El convento de “La Santa” en Ávila. Crónica de curiosidades (2): El debate entre el prior y el obispo

Daniel de Pablo Maroto
Carmelita Descalzo. “La Santa” – Ávila 

Para descubrir “curiosidades” en la historia necesitamos, a veces, acudir a las viejas crónicas de las instituciones religiosas, por ejemplo, a las de la Reforma del Carmelo. He encontrado buenos materiales en uno de sus historiadores, el P. Manuel de San Jerónimo, autor del volumen V de la Reforma de los Descalzos, Madrid, 1706. Entre varias historias, se refiere brevemente a las fundaciones de los frailes en Duruelo (1568), Mancera (1570), y a las tres primeras en la ciudad de Ávila, desde 1600 al 1629: junto a la ermita de San Segundo, en el barrio de Las Vacas, y en la calle Empedrada, actual residencia de las Hermanitas de los ancianos desamparados. En su breve relato, no encuentro nada que me llame la atención y que pueda causar hilaridad o curiosidad a los modernos lectores.

Se extiende algo más en narrar la historia de la iglesia y convento fundado en los solares de la casa de Don Alonso y Doña Beatriz, padres de santa Teresa de Jesús, que son los que actualmente se conoce como “La Santa”. Pues bien, en su relato encuentro algunos dichos y hechos “curiosos” que presento a los lectores para que los acompañen en el proceso de edificación de la iglesia y el convento de los carmelitas descalzos en Ávila en su hábitat definitivo.

Aunque algunos de los carmelitas descalzos, residentes o no en la ciudad, manifestaron el deseo de fundar un convento en las casas donde había nacido su fundadora Teresa, pasaron los años sin que se llegase a ejecutar definitivamente la idea. Fue el obispo Don Francisco Márquez de Gaceta, llegado a Ávila en 1628 -“gran devoto de la Santa”, dice el cronista-, quien ayudó a dar pasos definitivos para el comienzo de las obras. Instalado en su nueva sede, fueron a visitarle dos carmelitas descalzos del convento de la calle Empedrada, el prior, Fray Martín de la Madre de Dios, contrario a la edificación de un nuevo convento en las casas de Don Alonso; y el P. Francisco del Espíritu Santo, favorable al proyecto, como lo era el obispo, quien les expuso su deseo de visitar el lugar y edificar una iglesia y convento en aquellos solares. Y, para comenzar, prometió ayudar a la causa con “diez o doce mil ducados o con más, si fuera necesario”. Recuérdese que la madre Teresa había sido beatificada el año 1614 y canonizada en el 1622.

Pido al lector que imagine y se introduzca mentalmente en la escena, acompañando los sentimientos contrarios del prior y el gozo interno del súbdito que coincidía con el del obispo; tuvo que crearse una situación “curiosa” e hilarante el ver al religioso súbdito ante la disyuntiva entre la obediencia al superior y el gozo al saberse en comunión espiritual con el obispo y sus deseos de edificar un templo a la madre Teresa. Me resulta ingenioso y elegante cómo presenta la situación embarazosa nuestro cronista que trascribo para gozo del lector.

“Cada palabra de estas [las del obispo] era una espina para el corazón de Fray Martín (prior) […], pero era una rosa para Fray Francisco”; pero “como de súbdito y abatido” no podía expresar su alegría y esperanza, “porque quien no sigue el dictamen del prelado, aun en los aciertos se los ponen en la plana de los pecados y quiere siempre el que manda que sea su gusto ley sin epiqueya” (cap. 34, n. 9, p. 505). O sea, el prior quería que el fraile cumpliese la ley de la obediencia materialmente, con plena sumisión a su opinión y sin interpretaciones posibles.

Al Sr. Obispo apreció más las razones expuestas por el súbdito y se lo pagó nombrándole su confesor (¡!), mientras desoyó la opinión y los razonamientos del padre prior. “Fue una ascua en el corazón del prior”, consigna el cronista. Y sigue la historia jocosa: el prior buscó el medio de vengarse del súbdito intentando sacarle de la comunidad de Ávila y otras “acciones” que resultaron fallidas. Y, al fracasar en su intento, le impuso precepto de obediencia (¡!) de no hablar con el obispo del posible traslado del convento a las casas de Don Alonso. La acción del prior la juzgó el cronista como “apasionada” o precipitada y, posiblemente nula, de manera que el superior tuvo que rectificar pronto.

Sigue el cronista presentando sucesos jocosos que resumo para no aumentar demasiado esta crónica llena de “curiosidades”. Cuenta que el obispo fue a visitar a los frailes en la calle Empedrada, como se sabe situada en un fuerte descenso del terreno, una “agria cuesta”, dice el cronista; le llevaron en litera, pero “en medio de la cuesta se mancó uno de los machos” y dijo: “¡Que haya quien quiera vivir en este barranco y deje por él las casas de santa Teresa de Jesús!”. En el intercambio de ideas con la comunidad, “hablaban bajo (¡!) los súbditos que no eran de su parecer” (del prior).

A continuación, el obispo, acompañado de algunos frailes, visitó las casas de los padres de Teresa, se emocionó al entrar en aquellas ruinas, besó el suelo pisado por la Santa, y, ante la negativa de los frailes de edificar una iglesia y convento, propuso construir por su cuenta una iglesia dedicada a la nueva Santa. Quejas y lamentos del prior por la existencia de dos iglesias cercanas dedicada a la misma santa. Y harto de los lamentos y la oposición radical del prior, le respondió el obispo: “No sé, padre prior qué le diga; quédese con Dios, que no me parece que es muy hijo de santa Teresa”. Y se marchó a su palacio enojado.

Sigue el cronista diciendo que el prior envió a su confesor “para que le desenojara” y escuchó de sus labios el siguiente juicio: “Parecídome ha que ese prior es algo tonto” (¡!); y, cansado de tanta oposición, optó por escribir directamente al general de la orden y cesó, al parecer, la oposición del prior. Y el final fue feliz: los frailes se comprometieron a comprar la casa, “que estaba ya destruida”, a Don Antonio de Bracamonte, último heredero de las mismas, por 400 ducados, mitad en un censo y mitad en mano, proyecto fracasado. El prior siguió enredando los trámites todo lo que pudo; pero, al final, se llegó a un acuerdo en el vendedor en “700 ducados de plata” y -concluye el cronista- “se tomó posesión del sitio por parte de la Religión” superándose algunas dificultades, entre ellos, un pleito que interpuso la Ciudad de Ávila.

Puede verse el relato completo en la citada Reforma de los Descalzos, capítulo 34, nn. 9-12, pp. 504-507. El cronista sigue narrando el proceso de edificación de la iglesia y el convento de “La Santa” por los Descalzos en el capítulo 35, pp. 507-513).

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