Primer día de la Semana de Espiritualidad
Dinámica del Encuentro
- Ambientación: PowerPoint: Pablo de Tarso
- Enseñanza: Teresa Gárriz López
- Testimonios: Lo que han dicho de Pablo: San Pedro; San Agustín y SantaTeresa de Jesús
- Oración
Bienvenida
¡Cuánto le debemos a san Pablo! El puso en marcha un oleaje que nunca se ha detenido.
Pablo siempre decía que su vida era fruto de la gracia. El cambio que se produjo en él fue tan insospechado que, tal como reconoció frecuentemente, fue el Señor Jesús quien lo hizo, y que a la vista estaba que su vida era un milagro patente.
Inundado por la gracia, como si torrentes y olas lo hubieran arrollado, convirtió su vida en un grito en medio de las plazas: ¡CRISTO! Nada como Cristo. Nada sin Cristo. La vida de Pablo cambió cuando se encontró con el amor sin medida de Cristo. «Me amó y se entregó por mí», decía emocionado, como si una hermosísima heredad le hubiera tocado en suerte. Desde entonces su vida fue un canto asombrado al amor de Cristo. Y nació el apóstol, empujado a contar y cantar este encuentro a todos los pueblos. CRISTO es la palabra que siempre tenía en los labios, porque Cristo era la presencia que llenaba su corazón. Todo lo demás le parecía nonada comparado con Cristo.
Acercarnos a Pablo es acercarnos a Cristo. Porque Pablo es el gran intérprete de Jesús. No es su fotógrafo de Jesús, sino su pintor. No es un historiador que vaya narrando los hechos, sino un creyente cuya vida cambió de rumbo al entrar en contacto con Cristo. ¿Qué significó Jesús para él? ¿Cuántas músicas de amor a Cristo han despertado sus cartas en el corazón de los creyentes a lo largo de los siglos? Se lo tendríamos que preguntar a tantos. A la carmelita Isabel de la Trinidad, por ejemplo. O a Juan de la Cruz, en quien las palabras de Pablo despertaron sus canciones al Amado. O a Teresa de Jesús, que hizo del «vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» su lema. O a Lutero. O a San Agustín. O a san Juan Crisóstomo. O al mismo San Pedro, que no siempre se entendió con él, pero que sintonizó con él en el amor apasionado al Señor.
Pablo nos habla de Cristo contándonos su experiencia personal. Nos dice que Cristo siempre nos lleva la delantera, nos espera en el camino. Podemos conocerle porque El nos ha conocido antes. Podemos amarle porque El nos ha amado antes, desde el seno materno. Las palabras del Papa Benedicto XVI son bien iluminadoras al respecto: La figura de Pablo va más allá de su vida terrena y de su muerte, porque nos ha dejado una extraordinaria herencia espiritual.
Hoy tenemos la suerte de contar con Teresa Gárriz, seglar consagrada en el Instituto secular de Notre Dame de Vie. A ella, que es profesora y catequista en nuestra ciudad, le hemos pedido que se adentre en la Iglesia y nos hable de la memoria agradecida de Pablo de Tarso, del eco que siguen teniendo hoy las palabras de aquel Apóstol que no quería sino hablar de Cristo.
Muy buenas tardes a todos
Me resulta muy grato estar esta tarde aquí en medio de vosotros, con vosotros, como ya he estado otras veces, para vivir esta semana de espiritualidad. Aunque me es menos grato que me haya tocado, estar en esta parte de la sala. Pero como es para compartiros el mensaje de san Pablo, no me importa tanto porque haré como él presentarme ante vosotros «sin el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría, débil y temblorosa». Así se presentó él mismo a los Corintios (1 Cor. 2,1), a pesar de ser un hombre de rompe y rasga, como vamos a tratar de verlo durante estos días. Como decía san Pablo no quiero apoyarme en palabras sabias y persuasivas, sino en el poder de Dios. Por eso tengo esperanza de que este compartir nos sirva a todos, al menos para enamorarnos un poco más de Cristo y así poder ser mejores cristianos, alegres, comprometidos y llenos de amor.
Estas jornadas responden a la invitación que nos ha hecho el Papa Benedicto XVI, a celebrar un Año Paulino, aprovechando la celebración de los alrededor 2000 años de su nacimiento.
¿Qué es un Año Paulino?
Pues un año en el que hacemos memoria, recordamos a San Pablo. Por eso el título de este primer encuentro «Memoria agradecida de Pablo de Tarso». Hacer memoria de San Pablo, nos llevará sin duda alguna a la admiración y a la veneración, pues es un gigante en muchos aspectos. Pero temo que lo único que conseguiríamos con esto sería sentirnos tan pequeños, que nos desanimásemos y concluyéramos diciendo al final de este año: «Esto es demasiado para mí».
Como os podréis imaginar no es para nada eso lo que pretendo hacer esta tarde ni lo que se proponía el Papa al convocar este Año Paulino. Él nos decía: Pablo no es para nosotros una figura del pasado, que recordamos con veneración. Estamos aquí no para reflexionar sobre una historia pasada, irrevocablemente superada. Pablo quiere hablar hoy con nosotros. Retened esto: Pablo quiere hablar hoy con nosotros.
Sí, este es el sentido del Año Paulino. Recordar a Pablo, para que sus palabras vuelvan a resonar en medio de nosotros y que con la fuerza y el poder de Dios que llevaban, vuelvan a hacer maravillas, maravillas sobre todo de conversión. Me gusta mucho el sentido de la palabra recordar, que viene del latín cor-cordis = corazón. Recordar viene a ser como volver a poner en el corazón. Por lo tanto recordar a Pablo hoy será poner en nuestro corazón su vida y sus palabras, para que cambien nuestras vidas. Entonces habremos venerado y recordado a San Pablo, cuando le hayamos dejado seguir evangelizando hoy. Estoy segura que es la mejor manera de celebrar el año Paulino y también la mejor manera de darle las gracias.
Y estoy segura de esto, como estoy segura de que lo que más agrada a mi madre que ya murió y a la que quise con locura, no es cuando la voy a visitar al cementerio, aunque sin duda esto también le debe agradar pues es una prueba de que la recuerdo con cariño y por eso lo hago, pero pienso que lo que más le agrada es cuando desde el cielo me oye decir, ¡Cuánta razón tenía mi madre! o «Mi madre me decía» o cuando ya no tanto sus palabras, pues era una mujer sencilla, sino su vida, me sirve para comprender cómo tengo que actuar y sobre todo amar que es lo que mejor me enseñó.
Entonces seamos agradecidos con San Pablo dejándole volver a poner sus palabras en nuestros corazones, dejándole que su mensaje y su vida resuenen de nuevo en nosotros, para que con el poder de Dios, den fruto que será lo que más le agrade. Hay un himno de Laudes del miércoles de la primera semana que dicen: «No basta con dar las gracias sin dar lo que las merece, a fuerza de gratitudes, se vuelve la tierra estéril». No le demos las gracias solamente de boquilla, con bonitas palabras, sino con frutos de conversión. No recordemos a Pablo de manera estática y estéril o hasta nostálgica que destruya su misma fecundidad y traicione su propia finalidad. Seamos imitadores de Pablo, y dejemos que su vida y sus palabras cambien algo de las nuestras. Así nos lo exhorta él mismo: «Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo» (1 Cor 11, 1)
Para ello os propongo esta tarde lanzar dos miradas complementarías:
- Desde el hoy ver el ayer: Con una mirada agradecida.
- Desde el hoy ver el mañana: Con una mirada esperanzada.
Empecemos pues viendo no ¿quién era Pablo? sino ¿quién es Pablo? qué me dice su vida a mí.
Pablo vino al mundo en la frontera de tres culturas diferentes: la romana, la griega y la judía. Nacido en Tarso de Cilicia, la actual Turquía, hablaba griego y gozaba de la ciudadanía romana. Su nombre Saulo, que quiere decir «llamado» se lo pusieron por el primer rey de Israel, Saúl. Saulo es un judío de la diáspora, es decir uno de esos muchos judíos, que como todavía en la actualidad, viven fuera de Israel. Todas estas circunstancias han forjado en él un espíritu abierto a diferentes culturas, a una verdadera universalidad.
De aquí que al convertirse no se limitó a evangelizar a los judíos y ensanchó rápidamente los límites de su acción. Con la predicación de Pablo la religión pasó de ser patrimonio de un pueblo determinado a ser una religión abierta a toda la humanidad, porque en Cristo Jesús, que vino a salvar a todos, todos los pueblos, tienen derecho a la herencia.
En nuestra realidad actual no es menos necesario tener esto presente para crear comunión en nuestras comunidades, y trabajar por el diálogo ecuménico e interreligioso. Pablo valoraba extraordinariamente la diversidad. Así decía a los Filipenses (4, 8) «Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o valor, tenedlo en aprecio». Pero, al mismo tiempo, oraba para que el Espíritu generase en los corazones de todos, el deseo de comunión.
Luego Pablo aprendió, quizá heredado de su padre, el oficio de fabricar tiendas (Hechos 8, 3). Oficio que ejerció siempre para no ser gravoso económicamente a las comunidades a las que sirvió. De todas formas la carencia de dinero no fue nunca para Pablo motivo de queja. Así lo escribió a los Filipenses (4, 13) Sé andar escaso y sobrado. Estoy hecho a todo, a la saciedad y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquél que me da fuerzas. Bueno me parece recordar esto en este tiempo de crisis.
Hacia los 12 ó 13 años de edad, cuando todo muchacho judío empieza a ser «hijo del precepto», es decir, empieza a tener obligación de cumplir la Ley, Pablo dejó Tarso y se fue a Jerusalén para ser educado a los pies del maestro Gamaliel, según las más rígidas normas del fariseísmo, adquiriendo un gran amor por la Torah mosaica, es decir por la Ley de Moisés.
Aunque este punto no se suele destacar al hablar de Pablo, me parece que viviendo como estamos viviendo además de un Año Paulino, un Año de la Palabra de Dios, nos podemos preguntar qué lugar ocupa en nuestras vidas el interés por escrutar y trabajar las Escrituras. ¿No nos será necesario para revestirnos de Cristo nosotros también, penetrarnos de la Palabra de Dios mediante la lectura, la meditación, la oración y la contemplación? Quizá esto nos ayudaría a estar más firmes en la fe y a conocer mejor al Dios en que creemos.
Pablo como buen fariseo, vio en el nuevo movimiento inspirado por Jesús de Nazaret, un riesgo que amenazaba la identidad judía, y se convirtió en un celoso perseguidor de los cristianos. Sin embargo su vida experimentó un gran cambio camino de Damasco, donde descubrió al mismo tiempo a Cristo y a la Iglesia. Pablo, como nosotros, no conoció a Jesús en vivo y en directo, pero el encuentro con Cristo revolucionó completamente su vida. Dios no le pidió a Pablo permiso para entrar en su vida. Entró sin más, y lo derribó. No hubo caballo en la historia de la conversión de Pablo, sólo hubo una caída mucho más violenta que caer de un caballo, y una luz tan fuerte que quedó ciego tres días, sin comer ni beber (Hechos 9, 8-9). Tres días de oscuridad y de muerte que antecedieron a la resurrección.
Me parece evidente que este aspecto de su vida tiene que tener para nosotros gran actualidad por diversos motivos.
Nos tiene que cuestionar sobre si nuestras enseñanzas y catequesis conducen a un encuentro personal e intransferible con Jesús que lleve a la verdadera conversión, o si nos dedicamos más bien a la socialización religiosa mediante la asimilación de costumbres, tradiciones y la trasmisión de conocimientos religiosos, que no llevan necesariamente al encuentro con Cristo.
También nos puede desanimar el echar una mirada a nuestro mundo y verlo lleno de ídolos, pero la vida de Pablo nos demuestra que Cristo puede seguir irrumpiendo en nuestras vidas y en las vidas de nuestros contemporáneos para cambiarlas por el Amor. Sepamos esperar el momento, no de una manera pasiva, sino haciendo lo poco que está en nuestras manos y confiando sin límites en quien todo lo puede, Cristo, que nos amó y se entregó por cada uno de nosotros.
Y por último otro aspecto de actualidad que la conversión de Pablo ilumina con fuerza, es el descubrimiento de la Iglesia. Sabemos qué difícil es para muchos de nuestros hermanos amar a la Iglesia, a la que separan de Cristo. Sin embargo, san Pablo descubrió a la Iglesia al mismo tiempo que a Cristo y fue Cristo quien se la presentó identificándose con ella. A la pregunta de Pablo ¿Quién eres, Señor?, Jesús le respondió «Yo soy Jesús a quien tú persigues». Persiguiendo a la Iglesia se encontró con Jesús y Jesús le hizo conocer y amar a la Iglesia.
Podemos esperar pues con confianza que si llevamos a nuestros contemporáneos al verdadero encuentro con Cristo, descubrann también en él, el verdadero rostro de la Iglesia.
– Después del encuentro con Cristo, Pablo se convirtió en un apóstol infatigable del Evangelio de Jesús, de la Buena Nueva de su muerte y resurrección. En ese momento, Dios engrandeció su corazón, lo abrió a todos y abriéndose a Cristo con todo su corazón, Pablo se convirtió en un hombre capaz de entablar un diálogo amplio con todos, de hacerse todo a todos (1 Cor 9, 22). Y esto sin escatimar esfuerzos. Sus tres viajes misioneros estuvieron llenos de dificultades pero el deseo de crear comunidades vivas le hizo superarlas. Y creó comunidades concretas, donde se vivía la acogida, la fraternidad y el compartir como valores esenciales. Así se lo dice a los Gálatas (3, 18): Ya no hay judío, ni griego, ni esclavo, ni libre, ni hombre, ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Para estas comunidades escribió sus cartas, llenas de cariño, solicitud y consejos de padre, destinadas a hacerles descubrir la vida en el Espíritu. Espíritu que nos enseña a orar, a amar, a ser libres y es el fundamento de nuestra vida moral: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (1 Cor 3, 16)
A ejemplo de san Pablo, no nos reservemos a Cristo para nosotros solos. Sintamos más bien la urgencia de anunciarlo a los demás, aún desde nuestra pobreza, pues sabemos que cuando somos débiles es cuando somos fuertes en Él. Que podamos también decir nosotros: Ay de mí si no predico el Evangelio (1 Cor 9, 16). Que lo que predomine en nuestras comunidades o grupos sean las relaciones fraternas de cariño y ayuda, donde todos participen, en el respeto de los carismas que deben ser vistos como riquezas y no como causas de división. Y no agobiemos a los demás con normas impuestas desde fuera, sino llevémosles a descubrir las exigencias del Espíritu que les habita y que les llevará a la verdad completa.
Quizás tengamos también miedo de que Cristo nos pida mucho. Es verdad que Pablo tuvo que pasar por muchas calamidades para poder anunciarlo. Pero si realmente se da el encuentro con Cristo, al unirnos a Él nos despegaremos de todo lo que tenemos, ya sea material o espiritual, cosas, miedos, pereza, cansancio etc. Así lo experimentó y vivió san Pablo: Lo que era una ganancia para mí, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo (Filipenses 3, 7-9). Y así nos indica que lo vivamos:: No os acomodéis al mundo presente, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. (Romanos 12,2).
– En su tercer viaje, en Jerusalén, fue arrestado a causa de un malentendido. Tras permanecer un tiempo en prisión, habiendo apelado al César, por tener la ciudadanía romana, fue enviado a Roma para ser juzgado, donde pasó dos años en una casa custodiado por un soldado romano. Sobre lo que pasó después, unas tradiciones hablan de que Pablo fue liberado y pudo realizar desde Roma un viaje a España, del que habla en la carta a los Romanos y otro a Oriente. Otras tradiciones señalan que fue encarcelado una segunda vez, acabando sus días martirizado.
Realmente, si como cristianos que somos miramos este retrato de san Pablo: Enamorado de Cristo como pocos, evangelizador de marca, hombre de fe sin precedentes, hombre de corazón universal a pocos comparable si no es al mismo Cristo, gran comunicador a través de sus cartas, creador de pequeñas Iglesias y amante de la Iglesia a la que descubrió en Cristo y por último mártir, es decir, hombre capaz de dar testimonio de su fe a costa de su vida no nos puede brotar más que un sentimiento de agradecimiento por su mensaje y por todo el trabajo realizado que nos llena de luz y de esperanza para seguir caminando.
Para terminar, os comparto la primera supuesta carta de san Pablo a los cristianos del siglo XXI, escrita por un profesor de Economía Mundial, de la Universidad Complutense de Madrid que nos muestra cómo san Pablo nos sigue hablando hoy:
«Queridos hermanos:
Os veo un tanto deprimidos por el declive del cristianismo en el Occidente desarrollado y el progresivo envejecimiento de vuestras Iglesias. Algo de este desaliento se percibe en vuestras publicaciones, acciones y asambleas, que deberían estar empapadas de la alegría del Resucitado. ¡Estad siempre alegres en el Señor! Comprendo vuestros sentimientos, porque yo también quería con locura a mis comunidades; pero creo que habéis perdido la perspectiva de las cosas. Dios es más grande que nosotros y es capaz de hacer brotar la vida y la energía de nuestra debilidad. Habita en el corazón de todos los seres humanos, aunque ellos no hayan caído aún en la cuenta.
Veo que no estáis acostumbrados como yo a vivir la fe en la intemperie, en minoría, sin presupuestos, teniendo que dar cada día razón de vuestra esperanza. Quizá esa falta de práctica había anquilosado o dado por segura una experiencia que siempre será frágil y que tiene algo de riesgo, apuesta, asombro, fuego, regalo… Veo que los nuevos tiempos os han pillado desentrenados, pero no penséis en absoluto que estáis abandonados de la mano de Dios.
No os escudéis en vuestra pobreza para no poner toda la carne en el asador a la hora de vivir y anunciar a Jesucristo «Dios se encuentra a gusto en ella», ni justifiquéis vuestra pereza, vuestro conformismo o vuestro miedo, a la hora de afrontar la imprescindible renovación de la Iglesia, apelando a vuestra fidelidad. Preocupaos, más bien, de buscar nuevos caminos para impulsar la justicia en el mundo y la evangelización, sin esperar que todo el mundo los vaya a ver bien. La creatividad es el don que más debemos implorar al Espíritu.
Sin duda, los problemas podrán aumentar, y vuestra capacidad para afrontarlos podrá bloquearse en algún momento; pero a vosotros, como a mí, os basta con esta convicción: ¡Nada nos separará del amor de Dios! (Rm 8,35-39)». Gracias
TESTIMONIOS:
La figura de Pablo va más allá de su vida terrena y de su muerte porque nos ha dejado una extraordinaria herencia espiritual (Benedicto XVI).
SAN PEDRO
De pescador de peces con mi gente, en el mar de Galilea, pasé a ser seguidor de Jesús de Nazaret. Una mirada suya me cambió y me hizo dejarlo todo para seguirlo. Tantas miradas suyas a lo largo del camino fueron cambiando mi mentalidad, a menudo tan cerrada y obstinada. Fue otra mirada suya, del Maestro, después de mis negaciones, la que me hizo llorar cuando un gallo acababa de cantar. Finalmente, fue la mirada, llena de fuerza y de alegría, de Jesús resucitado la que quiso hacerme piedra para la Iglesia, una piedra siempre apoya en la suya, que es la piedra angular.
Pero hoy quiero hablaros de Pablo, Pablo de Tarso. Éramos muy diversos. Los dos teníamos el carácter fuerte. En algunas ocasiones, no tuvo reparo en sacarme los colores afeando mi conducta hipócrita, tan lejos de la verdad que nos enseñó siempre Jesús.
Pablo se presentó a mí con mucha humildad y, a la vez, con mucha claridad acerca del don que había recibido para anunciar el Evangelio a los gentiles. Un encuentro con Jesús, camino de Damasco, lo había dejado transformado. Vino a Jerusalén para hablar con los que, por pura gracia de Jesús, pasábamos por ser las columnas de la Iglesia. No quería caminar en vano. Conmigo estuvo unos quince días, aprendiendo todo lo relacionado con la vida terrena del Resucitado, a quien él no había conocido. Recibió todo lo que yo le fui diciendo con la docilidad de un niño. Así, en la predicación de los elementos fundamentales de la fe cristiana, diría a menudo: Os transmito lo que a mi vez recibí, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las escrituras, que se apareció a Cefas y luego a los Doce (1Cor 15,3-5).
Pablo siempre estuvo en comunión con nosotros, en comunión con la Iglesia que estaba dando, animada por el Espíritu, sus primeros pasos. Decía en una de sus cartas: Tanto ellos como yo esto es lo que predicamos, esto es lo que habéis creído (1 Cor 15,11).
Yo y los demás apóstoles que estaban conmigo le dimos la mano derecha como señal de aprobación de su apostolado y de su evangelización, así como de acogida en la única comunión de la Iglesia de Cristo.
SAN AGUSTÍN
Como sabéis, a lo largo de mi vida, busqué apasionadamente la verdad.
Mi madre, Mónica, puso en mi corazón el amor al nombre del Señor.
En la juventud llevé una vida desordenada, aunque no se apagó en mí la atracción por Cristo, aunque estaba tan escondida en mí que yo muchas veces no era capaz de verla. .
Me ayudaron los filósofos; sus libros fueron luces en mi oscuridad.
Pero fue la lectura de las cartas de Pablo lo que me reveló plenamente la verdad.
Lo cuento en uno de mis libros más conocidos: Las Confesiones.
En el tormento de mis reflexiones, habiéndome retirado a un jardín, escuché de repente una voz infantil que repetía una cantinela que nunca antes había escuchado: «tolle, lege; tolle, lege». «Toma, lee; toma, lee».
Entonces volví a tomar el códice de San Pablo que poco antes había tenido en mis manos, lo abrí y mi mirada se fijó en el pasaje de la carta a los Romanos, donde el Apóstol exhorta a abandonar las obras de la carne y a revestirse de Cristo.
Comprendo que esas palabras, en ese momento, se dirigían personalmente a mí, procedían de Dios a través del apóstol Pablo. Sentí cómo se disipaban en mí las tinieblas de la duda y quedaba libre para entregarme totalmente a Cristo. Gracias a la ayuda de Pablo, «habías convertido a ti mi ser, Señor».
SANTA TERESA DE JESÚS
Soy Teresa de Jesús. Me han pedido que os hable de mi relación con Cristo. Yo le fui muy devota porque Pablo fue pecador y con la ayuda de la gracia llegó hasta la cumbre de la contemplación. Entenderéis la importancia que tuvo esto para mí, porque yo siempre me sentí pecadora y a la vez inmensamente agraciada por la misericordia del Señor.
La lectura de las cartas de san Pablo fue para mí de gran ayuda porque me sirvió para entender la verdad de mi alma. ¡Cuánta luz me dieron sus escritos! El me regaló las palabras que mi corazón enamorado deseaba decir: No vivo yo ya sino que Vos, Criador mío, vivís en mí (Gal 2,20).
Siempre vi a san Pablo, después de su conversión, como un enfermo de amor. Un día les dije a mis hermanas monjas. Miremos al glorioso San Pablo, que no se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón (V22,7).
Cuando me encontraba fatigada para seguir recorriendo caminos, tratando de tejer, mediante la oración, la unidad rota de la Iglesia, San Pablo me animaba diciéndome al oído: Todo se puede en Dios, que nos da energía (Flp 4,13).
En los caminos de la unión con Dios, que por pura gracia de Dios vivió mi alma, y que muchas veces no sabía explicar, san Pablo vino también en mi ayuda para decirme: El que se arrima o allega a Dios, hácese un espíritu con El. A mí se me ocurrieron otras comparaciones, como podéis ver en mis escritos. Pero estas palabras de san Pablo eran de la Escritura y dieron gran paz en mi vida.
Cuando quería ya morir para estar con el Señor de mi amor y mi alegría, también, una vez más, san Pablo vino en mi ayuda, y a fe que me ayudó, para tener paciencia y seguir viviendo con intensidad los días. Así le dije al Señor: Veisme aquí, Jesús; si es necesario vivir para haceros algún servicio, no rehúso cuantos trabajos en la tierra me puedan venir (E 15,2).
ORACIÓN FINAL
(Se proyectan en la pantalla las frases; con música de fondo y en silencio las oramos; después de un momento de silencio cantamos)
-Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí (Gal 2,20).
Canto: Te damos gracias, Señor. Te damos gracias, Señor
–Llevamos el tesoro del Evangelioen recipientes de barro, para que se vea que la fuerza viene de Dios (2Cor 4,7)
–¿Quién nos separará del amor de Cristo?(Rom 8,35).
-Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2Cor 3,17)
-Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu. A cada cual se le otorga el Espíritu para provecho común (1Cor 12,4.7).
Gesto: Unimos nuestras manos para expresar la comunión
–No habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: Abbá, Padre. (Rom 8,15)
Oramos juntos: Padre nuestro.