Lectio divina: Lucas 18,9-14. TRIGÉSIMO DOMINGO DEL T.O.

Invocación al Espíritu

Ven, Espíritu, enséñanos el camino de la humildad, que es andar en verdad; recuérdanos lo que somos.      

Motivación. Para disponer el corazón.

Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena (Segunda carta a Timoteo 3,16-17).

El Espíritu Santo nos invita a no perder nunca la confianza y a volver a empezar siempre. Nos anima diciendo: levántate, levántate. Siempre nos da la mano y nos levanta. El Espíritu Santo te conduce bien, te lleva a alegrarte del éxito de los demás: “Qué bueno que esto salió bien” (papa Francisco).

A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida

Una parábola que sólo es descrita en este evangelio para exponer el camino de la humildad, como andar en verdad, como virtud imprescindible para tratar a Dios y a los demás y “disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración”, como recuerda el Catecismo de la Iglesia (n. 2559). Viene precedida por otra parábola sobre la insistencia en la oración y le sigue el pasaje del joven rico.  

Proclamación de la Palabra: Lucas 18,9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
    «Dos hombres subieron al templo a orar.
    Uno era fariseo; el otro, publicano.
    El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
    “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
    El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
    “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
   Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

1. Fecundidad de la Palabra

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás. Contexto: algunos que acompañaban a Jesús tenían un espíritu de superioridad y arrogancia, se creían justos delante de Dios y de los demás y eso les llevaba a menospreciar a los demás. Esto sigue pasando hoy en la Iglesia. No se puede decir más con menos. No hay que cruzar de prisa este paisaje. ¿Por quién nos tenemos? ¿Nos sentimos tan seguros? ¿Despreciamos a los demás? Sin aprecio a los demás no hay verdad; sin verdad no hay oración; sin oración no hay encuentro con Dios; sin encuentro con Dios no hay fiesta. ¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí, para instalarme en Ti (Isabel de la T).

‘Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano’.  Dos hombres, dos oraciones distintas, dos resultados. (Edith Stein entra en la iglesia y le admira la oración silenciosa de la mujer que viene del mercado con la compra). Suben, porque el templo está en lo alto. Antes de subir al templo a orar hay que bajar al propio corazón para ver nuestro rostro y el de los demás, para descubrir lo que pensamos de Dios y de nosotros. ¿Qué buscamos en la oración? ¿A quién buscamos? Lo que más limpia la vida es apreciar a los demás, eso es lo que más nos acerca a Dios. Quiero vivir con los ojos clavados en Ti, sin apartarme nunca de tu inmensa luz (Isabel de la Trinidad).  

‘El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo’. Orgullo y presunción. Esta oración delata que no hay nadie en ella: ni Dios, ni el orante, ni los demás. Es puro vacío (29 palabras). Sólo hay apariencia e hipocresía fina. Esta oración, que deja fuera a Dios y excomulga a los compañeros, ¿qué puede ser? Hay palabras, pero no hay corazón; no hay corazón, porque no hay hermanos, ni compasión. Señala al publicano en la misma oración. Así ora un fariseo, modelo de oración en aquella época. Ora de pie, erguido, (lo que importa es la postura del corazón). Su oración, diciendo los pecados no cometidos, es cortina de humo para esconder los propios pecados. Dice «YO» en cuatro ocasiones (YO te doy gracias, YO no soy como los otros hombres, YO ayuno dos veces a la semana y YO pago el diezmo de todo lo que tengo). Así se compara con los demás y sale ganando. ¡Oh mi Cristo amado!… Reconozco mi impotencia. Por eso te pido que me revistas de ti mismo (Isabel de la Trinidad). 

El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador’. Los publicanos, cobradores de impuestos, considerados pecadores, traidores por trabajar para los gentiles. Los romanos subastaban el derecho a recaudar. Abusaban del pueblo, exigiendo más impuestos; así se hacían ricos. Este va al templo no a la sinagoga, donde podría ser reconocido exponiéndose a que no le dejaran entrar. Se presenta como un hombre completamente roto, marginado; está enriquecido probablemente, pero con un vacío en su corazón que ni las riquezas pueden llenar. Como señala san Agustín: “Aunque le alejaba de Dios su conciencia, le acercaba a él su piedad”. ¿Qué le pasa? Está atormentado por su pecado y sabe que el único sitio donde puede refugiarse de ese enorme problema es en Dios. Ora con una de las oraciones más breves que encontramos en la Biblia (6 palabras), pero que lleva dentro un tremendo mensaje. Se dirige a Dios, actor principal, mientras que el fariseo habla consigo mismo. Su vida rota llega al corazón de Dios, o mejor, la gracia cura sus heridas. La oración es camino de humildad y de gracia, es encuentro de dos amigos, mendigos los dos de amor, uno del otro. Para orar no hay que hacer nada, casi no hay que decir nada, sólo ser lo que somos ante Dios, ponernos en verdad ante él: DEJARNOS AMAR. Con eso basta. Los orantes somos pecadores hacia los que Dios vuelve sus ojos. Y Tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre esta pobre criaturita tuya (Isabel de la Trinidad).

Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Dios evalúa con criterios diferentes a los nuestros. Aun cuando lleves en tu conciencia el peso de mil culpas, si te crees el más pequeño de todos, alcanzarás mucha confianza en Dios” (San Juan Crisóstomo). “No es suficiente, por lo tanto, preguntarnos cuánto rezamos, sino también cómo rezamos, o mejor, cómo es nuestro corazón: es importante examinarlo para evaluar los pensamientos, los sentimientos, y extirpar la arrogancia e hipocresía” (Papa Francisco). Nuestra salvación depende de la gracia.  

2. Meditación. Respuesta a la Palabra

¿Buscas el perdón de Dios a la manera del publicano o buscas la justificación del fariseo, sobre la base de tu reputación religiosa y de tus logros morales? ¿Cómo piensas, cómo oras, cómo vives?

3. Oración. Orar la Palabra

Pide al Señor que te conceda andar en verdad delante de Dios que es la misma Verdad.
Da gracias por tantas personas que viven sinceramente, que saben reconocer sus pecados y buscan la misericordia entrañable de
nuestro Dios.  
Alaba a Dios porque su salvación es para todos: tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna…

4. Acción: Contar al mundo la nueva manera de vivir. Nunca tendremos una verdadera relación con Dios hasta que vayamos más allá del espectáculo religioso, hasta que sintamos la necesidad de acercarnos como el publicano.

Testimonio de Macu, anunciadora de la Palabra en los pueblos

Pedro Tomás Navajas, ocd

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