Atrevimiento de Teresa de Lisieux

Secundino Castro, OCD

Teresa escribió un día estas palabras sorprendentes: “Jesús. mío, tal vez sea una ilusión, pero creo que no podrás colmar a un alma de más amor del que has colmado a la mía. Por eso me atrevo a pedirte que ames a los que me has dado como me has amado a mi. Si un día en el cielo descubro que los amas más que a mi, me alegraré, pues desde ahora mismo reconozco que esas almas merecen mucho más amor que la mía. Pero aquí abajo no puedo concebir una mayor inmensidad de amor del que te has dignado prodigarme a mi gratuitamente y sin merecimiento alguno de mi parte” (MC 35v).

Después Teresa se compara con el discípulo amado (PN 24,20) y con la Magdalena   ( \MA 39r,) y juzga que ha sido objeto de más amor.

Desde esta percepción de amor extremado, Teresa se siente autorizada para hacer suyas las palabras de la oración sacerdotal; puede pedir para aquellos que Dios ha puesto en su camino que sean amados con el mismo amor que ella, como lo hace Jesús en la última cena. Es más, ella se siente autorizada a decir que ha experimentado los mismos sentimientos que Jesús con respecto a los discípulos. Dice: “les he dado a conocer tu nombre; tuyos eran y tú me los diste; han conocido que todo procede de ti; que tú me has enviado; ruego por los que tú me diste; yo ya no voy a estar en el mundo, voy a ti; Padre santo, guarda a los que me has dado; no te ruego que los saques del mundo, sino que los preserves del mal; no son del mundo, como tampoco yo. No solo ruego por ellos, sino también por los que creerán en ti por su palabra”.

Y termina el pasaje con estas palabras textuales: “Padre, este es mi deseo que los que me confiaste estén conmigo y que el mundo sepa que tú los has amado como me has amado a mi”.

De nuevo encontramos a Teresa en las cumbres de la experiencia religiosa. Identificada plenamente con Cristo en su quehacer en la Iglesia. Teresa hace tan suyas las palabras de Jesús que al citarlas textualmente las convierte en femeninas. Veamos dos párrafos: “Porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido y han creído que tú me has enviada”. Enviada, en femenino. Veamos este otro pasaje: “Y que el mundo sepa que tú los has amado como me has amado a mi misma”. “Misma”, resalta Teresa. Teresa ha querido no sólo  hacer suya la oración sacerdotal en su aspecto de amor y ruego por los demás, sino incluso revestirlo de su yo femenino. Algo inédito en la historia del cristianismo. Podemos decir desde ella, Teresa, desde su comprensión, que de igual modo que el Padre ha amado a Cristo y lo ha elegido, Cristo la ha amado y elegido a ella para revelar el verdadero estilo del evangelio. Teresa tiene una misión que es poner el estilo evangélico en su sitio. Todos Los santos son enviados con una misión concreta, pero sola la de Teresa es universal porque abarca todas las vocaciones (MB 3r.-3v.). Y consiste en hacer que el evangelio ilumine toda la casa y en descubrirnos qué es la Iglesia por dentro. Así se puede entender que Teresa sea un hálito del Espírito, el amor. “Yo seré el amor” . (MB 3v.). Y hasta una figura de la Iglesia.

La actitud de Teresa con la oración sacerdotal merece una reflexión especial. En primer lugar, su singularidad. No recuerdo que en la historia de la espiritualidad cristiana se haya usado de esta forma. Teresa ha descubierto que ama con el amor sacerdotal de Jesús. Y aunque  esta doctrina se halle en Juan de la Cruz, no está explicitada de este modo. De forma que podemos decir que es una peculiaridad y una nueva realidad de Teresa. ¿Un aspecto nuevo de la mística de Teresa? Pero, quizás antes habría que preguntarse si esto no es una mística . Una mística del amor. Y esto nos conexiona con el descubrimiento del sentido del mandamiento nuevo del amor de Jesús,  sobre el cual también se pronunció Teresa.

Pero siguiendo con la singularidad del fenómeno, surgen muchos interrogantes. ¿Estamos ante una nueva mística, que lleva el matrimonio espiritual a tales derivaciones? ¿No nos hallaríamos ante una experiencia mística sacerdotal “in persona Christi”? ¿Màs allá de la mística hasta hoy conocida? ¿A qué altura nos encontramos? Y concluye Teresa: “Pero aquí abajo no puedo concebir una mayor inmensidad de amor del que te has dignado prodigarme a mi” (C 35v).

Este amor ha hecho de ella un ser singular en la Iglesia y en el cristianismo. Se siente la persona más amada por Dios, como hemos visto. La única que ha sentido todas las vocaciones, que nunca ni en nada se ha opuesto a la voluntad de Dios, que se ha atrevido a hacer suya la oración sacerdotal y que por su vocación misionera extrema ha preferido quedarse aquí hasta el final de los tiempos, Única.

Todas estas cualidades son exclusivas de ella. Por eso, en verdad, es única. Todos los Papás han hablado de ella con suma admiración. No se ha dado tampoco esa unidad pontificia con ningún otro santo.

Todo sumado, se tiene la impresión, sobre todo por su experiencia universal, de haber sentido todas las vocaciones, que de alguna manera ella es una figura de la Iglesia, al mismo tiempo que hija. Es una intervención de Dios que vuelve sobre su obra para devolverle aquel rostro evangélico que le imprimió el día de su Resurrección y que con el paso del tiempo había perdido su brillo.

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