«Es un gran defecto entre los hombres querer arreglarlo todo sin arreglarse a sí mismos» (Bossuet).
«Quizá el mayor pecado del mundo de hoy consista en el hecho de que los hombres han empezado a perder el sentido del pecado» (Pío XII).
«El ser humano, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males» (GS 13).
«El misterio del pecado (2Tes 2,7) sólo se esclarece a la luz del misterio del amor» (1Tim 3,16)
EL SENTIDO DE PECADO
Para muchos de nuestros contemporáneos no existe el pecado. Las limitaciones del ser humano se explican como un defecto de crecimiento, una debilidad psicológica, consecuencia de estructuras inadecuadas.
Frente a esto, decimos que el pecado es una realidad plenamente humana, y que sería vano intentar ignorarlo o darle otros nombres. Si no queremos engañarnos tenemos que hablar de pecado y de estructuras de pecado presentes en el mundo.
El pecado no se agota en el sentimiento de culpa. Este sentimiento nace en el niño ante la experiencia del no-amor y crece cuando esta necesidad fundamental, de amar y ser amados, no viene satisfecha. Hay personas muy culpabilizadas. Una característica clave de la fe es la experiencia de un Dios que perdona. La desesperación y el miedo no provienen de la fe.
El pecado no se agota en el plano ético. La ética busca la realización del ser humano. Hay muchas personas que se mueven en este campo. «La apelación a la responsabilidad personal y la conciencia de las relaciones humanas y sociales importan más que la referencia a los mandamientos y leyes» (Sínodo episcopal suizo). En este plano la culpa es el repliegue del hombre sobre sí mismo, que le impide abrirse al diálogo con los demás y con Dios, y por lo tanto realizarse como persona.
El pecado es, sobre todo, algo que hace relación a la fe. Es una ruptura de la alianza con Aquel que nos ha amado el primero y que es la fuente del amor con que amamos a los demás. El pecado sitúa el mal ante la misericordia entrañable de nuestro Dios. Se vive en el arrepentimiento, que conduce a un futuro de esperanza, y supera el remordimiento, que mira al pasado. La visión del pecado, a la luz de la fe, es esencialmente optimista y benévola. «Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rom 5,20).
JESÚS Y LOS PECADORES
Jesús habla muy poco del pecado. Pero habla mucho de perdón. Uno de los rasgos principales de su actividad es el contacto con los pecadores. Y los pecadores no son un grupo de marcados, somos todos.
Jesús acoge a los pecadores con la misma bondad con que el padre de la parábola del hijo perdido. Los enemigos se escandalizan de él; lo describen como «amigo de pecadores» (Mt 11,19). Y dicen, como reproche, que anda y come con ellos (Mc 2,16).
Jesús está con los pecadores para anunciarles el perdón de los pecados (Mc 2,17; Mt 6,12). Este anuncio va acompañado de la predicación de la conversión, que dispone al hombre a recibir el favor divino, a dejarse amar por Dios y a acoger su reino (Mc 1,15). Por ello Jesús permanece impotente ante quien rechaza la luz (Mc 3,28s) e imagina que no necesita el perdón, como le ocurre al fariseo (Lc 18,9s).
Viendo actuar a Jesús es como se aprende lo que significa amar y lo que es el pecado en cuanto rechazo del amor. Semejante a nuestra debilidad, menos en el pecado, se hizo pecado para quitarnos el pecado. Lo que era imposible para la ley, lo logró Jesús.
EL PECADO Y LA ORACIÓN
Descubrimiento de nuestro pecado. Vivir el mismo proyecto de vida que Jesús: amar a Dios y a los hermanos con todo el ser, dedicarnos al servicio del Reino, esto es lo que nos proponemos los orantes. Pero, tanto si nos fijamos en las debilidades, desórdenes, egoísmo… como si atendemos a nuestros deseos de amar, no tardamos en descubrir obstáculos, hechos y tendencias que no dejan al amor desarrollarse. «Nuestro amor está constantemente expuesto al fracaso» (R. Voillaume).
Aceptación de nuestro pecado. Sólo en la trasparencia ante nosotros mismos podremos cultivar la oración. «Al alma que no se pone en verdad yo más la quisiera sin oración» (Santa Teresa). Más allá de las máscaras, está nuestro pecado, nuestra pequeñez y egoísmo. «Si decimos: ‘no tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia» (1Jn 1,8-9).
Acogida del Dios de la gracia y la misericordia. Sólo porque Dios me ha mirado con ojos salvadores que me cambian, descubro que estoy herido; sólo cuando Dios me ha llamado, llevándome a su regazo, siento que estaba perdido. Aquí se sitúan la exigencia y gracia de la conversión o cambio de la vida, don y tarea, a veces dolorosa. Esta es la lección de los santos: se saben pecadores por ser ingratos, por el rechazo más o menos total del Amor, de Dios y del prójimo.
FRUTOS DEL PERDÓN
Capacidad de perdonar. «Se nota que vamos avanzando en la oración cuando minimizamos agravios» (Santa Teresa) y tenemos una mirada compasiva hacia todos los hermanos.
Dones del Espíritu: «Alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5,22).
Una vida unificada:Donde se vive el recuerdo del pecado en la paz de saberse perdonados.Donde muchos encontrarán la salvación.
Una tarea para el mundo de hoy: «Cristo nos ha reconciliado y nos ha confiado el ministerio de lareconciliación» (2Cor 5,18).
Momento de Oración
Entra en la órbita del abrazo de Dios
La puerta de Dios está siempre abierta de par en par.
No veas a Dios como un enemigo de tu libertad, como alguien lejano y ajeno a tu vida.
Siéntelo como Padre y como amigo. Él quiere tu realización y tu felicidad definitiva.
Revive tu bautismo, que te une a Cristo y te hace vivir en comunión personal con Dios.
«La Iglesia es en el mundo la presencia viva del amor de Dios que se inclina sobre toda debilidad humana para acogerla en el abrazo de su misericordia» (Bula del Jubileo).
Canto:
Restáuranos, Señor Jesús, restáuranos en el amor.
Que tu perdón y tu bondad nos den la luz, nos den la paz.
Palabra:
«A quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2Cor 5,21).
«La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rom 5,8).
Confiesa tu pecado y tu fe en el perdón:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
Por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Hazme oír el gozo y la alegría,
Que se alegren los huesos quebrantados.
¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
Creo en el perdón de los pecados
Fija tu mirada en Jesús. El te da la vida. Redime tu pecado.
Agradece al Señor el perdón. Confía en el Señor.
Recuerda: El don que Dios te ha dado de levantarte y de aceptarte como hijo (gracia) es más fuerte que todas tus rupturas, destrozos, negaciones y rebeldías (pecado).
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