Invocación al Espíritu
Que en cada uno de vosotros esté el alma de María para que alabe al Señor. Que en cada uno esté el espíritu de María para que se alegre en Dios (San Ambrosio).
Motivación. Para disponer el corazón.
“Levantan los ríos su voz”. Son los ríos que manarán de las entrañas de aquellos que beban la bebida de Cristo y reciban el Espíritu de Dios. Estos ríos, cuando rebosan de gracia espiritual, levantan su voz (San Ambrosio). Así levanta su voz Juan Bautista. Así la levanta Juan de la Cruz: Gocémonos, Amado, / y vámonos a ver en tu hermosura, / al monte o al collado, / do mana el agua pura, / entremos más adentro en la espesura (Juan de la Cruz).
A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.
En el evangelio de Juan vemos otra tradición cristiana sobre Juan Bautista. Todo el evangelio de Juan es un proceso contra Jesús. Y Juan Bautista es el primer testigo, llamado a declarar en ese proceso. Junto con María, la figura de Juan Bautista es emblemática en este tiempo del Adviento; para él, el mayor gozo de su vida fue decir: Que él (Jesús) crezca y que yo disminuya. Una mujer, Silvia, en el encuentro GOT de Segovia: Yo sé muy poco, y lo poco que sé, lo estoy desaprendiendo.
Proclamación de la Palabra: Juan 1,6-8.19-28
En aquel tiempo, surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:
«¿Tú quién eres?».
Él confesó y no negó; confesó:
«Yo no soy el Mesías».
Le preguntaron:
«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?».
Él dijo:
«No lo soy».
¿Eres tú el Profeta?
Respondió:
«No».
Y le dijeron:
«¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».
Él contestó:
«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
«Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».
Juan les respondió:
«Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
1. Fecundidad de la Palabra
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Un hombre, uno de tantos, fuera del ámbito del poder. Enviado por Dios, algo que en el evangelio de Juan solo se dice de Jesús y de Juan. Está en el Jordán, que recuerda el paso del mar Rojo, donde el pueblo vio el poder liberador de Dios. ¿Qué te pasa mar que huyes y a ti, Jordán, que te echas atrás? (Sal 113). Se llama Juan.
Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Este párrafo del Himno-Prólogo presenta a Juan como el testigo del Cordero, el que reconoce a Jesús, el enviado del Padre, sobre quien reposa el Espíritu Santo. Como testigo (martireo) declara en el proceso a Jesús. En éxodo de sí mismo, lejos de la autoreferencialidad, dice lo que ha visto y oído; lo dice dando su vida por el amigo. Suscita una presencia diferente; su tarea es conducir hacia Jesús, a quien todavía no conocen (en medio de vosotros hay uno que no conocéis), favorece una relación de las personas con Jesús. Testimoniar es el arte de decir la verdad sobre sí mismo, sobre los otros y sobre la realidad.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. La luz es el resplandor de la vida, de la verdad, del amor. La tiniebla intenta sofocarla, pero no puede borrar el deseo de plenitud del ser humano (creado a imagen de Dios). Juan no era la luz, sino que venía como precursor, como amigo del esposo. Juan invita a mirar a Jesús. No tiene luz propia. Es reflejo de la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Esto implica una actitud de despojo, de resistencia a toda tentación de mirarse a sí mismo. Hoy, como entonces, precisamos menos personajes alumbrados y más testigos de la luz, de la alegría, la fraternidad y la amistad social.
Le preguntaron: «¿Tú quién eres?». Se palpa la tensión. Sacerdotes y levitas, enviados desde Jerusalén, el centro religioso del judaísmo, que ostentan el poder, meten miedo con su presencia. Vienen a interrogarlo y lo hacen de forma hostil. Juan, con sus palabras y su forma radical de vida, ha suscitado en el pueblo un deseo de vida y plenitud, y eso no lo toleran. Este interrogatorio nos permite ver la vida interior de Juan, su identidad personal. Le hacen cuatro preguntas y las responde.
Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». Circulaban entonces varias figuras en las que el pueblo tenía puestas las expectativas mesiánicas: Mesías, Elías, el Profeta como nuevo Moisés… Le preguntan. Juan niega con rotundidad las identidades que proyectan sobre él. Dice no con libertad. Esta negación (yo no soy), precedida del no era él la luz, prepara el camino a Jesús: Yo soy (nombre de Dios, Ex 3,14). Para declarar quiénes somos tenemos que reconocer quiénes no somos. En el caso de Juan Bautista, él niega la identidad que otros proyectan sobre él. La clarificación sobre quién no es, le ayuda a encuadrar su lugar propio, a situarse frente a Jesús y también frente a sí mismo.
«¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Entramos en su vida interior, en su identidad personal de cara al Mesías que viene. Juan es el hombre de la vida interior, de la verdad. Es el amigo del novio. No dice lo que no es. El verdadero testimonio acerca de Jesús debe ir acompañado de un sano, realista y humilde conocimiento de sí mismo. El conocimiento propio es el pan con el que se han de comer todos los manjares (Teresa de Jesús).
«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Juan escucha primero la Palabra para poder ser voz de ella. Él es el amigo del Amado mío que se goza dejándolo hablar y traspasándole el protagonismo: que él crezca y yo mengüe, que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. ¿Quién es? Una voz, sin otra pretensión que la de ser portavoz de Dios y de los que no tienen voz. ¿Qué hace? Grita, desea que muchos escuchen. No es una voz al oído; la dice con energía, con coraje. ¿En qué lugar? En el desierto, lugar ideal para la escucha del Espíritu y el discernimiento, experiencia fundante de Israel, paradigma de renovación, símbolo de sequedad y aridez convertidos en vergel. ¿Qué dice? Preparad un camino al Señor, que viene con el programa tomado del profeta Isaías.
«Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Los ritos de purificación bautismales los oficiaban los sacerdotes y los levitas. Temen que alguien les usurpe su función y su ganancia. Última pregunta, que da pie a su motivación más profunda.
«Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí. Las preguntas son ocasión para el testimonio: El Espíritu hablará por vosotros (Mt 13,11). El bautismo de Jesús no sumerge en el agua de un río sino en el agua viva del Espíritu Santo; es un baño interior que penetra y transforma el corazón de la persona. La identidad cristiana (¿quién soy?) dice la relación que tengo con Jesús. Él viene detrás de mí, conmigo, cabe mí, que decía Teresa de Jesús. Esta manera de vivir implica el testimonio: dar la vida por Jesús, ser fieles al Evangelio. Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado; Cristo es mío.
Al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Desatar las sandalias: tarea de los siervos. Juan el Bautista dice que no es digno ni de ser esclavo de Cristo. Él desea andar en verdad delante de la misma Verdad. Esto sucede en Betania, al otro lado del Jordán, fuera del territorio judío, lugar de la comunidad de Jesús. Así queda abierto el camino para que entre en escena Jesús.
2. Respuesta a la Palabra. Meditación
¿Qué te llama la atención de este evangelio?
Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen (Sal 14). ¿A qué dices no? ¿A qué o a quién dices sí?
3. Orar la Palabra
Agradece la llamada que Dios te hace a ser testigo. Recuerda tu vocación de servicio a los demás. Déjate bautizar por Jesús en el Espíritu. Pide conocer y amar a Jesús cada día más.
Hazlo con Juan de la Cruz: Descubre tu presencia / y máteme tu vista y hermosura / mira que la dolencia de amor / que no se cura / sino con la presencia y la figura.
4. Contar al mundo la nueva manera de vivir. Testigos.
Jesús, la Voz que mueve el mundo, cuenta contigo, no valen excusas, ni lamentos, ni jugar al escondite. ¿Qué dices?
Pedro Tomás Navajas, ocd |