Hoy 19 de marzo de 2020, día de San José, en Madrid, y en cualquier lugar del mundo, en el corazón de cada persona que vive ahora mismo la incertidumbre y el miedo, ese lugar que es el mismo corazón de Dios hecho debilidad y vulnerabilidad en cada criatura, que ahora nos concentra a todos como una sola familia, sin fronteras, sin limitación de lenguas, de razas o de ideas, en ese lugar, único en el que podemos sentirnos a salvo y con paz en la tormenta que arrecia.
Desde ahí, hago silencio contigo, con vosotros, silencio que ausculta este corazón de Dios, dejándome sondear por Él, por Su Mirada… frente a toda piedra que silba amenazante en el aire, frente a toda peste que se desliza en las tinieblas, frente a todo miedo que paraliza el ritmo tranquilo del corazón, esa Mirada se hace para mí oración que espera contra toda esperanza, contra toda adversidad, contra cualquier enemigo desconocido, esa confianza que desafía lo imposible…
Ahí, precisamente ahí, donde siempre he encontrado refugio y salud del alma en todos los momentos de mi vida… Desde esa tienda del encuentro, estoy presente a cada uno que esto leéis… para enviar un abrazo de consuelo y de fortaleza, sin muchas palabras, sin mucha filosofía, para regalar y también recibir un mensaje de fe y confianza en Dios, besando la tierra que pisáis, a vosotros mis hermanos y hermanas, con los que me siento pequeño para afrontar lo que nos supera y desborda, pequeño para tratar de hacer algo solo, pequeño para saber interpretar y descifrar las claves de lo que pasa y nos pasa, y, sin embargo, secreta y poderosamente confiado de que nada me pasa y nada nos pasa fuera de la palma de su Mano, la mano de Dios.
Confiado en la fuerza que nace cuando somos humildes y nos sostenemos unos a otros, confiado y valiente con la valentía de los que están desarmados de autosuficiencia y seguridad, y como María y como José, pobres de Yahvé, fiados de que la vida renace siempre siempre siempre, tarde o temprano. En los límites del cansancio y de la debilidad se abren gestos, palabras, oraciones, heroísmos cotidianos, acciones invisibles y sin aplauso, portadoras del milagro, que resucitan la maravilla de un camino por estrenar, de un comienzo mejor.
No perdamos la tierra sagrada de este momento único e irrepetible. Más adelante lo recordaremos como tierra seca y árida, tierra hostil y amenazante, tierra de las devastaciones y los miedos, de soledades angustiadas, pero que encerraba un tesoro y un secreto: la posibilidad de reencontrar lo mejor de nosotros, la verdad escondida, la simplicidad perdida, la belleza de cada uno y una, mirada de nuevo con ojos de niño, con alma desnuda, con pies cubiertos de polvo… Un duro camino en el que nos creímos perdidos, y nos devolvió al encuentro, y que, ojala, a todos, sin descartar a nadie, nos devuelva a casa, más prudentes, más sanos, más humanos, más fraternos, más verdaderos, al corazón de Dios en el corazón de cada ser humano, nuestra casa.
Simplemente un abrazo en silencio, una oración sin prisa, sin reloj, en la presencia de Dios, bendición que rompe el miedo y sosiega dentro, en la raíz de alma y cuerpo. Ahora que esto lees, cierra los ojos y reúne tu corazón en una oración sin palabras… Ahí nos encontramos, ahí me encuentras, y a quien ahora más nos necesita. Deja que Él pronuncie el silencio:
No temas…
YO ESTARÉ CON VOSOTROS TODOS LOS DÍAS, HASTA EL FIN…
Miguel Márquez, ocd.