Daniel De Pablo Maroto
Carmelita Descalzo – “La Santa”. Ávila
El día 14 de diciembre celebramos la fiesta de san Juan de la Cruz que conoció algunas pestes, al menos la sufrida el año 1580, el “catarro universal”. Creo que su doctrina de las “noches” puede iluminar la pandemia del Coronavirus, que nos afecta en estos momentos, con su doctrina de las “noches” purificativas. Entre los símbolos que utiliza el Santo, tanto en verso como en prosa, ninguno más original y universal que el de la noche que propone al hombre espiritual como elemento purificativo de sus sentidos exteriores (ver, oír, oler, gustar y tocar) y sus potencias espirituales (entendimiento, memoria y voluntad) para “desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual”, y así lograr la unión transformante en Dios (Subida del Monte Carmelo, presentación inicial).
Las “noches” son sucesos que afectan negativamente al hombre espiritual, y que a veces sufre de modo pasivo, por ejemplo, una enfermedad, un fracaso profesional, pérdida de amistades o del empleo, etc. Juan de la Cruz amplía las experiencias dolorosas de los creyentes a un cierto sentimiento de ausencia de Dios cuando antes era tan cercano y gratificante, un fenómeno que puede extrañar a increyentes o creyentes desinformados. Extrapolando el tema, podemos pensar en “noches” que afectan a la colectividad como las catástrofes naturales, los terremotos, los huracanes, en nuestro caso la pandemia, o provocadas por el hombre, como las guerras, la decadencia del sentimiento religioso, etc. Otras veces las “noches” el hombre las sufre de modo activo, por ejemplo, privándose de algo gustoso o imponiéndose una penitencia dolorosa que afecta a los sentidos o al espíritu.
Para que un acontecimiento doloroso se convierta en “noche” purificativa no basta el hecho en sí, sino que el creyente en Dios lo asume como tal en el ejercicio de las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, más allá de la interpretación racional y científica a la que no se renuncia. En ese momento, un suceso doloroso se convierte en un acontecimiento salvador.
Para que el lector creyente entienda el significado y el valor de sus “noches”, Juan de la Cuz lo lleva al monte Calvario donde Cristo crucificado muere en el aparente “abandono” de Dios Padre realizando “la mayor obra que en toda su vida había hecho ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios” (Subida del Monte Carmelo, II, 7, 11). La propuesta del Santo en este segundo libro es de tal profundidad teológica que lo retengo como de lo más original que ha escrito porque lo que expone en las obras de mayor contenido místico, Cántico Espiritual y Llama de amor viva, lo tenemos bien tratado en la tradición mística de Oriente y Occidente.
Habrá gentes, profetas de calamidades, que explicarán la pandemia como “un castigo” de Dios por las infidelidades de los humanos, olvidando que los virus nos acompañan desde la existencia de la vida en el planeta tierra. Mejor es que no metamos demasiado a los dioses en estos acontecimientos. Otros ayudarán al prójimo por humanidad, por la bondad de sus corazones, tantos voluntarios que dan su tiempo su dinero, abundante o muy justo, para dar de comer a los hambrientos, a veces acogiendo a los necesitados en sus casas. Los profesionales de la medicina y de otros servidores públicos están demostrando que ejercen su oficio no solo por el sueldo, sino por vocación. Entre ellos se encuentran muchos cristianos que ven en los enfermos hermanos en Cristo o miembros de la misma Iglesia.
Vengamos a la aplicación de su doctrina de las “noches” a la actual situación de la pandemia que nos mortifica sin abandonar las explicaciones de los hombres de ciencia. Los creyentes en Dios podemos explicar la existencia de la pandemia aplicando la doctrina de san Juan de la Cruz sobre las “noches” oscuras personales o colectivas que afectan pasivamente a la humanidad. Se trata de un fenómeno doloroso, suponemos que nos viene impuesto por la existencia misma de la vida en la tierra; que asumimos como una prueba que Dios permite para que el hombre experimente sus limitaciones y no se engría de su sabiduría y adelantos técnicos.
Pues bien, el cristiano, aceptando la existencia de Dios por la fe , asume el dolor que causa la epidemia como una participación en la pasión de Cristo que salva al mundo, como explica san Pablo: “completo en mi carne las tribulaciones de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24); pasión y misión de Cristo que asumieron en sus vidas las santas del Carmelo, Teresita del Niño Jesús e Isabel de la Trinidad (Ofrenda al Amor misericordioso).
Es el plus de conocimiento y de vida que el creyente cristiano añade a la racionalidad de los hombres de ciencia para explicar la pasión de los seres humanos. Asumido el hecho en fe, la razón entra en crisis, el proyecto “humano” se transforma en divino porque es Dios quien guía al hombre a su destino final y ultramundano. También, el amor de caridad perfecciona la bondad natural que se esconde en la gente buena. Y la esperanza mantiene a los seres humanos, sobre todo a los más afectados por la pandemia, en la ilusión de poder vencerla. La esperanza cristiana es la fuerza de los aparentemente débiles que transforma la historia de la humanidad.