CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
Invocación al Espíritu
Suscita en nosotros lo que brotó en María e Isabel. Realiza en nosotros las maravillas de Pentecostés: Alabanza: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Asombro: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Alegría: La criatura saltó de gozo en mi vientre.
Motivación. Para disponer el corazón.
La Iglesia desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el misterio de la mujer y por cada mujer, por las maravillas de Dios que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella (San Juan Pablo II). La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que esta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia (Papa Francisco).
A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida
Uno de los textos más densos y profundos del evangelio de Lucas. Pórtico para la Navidad: donde conocemos cómo es el Enmanuel, el Dios con nosotros. Oportunidad para descubrir el evangelio de María: la madre del Señor, la creyente, la mujer evangelizadora, la portadora de alegría, modelo de acogida. La presencia, tan significativa de María es una invitación al gozo, una bocanada de aire fresco que nos haga, al creer en Dios, creer también en una humanidad capaz de abrirse a lo nuevo y experimentar el gozo y la esperanza verdaderos.
Proclamación de la Palabra: Lucas 1,39-45
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
1. Fecundidad de la Palabra
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá. El texto tiene mucho movimiento: comenzando por el viaje. ¿Qué le ha pasado a María para salir y subir? (cf 1Sam 10,12: Dios le ha cambiado el corazón). Una mujer llena de Dios, nueva, se levanta (anastasa: resucita) obedeciendo a la Palabra (ahí tienes a…). Va a la montaña (Nazaret está a cien kilómetros), para interiorizar en soledad silenciosa lo que le ha acontecido (la acción del Espíritu pide cultivar la interioridad) y para solidarizarse con una mujer bendecida por Dios, porque para Dios nada hay imposible. María, como nueva arca de la alianza, simboliza la visita de Dios a su pueblo. María es prototipo de la Iglesia en salida. Experimenta que en sus entrañas se hace realidad el milagro de la vida y se pone en camino.
Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Dos mujeres enamoradas de Dios se encuentran, y algo tan sencillo como el saludo (Shalom) llena la casa de alegría. En el saludo captan la vibración del Espíritu. Lo que termina (AT) y lo que comienza (NT) se abrazan con gratitud y confianza. Las dos se felicitan, comparten lo que han entendido de Dios. Estamos ante un Pentecostés. Dios viene como vida. En este domingo de Adviento resuena de nuevo en nuestros oídos el saludo de María. Las dos van a ser madres.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. La voz de María es portadora del Espíritu Santo; introduce a Isabel en el ámbito de su experiencia (la evangeliza). Saltar significa danzar con la música del Espíritu. El niño representa a la humanidad a la que Dios llena de alegría. Dos mujeres, una virgen y la otra estéril, profetizan, anuncian lo que ha pasado en sus vidas. Muchos, a lo largo del Evangelio, saltarán de gozo al encontrarse con Jesús. Como Isabel tenemos que recibirlo con sorpresa y con esperanza. Nos visita la Madre del Señor y, al tiempo que experimentamos nuestra pequeñez, abrimos los brazos y el corazón para acoger al Enmanuel. Estamos ante el segundo movimiento del texto: la acción del Espíritu Santo, que se mueve.
Se llenó Isabel de Espíritu Santo. El Espíritu se manifiesta cuando dos mujeres, llenas de vida, se encuentran. El Espíritu es la plenitud de vida: María, la llena de gracia… Isabel, la que se llenó…
Y, levantando la voz, exclamó. Hablar a voz en grito significaba profetizar. Tercer movimiento: el reconocimiento del misterio del otro. Guiada por el Espíritu, Isabel capta la grandeza de lo sucedido en María (su secreto) y lo anuncia a gritos, con el corazón desbordante. Es capaz de decir lo que lleva dentro, lo que ha captado en María. Sus vidas atravesadas por soledades encuentran oídos dignos de sus secretos, ambas se sienten comprendidas.
¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! Estas palabras forman parte del salmo más conocido y rezado: El Ave María. Isabel, invadida por el Espíritu Santo, dice lo que ha podido comprender de María. Dios es el autor de toda bendición y viene siempre bendiciendo, felicitando. Decirle a una persona ¡Te bendigo! significa ver, con asombro, lo bueno que hay en ella, reconocer la acción de Dios en las personas, sin celos ni rivalidad, sin envidia. Cuando miramos a las personas y a las cosas con ojos de fe, todo es digno de bendición (Cántico de las criaturas de san Francisco). Bendecir a los que nos rodean nos hace felices.
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? El Enmanuel se manifiesta en una visita. A Dios lo encontramos en lo cotidiano. María es la madre del Señor (así le gusta llamarla a Lucas), que nos visita con la paz y la bendición. A Isabel le brota el asombro: ¿cómo se puede fijar Dios en mí? La Navidad nos hace familia de Dios y de la humanidad.
Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Isabel sabe contar lo que le ha pasado y sabe leer lo que le ha pasado a María. Nada supera la alegría del intercambio y de la comunicación recíproca. En sintonía con el Sínodo nos preguntamos cómo ser una Iglesia de la escucha y cómo promover la comunicación para aprender unos de otros.
Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá. Primera bienaventuranza del evangelio. María es la mujer creyente: oyó y creyó. Su identidad más profunda consiste en su relación con Dios y su fe en él: la Madre del Señor tiene también como nombre: la que ha creído (Isabel). La proclama dichosa. La bienaventuranza de la fe y el cumplimiento de las promesas de Dios van juntas. La alegría de María proviene de la fuente inagotable de su fe siempre viva. Este mismo gesto de María le será pedido, a lo largo del Evangelio, a las personas que Jesús halle en su camino. María es la figura estelar del Adviento. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese misterio sea humano, accesible, sin dejar de ser divino y de ser misterio. Es la hora estelar de la historia de la humanidad. Dios cuenta siempre con los más pequeños y humildes para hacerse presente a la humanidad.
2. Meditación. Respuesta a la Palabra
¿Miras con ojos de fe la obra que Dios está realizando en tu pequeña historia? ¿Te comunicas con alguna persona a nivel hondo?
3. Oración. Orar la Palabra
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú entre las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
4. Acción: Contar al mundo la nueva manera de vivir
Viviré la vida con toda mi complejidad, con la parte de Zacarías que lucha por creer, con la de Isabel que sabe bendecir, con la parte de María que sabe alabar, con la de Juan que sabe bailar, trayendo al Señor al mundo de muchas maneras
Pedro Tomás Navajas, ocd