19. Orantes en la Iglesia

Muchos de nosotros hemos aprendido a orar en familia y en la comunidad cristiana. En la más tierna infancia, alguien oró junto a y con nosotros y sembró en nuestro corazón el sentido de Dios. Esta experiencia ha marcado profundamente nuestra oración.

Cuando oramos lo hacemos como iglesia, unidos a la Iglesia. Orar a Dios, que es Comunión Absoluta, sólo puede hacerse en comunión. Ninguno vive solo su oración. La oración termina siendo compartida, comunicada. «Una vez libres, vinieron a los suyos y les contaron todo» (Hch 4,23). «Quiso el Señor santificar a los seres humanos no aisladamente y separados entre sí sino formando un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente» (LG 9).

El mismo don que nos hace hijos nos hace también hermanos.El encuentro con Dios nos abre las posibilidades del encuentro con los demás. «Uno solo es vuestro Maestro, y vosotros sois todos hermanos» (Mt 23,8). Cada día tenemos que recorrer el camino hacia la Iglesia, porque ésa es nuestra verdad, eso es lo que somos. La oración en común pone en marcha a una comunidad cristiana.

UN DESCUBRIMIENTO PERMANENTE

Jesús está presente. La comunidad cristiana se constituye alrededor de Jesús vivo y presente, crucificado y resucitado.«Entró Jesús, se puso en medio» (Jn 20,19). Esta presencia de Jesús, garantizada «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»(Mt 28,20) – es fuente de paz, de perdón y de ánimo para todos (Jn 20,19.21).

Un nuevo estilo de vida. «Acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común. Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan por las cosas y tomaban el alimento con alegría y sencillez. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo»(Hch 2,42-47).

  • Eran constantes en escuchar la Palabra, sabedores de que un orante es la palabra que escucha y guarda en el corazón hasta que se cumple. Hasta poder decir: «No me he hecho yo, me ha hecho el Evangelio de cada día».
  • Eran asiduos en la comunión de vida. La comunidad dejaba que la vida circulase y pasase de uno a otro, sabedores de que los dones de cada uno eran dones del Espíritu para todos.
  • Eran perseverantes en el partir el pan, reconociendo agradecidos que el pan era de Dios, y convirtiéndolo, al partirlo, en pan nuestro y para todos.
  • Perseveraban en las oraciones, vivían unidos, lo tenían todo en común. Todo lo que tenían lo llamaban «nuestro»; ése era el lenguaje que el Espíritu les enseñaba.

ORACIÓN CON UN CORAZÓN ECLESIAL

La oración se expresa en un estilo nuevo de vivir, y el estilo de vivir alimenta una forma nueva de orar.

Con un corazón y un alma sola. La comunidad se coloca ante Dios; en medio de ella está el Señor, una fe, un solo bautismo, un solo Dios que es Padre de todos (Ef 4,3-6). «El que ora, cuando se pone en presencia de Dios, no puede aislarse de los hermanos ni ser portador sólo de sus propios deseos y necesidades. Dios no quiere que la oración se convierta en una especie de narcisismo espiritual» (San Cipriano).

Hecha con trozos de vida de mucha gente y convertida en salmo al acoger a todos con entusiasmo, al comprender cada latido, al emprender caminos nuevos, al alentar tantas pequeñas iniciativas (Hch 1,24; 4,24-31). La oración trinitaria nos invita constantemente a abrirnos a los demás.

Con sabor a reino. Por haber abierto la intimidad a Dios y haber sabido aguantar en soledad frente al Misterio, llegamos a descubrir en los vericuetos de la historia la presencia amorosa de Dios, que nos ha encontrado y amado. El mirar a Dios hace crecer en nosotros una actitud de confianza ante la vida y nos limpia los ojos para ver cada día las transparencias de Dios en los rostros y las historias de la gente.

Embarcada en un proyecto de liberación de todas las razas y pueblos. Porque orar es emprender el éxodo hacia los demás. El otro y su sufrimiento nos impulsan a abrir los ojos y a mirar más allá. Para la libertad nos liberó Cristo (Gal 5,1). La experiencia de Jesús nos conduce a la luz, nos hace más auténticos, da densidad a nuestra libertad y profundidad a la realidad. La oración nos hace misioneros; de ella brotan muchas iniciativas de renovación.

Muy animada por el Espíritu, el gran testigo de la salvación que abre los ojos al pueblo (Jn 15,26), que mantiene vivo en la Iglesia el recuerdo de Jesús (Jn 14,26), que guía a la comunidad hacia la verdad completa (Jn 16,13), enseñándonos cada día los caminos de la interioridad, de la creatividad y de la comunión. No podemos ser testigos de Jesús y anunciadores del Evangelio sin abrirnos confiadamente a la presencia del Espíritu.

IMPULSO TESTIMONIAL Y CREATIVO

La oración nos impulsa al testimonio, hace de nosotros hombres y mujeres de evangelio. Algunas pistas de luz para el camino:

Ser testigos de la presencia de Dios. Las comunidades cristianas están llamadas a dar pruebas, en medio de la aridez del mundo de su experiencia de Dios, de su capacidad de hacer «una profunda humanización de la experiencia de lo divino» y manifestar «la dimensión mística de la vida cristiana» (J. Martín Velasco).

Ser testigos de una Buena Noticia para el mundo, de un amor ofrecido gratuitamente que libera y construye al ser humano. Y celebrarlo de forma orante, gozosa y festiva. «Nosotros cuando amamos, es como renacer. Nosotros cuando amamos, es un amor común» (Mario Benedetti).

Ser testigos de fraternidad. Orar es dejarse amar para crear, como Dios, amando. Orar es ofrecer comunidades acogedoras y abiertas.

Ser testigos de solidaridad. La contemplación lleva a la acción, la adoración a la misión. Así respira el amor y así se expresa. «Quien optó por los pobres está seguro de haber hecho una opción cierta: optó como Jesús y optó por Jesús» (H. de Lubac).


Momento de Oración

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

  • Somos la Iglesia de Jesús, que peregrina en el mundo.
  • Estamos abiertos al Espíritu, que nos vivifica por la Palabra.
  • Sabemos que el Padre nos ama y nos invita a amarnos.

Palabra: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible» (1Pe 1,3).

Canto:

Todos unidos formando un solo cuerpo,

un pueblo que en la Pascua nació.

Miembros de Cristo en sangre redimidos,

¡Iglesia peregrina de Dios!

Oración

Decimos a Jesús, como Pedro:

«Señor, Tú lo sabes todo y sabes que te quiero».

Decimos a Jesús, como Tomás:

«Señor mío y Dios mío».

Decimos a Jesús, como los apóstoles en la barca:

«Sálvanos, que nos hundimos».

Decimos a Jesús, como la samaritana:

«Dame de tu agua para que nunca más tenga sed».

Decimos a Jesús, como los pescadores:

«No hemos pescado nada en toda la noche,

pero en tu nombre echaremos las redes».

Decimos a Jesús, como el ciego:

«Señor, que vea».

Decimos a Jesús, como el publicano:

«Señor, ten compasión de mí, que soy un pecador».

Decimos a Jesús, como María, su Madre:

«Hágase en mí según tu voluntad».

Decimos a Jesús, como los de Emaús:

«Quédate con nosotros».

CUANDO ORAS SE TE LLENA EL CORAZÓN DE NOMBRES

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