DANIEL DE PABLO MAROTO
Carmelita Descalzo – “La Santa” – Ávila
Se habla y escribe mucho sobre el antifeminismo en la historia, sobre todo en épocas pasadas de las que quedan todavía residuos sobre todo en ciertas culturas, superadas en la cultura occidental. Pero tengo interés en presentar el hecho contrario: que algunas mujeres han defendido su condición femenina y combatido el antifeminismo ambiental, sino que han pasado al ataque en pleno siglo XVI practicando lo que podemos llamar el antimachismo. He elegido a dos modelos de mujeres del siglo XVI, santa Teresa de Jesús y su hija espiritual, carmelita descalza, María de San José.
Es sabido que la madre Teresa se relacionó con los grandes varones de su tiempo: intelectuales, teólogos, escritores, profesores de la universidad; con las altas jerarquías de la sociedad desde el rey Don Felipe II hasta varias de las grandes familias nobles de España, hombres y mujeres; así como con los jerarcas de la Iglesia: el nuncio, cardenales, arzobispos, obispos, superiores de las órdenes religiosas, etc. Y se encontraba muy cómoda con los “santos”: Pedro de Alcántara, Juan de la Cruz, Juan de Ávila, Francisco de Borja, etc.; y otros muchos del clero regular y secular a quienes alaba por sus grandes cualidades humanas o cristianas.
Teresa escribe por “mandato” o consejo de los “varones”; pero, de fondo, acaba imponiendo su voluntad de escribir “a su manera”. ¿No significa este hecho la supremacía del querer de la mujer sobre los varones? ¿No lo podemos considerar un acto de antimachismo de la madre Teresa? La propuesta necesita la comprobación en los textos mismos de sus obras escritas.
En primer lugar, sospecho que la necesidad de un “mandato” previo de los sabios varones para escribir no era una ley de la Iglesia, sino un acto de prudencia de sus confesores o consejeros por ser ella una persona con “fenómenos” místicos. No creo que los escritores o escritoras necesitasen un permiso previo para escribir y solo el nihil obstat de los censores que se ha mantenido casi hasta nuestro tiempo.
El libro de las Fundaciones lo escribió, en su comienzo, por “mandato” del dominico P. García de Toledo, y el jesuíta P. Maestro Ripalda; después, en un segundo momento, intervendrá el P. Jerónimo Gracián. Pero, ¡ojo al dato!, a estos “mandatos” les había precedido el de “Nuestro Señor Jesucristo”, que le dijo: “que escribiese la fundación de estas casas” (Cuenta de conciencia 6, 2. Numeración de EDE). ¿Prevalencia del Señor sobre los “varones? ¿No es eso una acción antimachista?Lo mismo sucede cuando escribe el libro de las Moradas por mandato de los Padres Gracián y el Dr. Velázquez. La razón de escribir el libro, según el P. Gracíán, es que “mejor se entienden el lenguaje unas mujeres que otras”, sobre todo cuando las futuras lecturas tienen amor a la autora (Prólogo, 4). No quiero abusar del término antinachisno y espero que lo pongan los lectores.
Pero donde se descubre su talante antimachista y la defensa de las piadosas mujereses en la crítica que hace de los inquisidores que “quitan” libros de espiritualidad y dudan de sus experiencias religiosas como consta en un texto recuperado de los borrones del censor de turno. Cito la parte esencial. En ellas, Cristo halló “tanto amor y más fe que en los hombres”; y apela al tribunal de Cristo, “justo Juez”, para que las defienda de los jueces de la Inquisición, “hijos de Adán y todos varones”, y por eso sospechan de la virtud de las mujeres. ¿No es esto un claro antimachismo?
Dejo aquí el tema tratado por la madre Teresa y recupero el de su discípula e hija espiritual María de San José, una apreciadísima carmelita descalza, y con toda razón. Era una joven que encontró la Santa en casa de la noble Doña Luisa de la Cerda en Toledo, con muy cuidada educación y una escritora clásica, de las mejores de las carmelitas descalzas y autora de unos escritos valiosas para la historia de la espiritualidad y de la Reforma teresiana. Recojo algunos textos y acciones que expresan no un antimachismo, sino un antifrailismo, un desdén y crítica a sus hermanos en la Reforma de santa Teresa.
Por ejemplo, los ridiculiza cuando recuerda el ajuar que encontraron en la nueva fundación de las monjas en Sevilla: “Lo primero fue -escribe- media docena de cañizos viejos que el P. Mariano había hecho traer de su casa de Los Remedios; estaban puestos en el suelo por camas. Había dos o tres colchoncillos muy sucios, como de frailes descalzos, acompañados de mucha gente de los que a ellos los acompaña. Estos eran para nuestra Madre y algunas flacas”. O sea, habitados por chinches, pulgas o piojos. ¿No es esto antifrailismo? La madre Teresa no conoció este escrito, pero seguramente lo hubiera reído porque tiene también frases críticas contra la suciedad de los primeros descalzos “en camas y pañizuelos”.
En otro contexto, critica la poca estima -según ella- que han demostrado con Teresa su “fundadora”. Ella fue -dice- la que buscó el dinero para el viaje y la estancia de dos descalzos que fueron a agenciar la provincia independiente de los carmelitas de España, y las monjas fueron las que lo aportaron todo o la mayor parte. Y llega a decir que “muchos la despreciaban” porque no aparece el nombre de la fundadora Teresa en el Breve de separación venido de Roma. No sé si fue culpa de los frailes o costumbre curial al ser una mujer “fundadora” de una orden clerical. Hay más datos que confirman su talante crítico contra los carmelitas descalzos en general, pero apreciaba mucho a uno de los más eminentes, el P. Jerónimo Gracián. Juzguen los lectores si estos gestos pueden ser considerados como un pensamiento antimachista o solo antifrailismo restringido.