Domingo de Pentecostés

Con el Espíritu Santo entendemos las bienaventuranzas para quitar los miedos de hoy.  

Acogemos con docilidad estas palabras de Jesús, las guardamos en el corazón como un tesoro. ¡Qué hermoso es entrar a formar parte, en una Iglesia pletórica de vida, de la historia de amor que el Padre quiere contar a la humanidad! ¡Qué sorpresa saber que Jesús cuenta con nosotros! No hay tiempo que perder, ni miedo por el que dejarnos vencer. Nos atrevemos a salir Donde está el Espíritu hay envío, movimiento, misión, vida compartida. El Espíritu, con un fuerte impulso, marca el itinerario de la comunidad enviada. ¡El Espíritu Santo es nuestro amigo! El Espíritu, en la interioridad, prepara este viaje misionero; su amor nunca está ocioso.

La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia (Papa Francisco). Gracias por enviarnos a decir en las plazas lo que te hemos oído en el silencio.  

Jesús no se guarda nada para sí, todo nos lo da. Jesús sopla su Espíritu creador; abrimos los pulmones para respirar a su aire: oramos y vivimos con el aliento que Jesús nos regala. Nuestra arcilla, al toque de su amor, queda vestida de belleza; nuestros huesos secos se levantan para la alabanza y el servicio. El Espíritu, aliento de Jesús, enamora el corazón, lo llena de alegría; continúa en medio de la comunidad su tarea para que no muera la verdad de Jesús. La humanidad, tan herida por la injusticia infringida a los más pobres, se levanta, movida por ese viento fuerte, engalanada con la transparencia y la verdad. Aparecen la compasión y la ternura.

Ven Espíritu, enséñanos a amar, llena nuestro vacío, orienta nuestros pasos.     

Hemos sido creados para recibir esta visita del Espíritu: el gran don de Jesús; estamos tocados por el don. Nuestra interioridad anhela esta presencia amorosa y creativa. El Espíritu, aire nuevo, nos orienta a una danza de alabanza, de comunión, de servicio y de misión. Este divino Amor todo lo trae consigo. El vacío interior lo llena de alegría, su voz consuela en los momentos difíciles, su aliento nos da fuerza en las pruebas, sus dones enamoran, su manantial es rumor inagotable de gracia, su presencia sonora a vida eterna sabe.

Por tu bondad, Señor, el Espíritu nunca deja de estar con nosotros. Nuestro camino es cosa suya.   

Un día, el pecado malogró el proyecto del Padre, ahora, en Pentecostés, resurge este proyecto, como el más hermoso paisaje del Espíritu: la reconciliación entre los pueblos, el cuidado de la creación, la atención a los más pobres, la acogida a los refugiados de todas las guerras. En la fiesta del Espíritu todo se llena de dones, para que surja la nueva humanidad. A los cansados les nacen pies para correr, alas para volar. ¡Qué extraordinaria riqueza, con sus dones de verdad y de amor, la del Espíritu! ¡Qué apasionante su presencia en nosotros y en la historia!

Que surja, Señor, la nueva creación. Gracias, Espíritu Santo. Con María cantamos tus canciones para gloria del Padre y alegría de Jesús. 

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