Comienza el Jubileo 2025: Peregrinos de esperanza

El Papa Francisco inaugura este martes 24 de diciembre el Jubileo: «Peregrinos de la esperanza». A las 19:00 h. abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y pasará a través de ella junto a cardenales y obispos para celebrar la misa de la Vigilia de Navidad.

«Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación; con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tm 1,1) (Spes non confundit, 1).

Que sea para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación

La Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos que Cristo Jesús es «nuestra esperanza»

Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad

Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza

La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones

Una Palabra de esperanza

«Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. […] Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,1-2.5).

La esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz

La vida divina se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo; se desarrolla en la docilidad a la gracia de Dios y, está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo

El Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia,  irradia en los creyentes la luz de la esperanza.

Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida

La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino

«¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? […] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor»  ( Rm 8,35.37-39).

La vida está hecha de alegrías y dolores, el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento.

San Pablo escribe: «Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza» (Rm 5,3-4).

La tribulación y el sufrimiento son las condiciones propias de los que anuncian el Evangelio en contextos de incomprensión y de persecución (cf. 2 Co 6,3-10).

En medio de la oscuridad se percibe una luz; se descubre cómo lo que sostiene la evangelización es la fuerza que brota de la cruz y de la resurrección de Cristo.

Una virtud estrechamente relacionada con la esperanza es la paciencia.

Estamos acostumbrados a quererlo todo y de inmediato, en un mundo donde la prisa se ha convertido en una constante. Ya no se tiene tiempo para encontrarse, y a menudo incluso en las familias se vuelve difícil reunirse y conversar con tranquilidad.

La paciencia ha sido relegada por la prisa, ocasionando un daño grave a las personas. De hecho, ocupan su lugar la intolerancia, el nerviosismo y a veces la violencia gratuita, que provocan insatisfacción y cerrazón.

La paciencia es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida.

Aprendamos a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene.

Un camino de esperanza

Este entretejido de esperanza y paciencia muestra cómo la vida cristiana es un camino, que necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús.

Signos de esperanza

Estamos llamados a redescubrir la esperanza en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece.

Es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia.

Los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza.

El primer signo de esperanza es la paz para el mundo sumergido en la tragedia de la guerra.

La humanidad, desmemoriada de los dramas del pasado, está sometida a una prueba nueva y difícil cuando ve a muchas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia.

Mirar el futuro con esperanza es tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás. Constatamos con tristeza la pérdida del deseo de transmitir la vida….

Necesitamos recuperar la alegría de vivir. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede conformarse con realidades materiales. Nos encierran en el individualismo que corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón.

En el Año jubilar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. Pienso en los presos

Que se ofrezcan signos de esperanza a los enfermos que están en sus casas o en los hospitales. Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de las personas que los visitan y el afecto que reciben. Las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza, que despiertan en los corazones sentimientos de gratitud…

También necesitan signos de esperanza los jóvenes. Con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. Ocupémonos con ardor renovado de los jóvenes, los estudiantes, los novios, las nuevas generaciones. ¡Que haya cercanía a los jóvenes, que son la alegría y la esperanza de la Iglesia y del mundo!

No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias…

Signos de esperanza merecen los ancianos, que a menudo experimentan soledad y sentimientos de abandono. Un recuerdo a los abuelos y a las abuelas, que trasmiten la fe y la sabiduría de la vida a las generaciones más jóvenes.

Imploro, de manera apremiante, esperanza para los millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir. Frente a la sucesión de oleadas de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse.

Anclados en la esperanza

La esperanza, junto con la fe y la caridad, forman el tríptico de las “virtudes teologales”, que expresan la esencia de la vida cristiana (cf. 1 Co 13,13; 1 Ts 1,3).

En su dinamismo inseparable, la esperanza es la que, por así decirlo, señala la orientación, indica la dirección y la finalidad de la existencia cristiana.
Por eso el apóstol Pablo nos invita a “alegrarnos en la esperanza, a ser pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” (cf. Rm 12,12).

Sí, necesitamos que “sobreabunde la esperanza” (cf. Rm 15,13) para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe. Pero, ¿cuál es el fundamento de nuestra espera? Para comprenderlo es bueno que nos detengamos en las razones de nuestra esperanza (cf. 1 P 3,15).

Spes non confundit
BULA DE CONVOCACIÓN DEL JUBILEO ORDINARIO DEL AÑO 2025
FRANCISCO Obispo de Roma
Siervo de los Siervos de Dios
a cuantos lean esta carta la esperanza les colme el corazón

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