El orante no ora ni actúa a solas. En todo momento se sabe acompañado por el Espíritu Santo. Él le ayuda a discernir y a moverse entre las cosas del mundo con lucidez evangélica (cf 1Cor 2,14-15); le empuja a entrar en la novedad del reino (cf Jn 3,5).
En la oración nos abrimos al Espíritu, para que nos llene (cf Hch 4,31) y nos abra al plan de Dios en nuestra vida. «A nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1Co 2,10).
«Sin el Espíritu, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es pura organización, la autoridad es tiranía, la misión es propaganda, la liturgia es simple recuerdo, y la vida cristiana una moral de esclavos» (Ignacio IV Hazim, patriarca de Antioquía).
El Espíritu Santo viste al ser humano de novedad (cf Col 3,10; Rom 8,16); lo introduce en la nueva humanidad, donde las diferencias de raza, religión, nacionalidad, o estado social no constituyen ningún privilegio (Cf. 1Cor 12,13).
EL TOQUE DELICADO DEL AMOR
Lo que más renueva a la persona es el amor, porque vivir sin amor no es vida. Para quien quiere mejorar su calidad de vida, no hay mejor receta que mejorar la calidad de su amor. Por eso, la obra del Espíritu consiste en encender en el corazón de los orantes el fuego del amor.
Nos ayuda a tomar conciencia de que somos amados por Dios, nos ilumina para dejarnos amar por Dios. «El amor no consiste en que nosotros amemos a Dios, sino en que El nos amó primero y se entregó por nosotros» (1Jn 4,10).
El amor nunca se queda ocioso: «Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman… no aman sino verdades» (Santa Teresa).
ENSEÑADOR DE VERDADES
El Espíritu nos enseña a conocernos conociendo a Dios, es decir, a reconocer su gracia en nosotros. Somos por gracia mucho más de lo que pretendemos ser por nosotros mismos. Esta es la verdad fundamental, la que engendra humildad; a ella nos guía el Espíritu (cf Jn 16,13).
Nos ayuda a superar las resistencias que tenemos a la verdad, la tendencia fuerte que tenemos a la mentira, la esterilidad de la mera supervivencia. El Espíritu divino está siempre en toda verdad. Nos acompaña en la búsqueda de toda verdad, nos acerca a Jesús, «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).
El Espíritu nos abre los ojos para Dios. Porque «gran mal es tener más ojo a los bienes de Dios que al mismo Dios» (San Juan de la Cruz).
SOLIDARIDAD UNIVERSAL
«No basta decir: ¡Señor, Señor!» (Mt 7,21). Las obras tienen la primacía sobre las palabras. Lo extraordinario carece de valor ni construye el reino de Dios, si no nace del amor.
La obra de la persona crece en la medida en que crece la conciencia y la aceptación de la obra de Dios en ella. Cuando Dios obra no nos anula, sino que nos despierta, nos capacita y nos centra.
El Espíritu nos capacita para compartir a Dios, para testimoniar lo espiritual por la vía del diálogo, de la confianza, de la presencia inmediata en un mundo alejado de la religión. Aquí radica la gran solidaridad de los orantes.
La misma experiencia que tiene el alma con Dios, cuando le dice: «Todas mis cosas son tuyas y tus cosas son mías» (cf Jn 17,10), es la que tienen los orantes en la vida: aprenden a vivir con mucho menos y comparten lo que tienen con los más pobres.
UNA NUEVA FORMA DE ESTAR Y DE MIRAR LA VIDA
El mirar de Dios viste de hermosura y alegría el mundo y todos los cielos. Qué distinto sería todo y qué distintas nuestras relaciones interpersonales si realmente viéramos a todos y a todo con los ojos de ese Dios.
Ningún ejercicio de mis facultades físicas o espirituales me puede acercar tanto a Dios como esta tranquila y limpia conciencia de mi ser, que me regala el Espíritu. «Todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rom 8,14). Este Espíritu es el que nos hace clamar: ¡Abba! (cf Rom 8,15), obrando en nosotros la entrega mutua, de Dios a nosotros, y de nosotros a Dios, compartiendo juntos los mismos intereses del reino.
De todo saca amor; en todo halla noticias de Dios. Saborea el amor hasta en el desamor. «Porque así como la abeja saca de todas las hierbas la miel que allí hay y no ser sirve de ellas más que para esto, así también de todas las cosas que pasan por el alma, con gran facilidad saca ella la dulzura de amor que hay» (San Juan de la Cruz).
Nos da fuerzas para no acomodarnos a la mentalidad de este mundo, y distinguir lo bueno, lo agradable, lo perfecto ( (Rom 12,2).
El Espíritu hace milagros: «pone paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina» (Sal 147,14-15), «pone agua en el desierto y ríos en la soledad» (Is 43,20). «Pues bien, uno que está -¡quién lo diría!- seco, infecundo, mineral, vacío, siente, no sabe cómo, que un buen día le mana Dios por dentro como un río… Uno, entonces, sonríe y se arrodilla dejándose llevar a lo divino y en el páramo yermo de su arcilla se le abre el corazón como un camino» (Fernández Nieto).
Momento de Oración
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
- Haz silencio en tu interior.
- Ábrete al Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
- Acoge su presencia: todo lo inunda, todo lo sabe, todo lo renueva.
Invoca al Espíritu:
¡Ven, Espíritu divino!,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones espléndido;
luz que penetras las almas,
fuente del mayor consuelo.
Escucha la Palabra de Jesús:
«Cuando venga él, el Espíritu de la verdad,
os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13)
Oración
Te bendecimos, Padre, por el don del Espíritu,
que por tu Hijo haces al mundo.
Lo hiciste al principio,
cuando incubabas el universo al calor del Espíritu
para que naciera un mundo de luz y de vida,
que pudiera albergar al ser humano.
Te damos gracias porque, mediante el Espíritu,
lo sigues creando, conservando y embelleciendo.
Te bendecimos por haber puesto tu Espíritu
en la persona humana.
Actitud de vida
Aunque persista la sequía, siembra una y otra vez,
y todas las que haga falta, hasta que las nuevas semillas germinen.
El agua del Espíritu no falta. El es siempre capaz de vivificar
y alentar lo nuevo que brota en la oración.
EL ESPÍRITU SANTO RENUEVA Y DA VIDA A TODO LO CREADO