LECTIO DIVINA: III DOMINGO DE CUARESMA

ESCUELA DE ORACIÓN: Juan 4,5-42

Invocación al Espíritu

Ven, Espíritu Santo.

Canto: De noche iremos, de noche. Que para encontrar la fuente solo la sed nos alumbra, solo la sed nos alumbra.

Motivación

Sólo en diálogo con Dios somos lo que estamos llamados a ser, sólo «de cara a Él» somos restaurados en nuestra propia identidad… Pues, la palabra de Jesús –y él mismo como Palabra– tiene la virtud de encender y despertar en nosotros el amor y, de este modo, sacia nuestra sed al descubrirnos el manantial que somos, el surtidor que llevamos dentro: el Amor de Dios. ¡Somos amor!

1.- A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.

Estamos ante diálogo precioso entre Jesús y la Samaritana, uno de los episodios más leídos y meditados, paradigma de nuestro camino de fe. En él se restaura lo que somos, hasta descubrir el manantial de amor, la vida del Espíritu, en la interioridad.  

Por medio de la experiencia tan vital y cotidiana como la sed y el agua se nos presenta una catequesis cuaresmal para renovar la alegría del bautismo en la Pascua.

La escena se sitúa en Samaría, donde vive un pueblo mestizo en lo étnico, cultural y religioso, resultado de la mezcla de israelitas con asirios En el trasfondo hay una vieja historia de odios y rencores a causa de la religión. Todos creían en Dios, pero cada uno pensaba que lo suyo era mejor que lo del otro: su templo, su monte santo, su agua y sus fuentes. La narración nos presenta muchos desafíos, mucho desaprender para aprender.

2.- Proclamación de la Palabra: Juan 4,5-42

EN aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob.
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta.
Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:
    «Dame de beber».
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:
    «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
Jesús le contestó:
    «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva».
La mujer le dice:
    «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».
Jesús le contestó:
    «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
La mujer le dice:
    «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».
Jesús le dice:
    «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad».
La mujer le dice:
    «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».
Jesús le dice:
    «Soy yo, el que habla contigo».
En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos.
Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
    «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».      

3.- Fecundidad de la Palabra

Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Entramos en esta escena encantadora. Jesús viaja de Judea, donde lo han rechazado, a Galilea; pasa por Samaría, otra tierra hostil pozo de Sicar (Siquén). Está cansado del camino y de las disputas interminables, religiosas. Es mediodía. Está esperando, busca el encuentro, tiene sed de amor. Una mujer simboliza al ser humano, hecho para lo infinito, atormentado por la árida finitud que le rodea y no le sacia, con necesidad de un agua viva que le hidrate y regenere, que le vivifique y haga fecundo el sentido de sus días. La sed alumbra el camino; el cansancio sólo se cura con el amor.

Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: ‘Dame de beber’. La sed siempre mueve la búsqueda (el consumismo ahoga la sed). La sed descubre que no somos completos, somos seres carentes, llamados a un encuentro. ¡Bendita búsqueda que nos pone de cara a Dios y de cara a los demás para el encuentro! (Buscando mis amores). La mujer samaritana, del pueblo estúpido que habita en Siquén, es considerada una hereje, una pecadora, pero es buscadora (el que busca encuentra). Jesús no pierde tiempo. Rápidamente inicia el diálogo, a pesar de que las primeras palabras parecen impedirlo (un judío no podía pedir nada a un samaritano y menos a una mujer). Sus palabras imprevisibles sorprenden. ¿Cómo es que pide, qué nos pide? El encuentro comienza dando a Jesús nuestra agua.   

‘Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva’. El agua es realidad de la máxima importancia y también de gran relevancia bíblica. La teología samaritana no conoce el don. El diálogo con Jesús en la interioridad la ayuda a reconocerse, la lleva a ser esposa de quien no desilusiona. Jesús descubre que Dios es un misterio de bondad, una fuente de la que cada uno bebe según tenga el vaso, una presencia amistosa y acogedora en quien se puede confiar siempre. Jesús ha reinterpretado su historia. Es hora de dejar a un lado el pequeño cántaro para que Jesús llene el corazón con el Espíritu.

La mujer le dice: ‘Señor, dame esa agua; así no tendré más sed’. La sed se ha encontrado con el manantial. El agua viva es el Espíritu que da vida eterna, el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5). Después de haber alimentado la vida con espejismos de oasis inexistentes y de haber buscado agua en cisternas agrietadas (cinco maridos), Jesús ofrece la oportunidad de vivir una fe de manera confiada en el fondo del corazón. La vida es más hermosa cuando en ella está Jesús. Con él en medio, ya nada es lo mismo, porque en viniendo la vida ya no queda ni rastro de la muerte.

“Los verdaderos adoradores adorarán al Padre espíritu y verdad”. El tema de la conversación cambia. La mujer ya no está a la defensiva. Saca las inquietudes más profundas que lleva dentro. Propone el tema que divide a judíos y samaritanos. ¿Cuál es el verdadero lugar para adorar? Los samaritanos asumieron el Pentateuco y los lugares de culto de los tiempos patriarcales. De encuentro peligroso se pasa a un encuentro salvífico. Jesús critica a una y otra religión (paralelismo con Nicodemo); han dejado el agua viva y beben en charcos; necesitan el Espíritu. No importa el lugar sino el modo. Jesús, que la ha ayudado a que asuma su situación vital: «no tengo marido», ahora, por el Espíritu, le revela cuál es el culto que tiene sentido: conocer a Dios y adorarlo como Padre.

“Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo”. Jesús le dice: “Soy yo, el que habla contigo”. Esperanza arraigada: Cuando venga, el Mesías nos lo dirá todo. Es allí, cuando, desde la propia verdad y en la apertura del deseo, Jesús le revela su identidad: Yo soy, el que habla contigo. A la pregunta: ¿quién eres? sucede la respuesta: Soy yo, el que habla contigo.

“Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo”. Con Jesús comienza otra danza, todo se recrea. Y de la alegría por haber bebido el agua de su manantial la samaritana ha quedado llena, olvida su cántaro y va a testimoniar la alegría del encuentro con Jesús. El cansancio del alma deja paso a la alegría misionera: Que todos conozcan a Jesús, que todos tengan vida y la celebren, que haya agua del Espíritu para todos los pueblos de la tierra. Nuestro mundo es capaz de generar recursos para que haya agua para todos, pero no sabe compartir. Nuestro pozo, con abundante agua de Jesús, es ahora una fiesta de solidaridad inagotable, donde se comparten el agua y la vida. La nueva comunidad es inclusiva. Hay una nueva forma de pensarse y de pensar la fe.

4.- Respuesta a la Palabra

¿Cómo ayudar a saciar tanta sed como hay a nuestro alrededor?
¿Cómo conectarnos con el manantial que en nuestro interior salta hasta la vida eterna para llevar esa frescura a nuestro mundo sediento?
¿Cómo ahondar en ese diálogo restaurador de nuestra identidad y así, con Jesús, ser «palabra viva» que despierta el amor y la libertad a nuestro alrededor?
¿Hemos caído en la cuenta de que Dios tiene sed de nosotros?

5.- Orar la Palabra

¡Oh qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel Evangelio, y es así cierto, que sin entender como ahora este bien, desde muy niña lo era, y suplicaba muchas veces al Señor me diese aquel agua, y la tenía dibujada adonde estaba siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo: Domine, da mihi aquam (Santa Teresa)

Pedro Tomás Navajas, ocd

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