18. Testigos del amor

La experiencia de la oración «no aparta a los hombres de la tarea de la construcción del mundo, ni los lleva a despreocuparse del bien de sus semejantes» (GS 34). «Para esto es la oración… para que nazcan siempre obras, obras» (Santa Teresa).

La comunión con Cristo nos impulsa a salir al encuentro de las gentes para practicar un amor activo y concreto con cada ser humano. «Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1Ped 2,9). «Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14).

El camino de la oración «debe suscitar en nosotros un dinamismo nuevo, empujándonos a emplear el entusiasmo experimentado en iniciativas concretas… En la causa del Reino no hay tiempo para mirar para atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza» (NMI 15).

A EJEMPLO DE LA TRINIDAD

Toda la historia de la salvación es una salida de la Trinidad para entregarse al mundo y atraerlo por la fuerza del amor. El rostro de Cristo que la Iglesia ha contemplado con gozo a lo largo de los siglos es un Cristo enviado por el Padre (Jn 10,36), ungido por el Espíritu para anunciar la buena nueva de la salvación a los pobres (Lc 4,18-19), convertido en eucaristía para todos por su muerte y resurrección; un Cristo que, a su vez, desde el poder y la fuerza de la resurrección envía a sus amigos al mundo: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21).

La relación de intimidad que Cristo mantiene con el Padre, eso es la oración, sostiene y alienta su vida de entrega. Ora en los momentos importantes de su vida (Lc 3,21; 4,1-13; Jn 11,41-42; Mt 11,25; Lc 6,12-13). En la oración encuentra la fuerza para vivir para los demás, para colocarse siempre al lado de los más pobres y excluidos, para respirar y vivir al aire del Espíritu, al aire de la alegría, de la amistad, de la libertad, de la entrega de la vida.

EVANGELIZAR NUESTRO MUNDO

El orante mira la realidad del mundo. Y lo hace con cariño. Aprende el lenguaje de las gentes, descubre lo que de evangelio llevan y lo señala, para anunciar a Jesucristo. «Escruta a fondo los signos de los tiempos y los interpreta a la luz del evangelio…para conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza» (GS 4).

Son muchas las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. ¿Cómo quedar al margen del desequilibrio ecológico, que hace inhabitable y enemigas del hombre vasta áreas del planeta? ¿Cómo hacer oídos sordos a la paz, tan amenazada por la pesadilla de la violencia y de la guerra? ¿Cómo no responder al vilipendio de los derechos humanos de tantas personas?

Los iconos desfigurados de Dios. La búsqueda de la belleza divina mueve a los orantes a velar por la imagen divina de tantos hermanos y hermanas, desfigurada por el hambre, la desilusión, la humillación por mil motivos, la violencia…La oración pone en marcha la nueva imaginación de la caridad. No tiene sentido una espiritualidad oculta e individualista.De la meditación de la Palabra de Dios y de los misterios de Cristo nace la intensidad de la contemplación y el ardor de la actividad apostólica. Siempre han sido los hombres y mujeres de oración, quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios, han realizado grandes obras.

La verdadera profecía. Por tanto, si hay una profunda experiencia de Dios, una toma de conciencia de los retos de nuestro tiempo, se continuarán las respuestas creativas de Jesús, porque la verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta se hace portavoz contra el mal y contra el pecado. Lo primero que perciben los alejados son los gestos y el lenguaje de una vida humana digna, liberada, comprometida, esperanza. El anuncio de Jesucristo no se logra tanto por la transmisión de una doctrina cuanto por la comunicación de una vida.

La misión de los orantes. Santa Teresa aconsejó a los orantes que viviesen la oración en un clima de libertad creciente, porque «un alma apretada no puede servir bien a Dios»; les dijo que no orasen sólo en algunos momentos y en los rincones, porque «entre los pucheros también anda Dios»; insistió sobre todo en«que se aficionasen al bien de las almas y al aumento de su Iglesia».

¿QUE HACER EN ESTA HORA DE DIOS?

Cultivar la espiritualidad de la comunión. No basta con hacer cosas buenas. Hay que hacerlas juntos. Esto es la sinergia: trabajar en lo mismo desde varios dones, para dar esperanza. El Espíritu nos desafía a ver si somos capaces de hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión donde:

  • se promueva la espiritualidad de la comunión como principio educativo allí donde se forman las personas.
  • se enseñe a ver a cada persona con el misterio de Dios dentro, como un don.
  • cada ser humano tenga sitio, palabra y tarea.
  • sean posibles la escucha y el diálogo, como nuevos nombres de la caridad.
  • se cultiven y se amplíen día a día las estructuras de comunión.

Apostar por la caridad. La evangelización es tarea de todos. El Señor llama continuamente a nuevos discípulos y discípulas para comunicarles su modo de amar. La comunión con Cristo y con los hermanos se proyecta hacia la práctica de un amor activo y concreto en cada ser humano. La página de Mt 25,31-46 no es una simple invitación a la caridad, es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. El orante que se asoma al panorama de la pobreza debe aprender a hacer un acto de en Cristo, interpretando el llamamiento que él dirige desde ese mundo. «Esta es la hora de Dios, la hora de la esperanza que no defrauda. Esta es la hora de renovar la vida interior de nuestras comunidades» (Juan Pablo II).


Momento de Oración

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

En tu nombre, Padre. Así nos reunimos, como grupo de oración, para acoger tu amor. Sólo si tenemos una profunda experiencia de tu amor, podremos ser testigos de vida para el mundo.

En tu nombre, Jesús. Para recordar tu gesto de lavar los pies a todo ser humano, en el que se nos revela la profundidad del amor de Dios por todos.

En tu nombre, Espíritu Santo. Porque sólo tú eres capaz de hacer de nosotros una prolongación en el mundo del modo de amar de Jesús. Discípulo.

Palabra: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hech 1, 8).

Que la Virgen María, estrella de la Nueva Evangelización acompañe nuestra misión en la Iglesia de su Hijo Jesús y nos haga testigos fieles y decididos; testigos de perdón, de paz y de misericordia; testigos que prefieren construir sobre el cimiento sólido del amor y de la bondad; testigos que aguardan con paciencia y, a veces, doliente confianza, la venida del Señor.

Canción.

Id amigos por el mundo anunciando el amor.

Mensajeros de la vida, de la paz y el perdón.

Sed amigos los testigos de mi resurrección.

Id llevando mi presencia, con vosotros estoy.

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