, en el gran alumbramiento de la vida nueva, el salto al regazo de Dios.

Nos queda, todavía, la posibilidad, como María, de dar a luz, de alumbrar nacimientos verdaderos en el corazón de cada persona, sea quien sea, de no abortar la vida que indudablemente alienta en las entrañas de cualquier ser humano y de este ahora lleno de posibilidades. Cualquiera está necesitado de una mirada de novedad, de navidad, todo ser humano agradece acogida, escucha y cariño que le posibilite una nueva edad, para estrenar la edad sin comparaciones, sin añoranzas. Aunque tengas 80 ó 90. Habitar tu cuerpo y tus entrañas y tus posibilidades reales. «Ya no te llamarán abandonada, ni a tu tierra devastada, a ti te llamarán mi favorita, y a tu tierra desposada, porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá marido…» Is 62, 4

¿Creo que Él me prefiere, que soy una perla de gran valor, que me ama como no imagino, de modo que si lo comprendiera ya no querría más parecerme a nadie, sino ser yo mismo para dejarme amar en el centro de mi verdad? ¿Me lo creo?

Sí, por eso sigo aquí, queriendo que me renazca la vida en esta pobreza mía; sé que Él puede, que Él sabe cómo.

Gracias a ti, que esto lees, por tantas cosas que has dado a luz y por los alumbramientos que te quedan, y con los que Dios se queda extasiado contemplándote sorprendido y feliz. Gracias.

(Miguel Márquez,A la puerta de la cueva, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2010)

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