11. Por los caminos del amor

Una oración. «Haznos vivir nuestra vida, no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula, no como un partido en el que todo es difícil, no como un teorema que nos rompe la cabeza, sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo, como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia, con la música universal del amor» (Madeleine Delbrel).

Un relato. «Cuenta un apotegma de los padres del desierto que el abad Lot dijo una vez al abad José: «Padre, ayuno un poco. Oro y medito; trato de vivir en paz en lo que de mí depende; procuro purificar mis pensamientos. ¿Qué más puedo hacer? José se puso de pie y extendió sus manos hacia el cielo. Sus dedos se volvieron como diez llamas y dijo: ¡Si quieres, puedes ser todo fuego!».

Una experiencia. «Había dado un concierto extraordinario el genial violinista Sarasate. Salió a la calle aclamado, y allí había un hombre tocando su violín. El maestro se lo pidió. Lo tocó magistralmente y después pasó el sombrero y recogió mucho dinero que entregó al violinista callejero. Pero éste lloraba silenciosamente, y al preguntarle que por qué lloraba, si había recogido tanto dinero, el músico ambulante contestó que estaba emocionado porque había arrancado a su viejo violín unas notas que él nunca habría podido ni soñar». Esta hermosa anécdota nos recuerda que Dios puede sacar aún melodías divinas de nuestro viejo y destartalado violín.

LLAMADOS AL AMOR

«Dios es amor» (1Jn 4,8): en esta fuente hay que beber. Dios amor es comunicativo y nos ama con el mismo amor que él se ama. Amándonos, nos hace capaces de amar con su mismo amor. La vida del orante es una historia de amor. Hemos nacido para el encuentro amoroso. Es vital que se despierte en nosotros esta vocación.

El amor a Dios se vive fundamentalmente en voz pasiva. «El amor no consiste en que nosotros amemos a Dios sino en que El nos amó primero y se entregó por nosotros» (1Jn 4,10). Importa mucho entender esto. El amor del orante es siempre un amor que responde. El Espíritu en nosotros nos ayuda a responder (cf Rom 15,30; 5,5).

Jesús es el Hijo Amado, el predilecto del Padre. Su marcha al desierto es una necesidad imperiosa de procesar en el silencio y en la soledad el amor que se le ha revelado, de hacer sitio en su interioridad al deslumbramiento y al asombro. Dios ama al ser humano en Cristo, su amor entra en nosotros a través del corazón de Cristo (cfRom 8,39). Como él, también nosotros necesitamos escuchar en el corazón lo que hemos oído en el bautismo. «Si no conocemos que recibimos, no nos despertamos a amar» (S. Teresa).

Para que este amor de Cristo se nos comunique, tenemos que hacerle sitio en el corazón. A la madurez afectiva se llega tras larga caminata. El hombre ha de nacer en plenitud a sí mismo, llegar a la libertad, a la responsabilidad, al amor. El amor pide crecimiento. «Lo que cayó entre las zarzas» son esos que escuchan, pero las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida los van ahogando mientras caminan y no llegan a madurar» (Lc 8,14).

Hasta poder decir: «Todas las fuerzas y capacidades de mi persona guardaré para ti, Señor». O con San Juan de la Cruz: «Mi alma se ha empleado,/ y todo mi caudal, en su servicio;/ ya no guardo ganado,/ ni ya tengo otro oficio,/ que ya sólo en amar es mi ejercicio».

CONSIGNAS A LOS ORANTES

Alimentar el amor, meditando en él. Que no falte el amor. ¡Que no esté en números rojos la cuenta del amor! «Lo que más os moviere a amar, eso haced» (Santa Teresa).

Tener modelos a la vista. Uno sobre todos: Cristo en traje de buen amador. «¡Oh hermosura que excedéis a todas las hermosuras!»

Crear comunión. Amar es sufrir y gozar con el amigo. «Con los que están alegres, alegraos; con los que lloran, llorad. Anda de acuerdo unos con otros; no penséis en grandezas, que os tire lo humilde; no mostréis suficiencia» (Rom 12,15).

Traducir el amor en obras. Los hechos aman más que las palabras. Y la lealtad, para no ocultar al otro las verdades dolorosas, pero necesarias. Amar y verdad van juntas.

LA IMPORTANCIA DE LOS AMIGOS

«Os dirán que no es menester. Que basta tener a Dios. Buen medio es para tener a Dios, tratar con sus amigos» (Santa Teresa). El amor es la forja de las grandes amistades; implican a Dios en esa amistad, ven en los otros lo que es digno de amor, «se aman en Cristo».

Las conversaciones giran en torno al deseo de ser personas más auténticas y de crecer en la calidad de amor. Los acontecimientos de la vida son vistos como una invitación de Dios a crecer en la calidad de ser y en la calidad de amar.

UNA FORMA NUEVA DE MIRAR EL MUNDO

Como el amor de Dios nos ama lo mismo a todos, en su amor nos reconciliaremos todos: los que no nos han querido o con quien hemos tenido dificultad en el amor.

La unión con Dios sitúa también al hombre en una nueva relación con su mundo circundante, una relación que le capacita para «encontrar a Dios en todas las cosas» (San Ignacio de Loyola).

En el encuentro amoroso con Dios el hombre adquiere una capacidad nueva para amar a sus semejantes. Y no importan tanto la grandeza de las obras cuanto el amor con que se hacen. «Quizás no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios» (Santa Teresa).

De aquí se deriva una forma de mirar el mundo lúcida y cariñosa, amable y llena de ternura. Es la mística de los ojos abiertos, que se conjuga con la mística de la indignación y la mística de las presencias alentadoras, divinas y humanas, insospechadas y siempre sorprendentes.


Momento de Oración

Comenzamos nuestro encuentro de oración:

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Invocamos al Espíritu Santo, maestro del amor:

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles

y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Recordamos nuestra vocación:

Estamos hechos para amar a Dios como somos amados por El.

Nos logramos como personas en la medida que amamos.

El que no ama no vive. La soledad nos hace capaces de amar.

Guardamos en el corazón la palabra de Jesús:

«A vosotros os llamo amigos» (Jn 15,15).

Dios oye nuestro amor:

«El lenguaje que Él más oye sólo es el callado amor»

.

Rumiamos en nuestro interior y llevamos a la vida:

  • El amor no es envidioso: no siente malestar por los bienes de los demás.
  • El amor no es jactancioso: no se presenta ante los demás con arrogancia.
  • El amor no busca su interés: antepone el bien de los demás al propio.
  • El amor no se irrita: no pierde la calma, no guarda rencor, no es airado.
  • El amor no lleva cuentas del mal: todo lo perdona, todo lo olvida.
  • El amor no se alegra de la injusticia: se duele de toda desigualdad.
  • El amor es paciente: todo lo aguanta, lo soporta, lo sobrelleva.
  • El amor es benigno: es amable, tranquilo, irradia bondad, se hace amar.
  • El amor se alegra con la verdad.
  • El amor todo lo excusa: disimula y justifica las ofensas recibidas.
  • El amor todo lo cree: se fía de los demás, no piensa mal de nadie.
  • El amor todo lo espera: el triunfo del bien, de la justicia y de la verdad.
  • El amor todo lo soporta: no se deja abatir por el mal, por la desesperanza.

EL ORANTE ES UNA PERSONA QUE AMA

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