La palabra, traicionada en Getsemaní, levantada en el monte

¿Qué pasa cuando la vida es traicionada y humillada? ¿Qué pasa cuando la vida vale tan poco, que se vende por unas monedas? ¿Qué pasa cuando tantos, como Jesús, son expulsados de la tierra como si fueran unos malhechores?

Un poeta grita entonces. Me queda la palabra. Pero a Jesús, ¿qué le queda? ¿Qué hace entonces la Palabra con mayúscula? ¿Qué le queda por hacer a la Palabra?

Jesús en los caminos, en las casas, en las sinagogas, en todo lugar y ante todo tipo de personas, ha sido la dignidad de la Palabra. Se ha manifestado con esa autoridad que nace del interior y que no impone sino que propone alternativas y posibilidades. En todo momento ha contado la verdad, abiertamente ha hablado al mundo, ha enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo; no ha dicho nada a escondidas.

Jesús, o sea la Palabra hecha carne, ha dejado sembradas de semillas de Reino los caminos, aun sabiendo que muchas de estas semillas se podían perder al caer entre piedras o zarzas. Pero merecía la pena arriesgar en la siembra, como el sembrador, por ver el milagro del fruto en las vidas de los más pobres levantadas.

La Palabra, en Jesús, se puso el mejor de los trajes. Salió limpia de las manos del Padre, pero aceptó mancharse con los últimos y sentarse a comer con los pecadores. Salió verdadera para desenmascarar toda mentira. Salió como luz de vida al encuentro de las sombras de muerte. Salió con fuerza, capaz de sostener a los que tenían las rodillas vacilantes, y ahora, junto a unos olivos, pide la cercanía y la ternura de los amigos porque se muere de tristeza y de angustia, pero los suyos, por toda respuesta, se duermen cansados por el miedo.

Ahora que anochece a Jesús le quedan todavía palabras en el corazón porque la fuente o el amor siempre tiene algo que dar aun en la pobreza más radical. Le quedan a Jesús algunos acentos de su Palabra siempre ofrecida, abierta, gratuita.

La Beata Isabel de la Trinidad, con su sensibilidad de mujer artista y creyente, la que quiso hacer de su vida una escucha atenta de la Palabra, le pide a María que sea ella quien le desvele esos acentos de los últimos momentos de Jesús, ella, María, que nunca perdió detalle de todo lo que decía Jesús y que cuidadosamente guardaba en el corazón. La Virgen sigue allí, junto a la Cruz, para decirme y para hacerme escuchar aquellos últimos acentos de su alma que nadie más que ella, su Madre, pudo percibir (Últimos Ejercicios, 41).

La palabra no está encadenada, grita como un desafío Pablo de Tarso mientras sufre cadenas, precisamente por anunciar el Evangelio. La palabra de Dios no puede permanecer encadenada, aunque salgan a prenderla con espadas y palos, como se va a la caza de un bandido.

En el Huerto de los Olivos, Jesús queda atado y bien atado, pero su Palabra no está encadenada en modo alguno. Es fuerza del Espíritu. La Palabra corre suelta y libre, activa y poderosa, vital y creadora y seguirá diciendo el amor con el lenguaje verbal y con el lenguaje no verbal, el lenguaje del callado amor. Y siempre sin violencia, porque quien usa espada a espada muere.

El pueblo sigue teniendo hambre y sed de Palabra. Y aunque todos los discípulos lo abandonan y huyen, Jesús sigue haciendo presente la Palabra de vida, lo cual no quita para que, en esas idas y venidas de Anás a Caifás, pasando por Herodes y Pilato, su Palabra se quede frecuentemente muda, porque cuando los poderosos de este mundo quieren jugar con la Palabra y con la vida, Dios se calla. La Palabra que fluía tan gozosa entre los pobres, los niños, los enfermos está ahora entre letrados y senadores, sumos sacerdotes y autoridades romanas. Y ante ellos, Jesús calla, casi siempre calla. Jesús, tan respetuoso con todos, tan delicado con todo lo pequeño, ve cómo ahora los soldados se ríen de él: Haz de profeta, se burlan, mientras lo escupen en la cara y lo abofetean.

¿Cuál es el itinerario del amor? ¿Cuál es el itinerario de la Palabra en este último tramo hacia el Calvario? ¿Qué imágenes van y vienen en la mente de Jesús, al ver tan de cerca la muerte, mientras recorre las calles de Jerusalén, que desde entonces y para siempre se llamarán ‘la vía dolorosa’? La Palabra es ahora un via crucis, un dolor.

La voz de Jesús, entrecortada por la fatiga que ahoga, es ahora un hilito de voz acallada por el bullicio de los vendedores que gritan la bondad de sus productos en las bulliciosas calles de Jerusalén en las fiestas de la Pascua. ¿O no? ¿Acaso todo grito se acalló y toda risa se contuvo al pasar Jesús, cargado con la cruz, por delante? ¿Se produjo ese respeto de las gentes del lugar como cuando ahora, ante el rezo de los peregrinos, los comerciantes dejan de ofrecer a voz en grito los recuerdos de su bazar? ¿Acaso el mundo se calla para escuchar el grito de las víctimas? Una mujeres lloran y se lamentan en el camino. Es su manera de decir con quién están.

En Jesús, la Palabra se entrega radicalmente, mientras una mueca de dolor acompaña a Jesús en el camino. Cae y se levanta, lo golpean e insultan, pero se levanta, porque está resuelto a llegar hasta el final. ¿De dónde saca tanta fuerza? Aún le queda algo por decir y lo dirá desde el monte, cuando todo se cumpla y él abra los brazos esperando la palabra del Padre y el consuelo del Espíritu, quienes como ante el verdadero hijo pródigo, que viene roto y con el pecho abierto, pondrán sus manos, masculina la del Padre, femenina la del Espíritu, para curar las heridas y ponerle el mejor traje, para levantarlo como Kyrios de todo lo creado.

La Palabra está llegando a la expropiación total. Los soldados le quitan todo ropaje, las turbas influidas, influidas por los poderosos de turno, le quitan toda fama. Y así queda la Palabra desnuda, crucificada, atravesada. Pero su corazón sigue siendo fuente que mana y corre aunque sea tan de noche. Unos gritan y otros callan. Todos apiñados, en masa, se atreven a condenar al Justo. Pero, una mujer, la Verónica, se adelanta sin miedo para tener una reliquia del amor, del amor que deja huella.

Después de una primera parte del camino, sobre todo en Galilea, en que la Palabra salía gozosa como el agua cuando sale del manantial, ahora, en Judea y Jerusalén, la Palabra está abajada, inclinada hasta lo hondo. La Palabra se inclina hacia abajo, hasta casi desaparecer en un suspiro, en un soplo fatigado, a la espera confiada en el Padre. La Palabra se mueve hacia adentro, para comunicar a Jesús la bienaventuranza que proclamó en otro monte, allá junto al Lago. Jesús necesita ahora el consuelo de la Palabra y presencias alentadoras en el camino.

Estamos ante la ofrenda total de la Palabra. Ahora es tiempo de mirar la Cruz, de mirar la Palabra que ya no habla por los caminos, sino que, crucificada tiene el rostro inclinado mirando a los que están más abajo y, como él, crucificados. Así está el Ecce Homo, caído, confundido con el barro. Y uno que pasaba por allí, un tal Simón de Cirene, echa una mano.

La Palabra se asoma en la Cruz. Ahora la cruz es la Palabra. El novio ha sido arrebatado y sus amigos ayunan. Hubo un momento en que era de día y los amigos de Jesús caminaban sin tropezar. Hubo un momento en que no podían ayunar ni estar tristes porque el Novio estaba con ellos. Pero ahora es de noche, es noche cerrada, y sus amigos tropiezan y caen. Ahora le siguen desde muy lejos, le siguen pero huyendo. Ahora se han llevado al Novio y sus amigos ayunan y están tristes. No saben cómo seguir a Jesús en medio de tanta desprotección y de tan poderosa confabulación del mal. Huyen y lo niegan, y lo venden precisamente aquellos que, en la cena, habían mojado en la misma fuente que él. Herido el pastor, se dispersan las ovejas. El Novio que invitaba a las bodas lleva ahora una cruz sobre sus hombres, es contado entre malditos.

¿Por qué Jesús se pone contra sí mismo? ¿Por qué abraza la cruz con esas manos acariciadas por la ternura de María y fortalecidas con la fortaleza de José? ¿Por qué uno es capaz de dar la vida por todos? ¿Tan fuerte es el poder del pecado? ¿Estaremos ante el amor más radical? Es el éxodo definitivo, la solemnidad de la hora. La libertad de Dios y la libertad del hombre se encuentran definitivamente en su carne crucificada. El abismo del mal es abierto de par en par por la Palabra de amor.

¿Es posible decir palabras de amor en el camino de la cruz? ¿Es posible decir Fiat ante el amor crucificado? Tendríamos que mirar a María, tendríamos que mirar a tantas hermanas y hermanos nuestros, crucificados, para entenderlo y aprender. María y todos ellos, crucificados con Jesús, contemplan la Palabra que salva, aunque esté tan abajada. Y en un cruce de miradas, en el camino, los ojos de Jesús se encuentran con los de María. Es un instante, pero ¡qué instante de amor!

La Palabra está cargada del pecado del mundo y como una rama cargada de mucho fruto se vuelve hacia abajo a punto de romperse y de sembrarse de nuevo en la tierra. Jesús está curvado por el peso. Jesús son todos los curvados por la injusticia y el abuso.

La Palabra se ha hecho cruz. Amar la Palabra de Jesús es amar la cruz, es amar a los crucificados. Guardar la Palabra es mirar la cruz y tocar con la ternura y la compasión a todos los crucificados.

Jesús nunca voceó por las calles, ahora menos. Nunca se impuso, lo suyo fue siempre proponer el amor apasionado del Padre por todo ser humano. Ahora esta propuesta llega a su plenitud por medio del callado amor. Ante la fuerte expresividad de Jesús crucificado, el hablar humano calla. La fuerza de la Cruz se derrama sobre el pueblo crucificado, sobre todos los pueblos crucificados, sobre todas las culturas, razas, religiones, en una corriente de amorosa misericordia.

Cuando más sube Jesús al monte, más se amplia su corazón, más se abren sus brazos para mostrar su amor a todos los confines de la tierra. Su cuerpo está destrozado, pero el amor, por dentro, quiere seguir dándose sin medida.

Ahora, en la Cruz, la Palabra se ha quedado en silencio y en silencio ha de ser oída por nosotros. Las mejores obras siempre has hace Dios en el silencio.

La Palabra, como grano de trigo, ha muerto para dar fruto. Dios, en la Palabra muerta en el monte, está alumbrando el futuro. Un manantial se abre para dar vida en plenitud.

Y una voz alegre rompe ya el silencio y en medio de la noche se hace aurora. Sobre el fondo negro donde se incuba la noche y fermenta el dolor, va mostrándose el color de la esperanza, el color de la luz, el calor de la nueva humanidad que va haciendo nacer el Espíritu en la Pascua.

Unas mujeres llevan perfume. Ya han terminado las lluvias y apuntan los brotes de la viña. Ya se oye de nuevo por los monte la voz del Amado. Su locura de amor por todos nosotros continúa. ¡Qué hermoso tu final y tu comienzo, Jesús, Palabra de amor para todos! ¡Gracias! ¡Amén!

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