Mirar el verano con los ojos de María

María,
Señora y Madre.
Queremos mirar el verano contigo.
El cuerpo al sol y el descanso reconfortante.
Los conflictos que no se toman vacaciones y
el gozo de los amigos y amigas.
El paisaje que embellece y la fiesta en cada pueblo.
Dios, siempre, belleza inagotable.
Mirarlo todo con tus ojos,
para convertir todo en transparencia
de tu corazón habitado por la gracia.

EL CUERPO

María, préstanos tus ojos para mirar el cuerpo, que se descubre en el verano para que lo acaricie el sol y se mete en el mar buscando salud; que suda en el trabajo y llena la vida de gestos; que permite el encuentro, la sonrisa, el beso; que expresa lo mejor y peor que llevamos dentro; que hasta se hace plegaria al Dios vivo, ofrenda de manos abiertas al caer de la tarde.

Tú María, tenías un mirar limpio. Te brotaba de dentro. Nunca separaste tu forma de mirar del Dios que te miraba y te embellecía con sola su mirada, dejándote revestida de hermosura y de gracia. Todo tu cuerpo era icono de Dios, expresión de su ternura. Qué bien suena decir en el saludo que te dirigimos: ¡Bendito el fruto de tu vientre!, el fruto que al crecer se hizo entrega de amor por nosotros.

Enséñanos, María, a querer y a habitar nuestro cuerpo. Somos cuerpo, y nuestro cuerpo es hogar de la trinidad, lugar de encuentro.

Haznos ver el cuerpo, todo cuerpo, como espacio de amor y libertad, nunca como un objeto para usar y abandonar después.

Ayúdanos a rodear con tu mirada el cuerpo de la mujer y del hombre, del pájaro y el árbol, de la piedra y la gota de agua… para abrir caminos de belleza y creatividad en el mundo, de respeto y admiración por cada cosa que Dios creó.

«Y yéndolos mirando
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura»
(San Juan de la Cruz).

EL DESCANSO

María, préstanos tus ojos para vivir el descanso. ¡El descanso!, que no es lujo y sí oportunidad de abrir ventanas cerradas mucho tiempo y dejar libres tantas posibilidades prisioneras. ¡El descanso!, que limpia nuestros ojos para ver lo de cada día: la calle, a las gentes, la vida; que recrea las energías agotadas. ¡El descanso!, «noche sosegada…, música callada, soledad sonora»; anuncio en el corazón de la venida de Dios.

Tú, María, aprendiste a descansar en las manos de Dios. Estabas contigo y con El y eso es descanso profundo. No te rompieron por dentro los problemas, ni las prisas, ni la cruz. La confianza te ayudó a vivir unificada, serena. Entendiste que la vida no es una carrera alocada por hacer cosas y más cosas, sino dejarse hacer. «Hágase», decías cada día, y te crecía dentro el gozo y la paz.

Enséñanos a descansar, porque tantas idas y venidas no nos dejan ni vivir ni estar serenos.

Haznos ver el descanso como una oportunidad para gozar más de la vida, para estar con nosotros/as y con los demás, para jugar y reír, para no hacer nada y descubrir de paso lo esencial, lo que se escapa a menudo a nuestra mirada posesiva.

Ayúdanos a encontrar y cultivar el descanso en Dios, el que recrea de noche nuestra fuente.

«Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura»
(San Juan de la Cruz).

LOS CONFLICTOS

María, préstanos tus ojos para mirar los conflictos, los de cada día, los de cerca y los de lejos, los que tocan nuestra piel y la de los vecinos. Los conflictos no se toman vacaciones y aparecen también en el verano. Son visitantes siempre inoportunos. A veces se acercan tanto que nos tapan los ojos, nos secan la sonrisa, y se enquistan como angustia en las entrañas. A veces se convierten en pregunta a Dios: ¿Por qué?

Tú, María, tuviste conflictos en tu vida. Eras humana como nosotros. Te salieron al paso en el camino. Salieron al encuentro de los tuyos. No te fueron indiferentes, pero tampoco te dejaste aplastar por ellos. Te quedaste en silencio ante ellos, los miraste a la cara como un desafío. Así, hasta descubrir el mensaje que venía escondido en un ropaje contradictorio. Así, hasta ver amanecida la luz y anunciada la paz. Así, hasta descubrir en ellos escondida la sonrisa de Dios, su rostro amigo, su mano salvadora.

Enséñanos, María, a no pasar de largo ante el conflicto. En él se esconde un reto, una llamada. También ahí está la luz, está el amor.

En los conflictos, haznos humildes para preguntar, dialogar, buscar con otros; para unir unas manos a otras manos y afrontarlos juntos, así hasta amanecer silbando en la mañana.

Ayúdanos a no guardar conflictos en el corazón. El corazón es muy hermoso como para meter dentro la herida. Cuando dentro está la luz, la oscuridad es menor.

«¡Qué bien sé yo la fonte
que mana y corre
aunque es de noche!»
(San Juan de la Cruz).

LOS AMIGOS

María, préstanos tus ojos para mirar a los amigos, con gozo, con gratitud y con delicadeza. Porque mirar a los amigos es como mirar el amor y dejar que nos embellezca y nos revele lo que somos. Nuestro tiempo se nos acorta por las múltiples ocupaciones, pero ¡qué pena si en las 24 horas de estos días largos y luminosos del verano no encontramos al menos unos momentos para estar con los amigos, para pensar con ellos, para recordar que somos amigos! Cuando vemos en el otro a un amigo estamos cerca de encontrar a Dios en el ser humano.

Tú, María, viviste plenamente la amistad. Tejiste diariamente en tu hogar la tela de la amistad. Por eso, las palabras de Jesús: «A vosotros os llamo amigos» son también tuyas, fruto de tu educación diaria. Cultivaste la amistad con tus vecinas y con Dios, al que viste con tus ojos de mujer y le cantaste como al de «la entrañable misericordia». Naciste en el amor, diste a luz al amor y ofreciste al mundo al Amigo que sigue gritando por todos los caminos, como un eco de tu corazón de mujer abierto a la amistad: «Amigo soy, soy amigo».

Enséñanos, María, a ser amigos de nosotros mismos, para serlo, un poco más, de todos.

Haznos, María, abiertos a los otros, actuando como si todos nos quisieran, como si todos nos entendieran, como si todos nos ayudaran.

Ayúdanos, María, sobre todo a vivir la amistad con Jesús, porque la amistad con él nos hace nacer, nos transforma, nos hace personas de luz.

«Quédeme y olvídeme,
el rostro recliné sobre el Amado»
(San Juan de la Cruz).

EL PAISAJE

María, préstanos tus ojos para mirar el paisaje. El verano, por la luz y los días largos, por los viajes y los encuentros de familia, es tiempo de mucho kilometraje. Montes, valles, mares, arroyos, ermitas, pequeños pueblos, caminos, un sin fin de aves y plantas, piedras y arenas, viento, brisa…, nos van a abrir sus puertas para que todo lo crucemos despacio y así puedan decirnos la belleza que llevan dentro. Y detrás de todo, los hombres y las mujeres que se han fundido con su paisaje, con sus historias dentro, poniendo notas de vida o muerte a la creación.

Tú, María, gozaste del paisaje lindo de Galilea: el lago, las colinas, la fuente, el camino, las gentes. Todo ese gozo te bajó al corazón y se convirtió en alabanza. Pero sobre todo, miraste con tus ojos de mujer limpia otro horizonte más bello, el de la salvación, y fruto de ello te brotó el Magníficat, el canto más bonito de alabanza.

Enséñanos María, a dejar que el paisaje mirado despacio nos comunique ese saber de la quietud, y se haga sentimiento y emoción en todo nuestro ser, compromiso recreador del hogar común

Haznos, María, habitar nuestro paisaje interior, donde tú guardabas las cosas más hermosas, donde Dios es el monte y el collado, los acontecimientos y el mundo, las galaxias y todo.

Ayúdanos, María, a transmitir con nuestra vida un paisaje, tal que quien lo mire te vea.

«Mi Amado las montañas
los valles solitarios nemorosos
las ínsulas extrañas
los ríos sonorosos
el silbo de los aires amorosos»
(San Juan de la Cruz).

LA FIESTA

María, préstanos tus ojos para mirar la fiesta. Si algo hay en verano son fiestas. Por motivos religiosos o humanos, las gentes se reúnen para celebrar la vida y las músicas salen a la calle y las mesas están bien surtidas, los horarios se trastocan, se toca con los dedos un nuevo modo de vivir solidario. La fiesta es la respuesta humana, pequeña y no lograda del todo, como todo lo humano, al Dios de la alegría.

Tú, María, participaste en las fiestas de tu pueblo. No pudiste guardar en el silencio tanta acción maravillosa de Dios y formaste coro con las mujeres para cantar al Dios que besa nuestra pequeñez y levanta del polvo a todo desvalido para colocarlo junto a los príncipes. En las bodas de Caná se te abrieron los ojos, descubriste que la fiesta que anda buscando todo corazón humano era tu hijo Jesús. Con tu intercesión adelantaste la hora de Jesús y empezaron a resonar los tambores de la vida.

Enséñanos, María, a abrirnos al Espíritu, el gran animador de la fiesta de los hombres y mujeres de este mundo. «El nos hace andar siempre como de fiesta, con un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envueltos en alegría y amor» (Juan de la Cruz).

Haznos, María, cambiar los lamentos, que secan el aire y matan la vida, en alabanzas, que proclaman nuestra verdadera vocación.

Ayúdanos, María, a hacer de nuestras fiestas momentos de acogida, convivencia, solidaridad. Sólo las fiestas de este tipo tienen futuro.

«Detente, cierzo muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto
y corran sus olores
y pacerá el Amado entre las flores».
(San Juan de la Cruz).

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