DOMINGO VIII TIEMPO ORDINARIO
Invocación al Espíritu
Entramos en la casa de María, la mujer habitada por el Espíritu Santo, la mujer limpia, construida sobre la gracia, la discípula
Pensamos en personas limpias de corazón que conocemos.
El Espíritu Santo nos enseña a seguir a Jesús en verdad y comunidad.
Motivación. Para disponer el corazón.
No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien (Rom12,21). Predicar la Palabra de Dios es la cosa más maravillosa que te puede suceder porque sabes que anuncias la buena noticia, la verdad (Raniero Cantalamessa).
A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida.
Jesús es el predicador de la Palabra, él es la Palabra. Con su palabra sana a los enfermos. Nos habla directamente a la propia vida, nos pone en verdad. Lo hace mediante el Sermón del Llano. En él hemos escuchado bienaventuranzas y malaventuranzas, un discurso sobre el amor al enemigo, el mandamiento de no juzgar, una promesa: dar y recibir. Ahora, al final del sermón, primera gran enseñanza de Jesús, con imágenes (ciego, discípulo y maestro, árbol bueno y árbol malo), con lenguaje sapiencial, Jesús nos da elementos para discernir y cuidar a los seguidores, a la comunidad de hermanos. Trata de formar bien a los discípulos. Lucas se dirige a los animadores de las comunidades, que pueden ser guías ciegos.
Proclamación de la Palabra: Lucas 6,39-45
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?
¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano.
Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».
1. Fecundidad de la Palabra
¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Jesús, más que parábola, habla con imágenes. Hace preguntas a los que lo rodean, es despertador de conciencias. Cómo ver bien la realidad. ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? Pretende ayudarnos a discernir y discernirnos. Miramos nuestra época, tan dada a los gurús. Vivimos en compañía, pero al escoger un guía-compañero hay que tener mucho cuidado. Jesús es el guía que acompaña y sana con la ternura y la misericordia. Es ciego quien no ha experimentado la misericordia del Señor en su propio pecado y se cree por encima de los demás; pero se acerca a la luz quien se reconoce ciego ante el misterio de Dios y pide a Jesús que le dé los ojos deseados que llevo en mis entrañas dibujados. Quien conoce la misericordia puede guiar a otros, puede ayudar y anunciar la buena nueva del Evangelio. La gracia obra por las virtudes y los dones del Espíritu Santo. La autocrítica, andar en verdad, es clave de crecimiento y camino hacia la verdadera visión. No somos más, somos compañeros de viaje.
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. En el mundo judío el discípulo no estaba llamado a superar al maestro como sucede a veces en el mundo occidental no bíblico. Más bien se trata de imitar la sabiduría del maestro que ha enseñado, preguntarnos qué haría Jesús en las circunstancias en que me encuentro. Si queremos ser contemplativos, tenemos que ser aprendices, discípulos de Jesús, toda la vida. Parecernos a Jesús es no juzgar (Jesús se rebajó). Si cada día abrimos el oído y el corazón para aprender, seremos un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo (Papa Francisco). Ser como el maestro, es decir: Vivo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Gál 2,20), como fruto del Espíritu.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Trabajamos y vivimos en comunidad (hermanos), nos necesitamos. Jesús, con una hipérbole, nos propone una audaz renovación de la mirada. Esta imagen tiene que ver con lo de no juzgar y no condenar. Es, pues, una llamada a ser discípulos de la misericordia, a no estar preocupados de ver los males de los otros y agrandarlos, pasando por alto los nuestros. El discernimiento es comunitario: Discernir significa humildad y obediencia. Humildad respecto a los propios proyectos. Obediencia respecto al Evangelio, criterio último (Papa Francisco). Dos tareas: seguir trabajándose a sí mismo por dentro, sacarse la viga; y guiar a los otros (sacar la mota) porque lo mejor en este caso no es callar y no meterse en nada: la vida de los demás no nos es ajena. La historia de amor comienza en el propio corazón y se manifiesta en la corrección fraterna. La humildad es virtud esencial. Lo pecados personales son más graves que los que se ven en los demás (viga-paja). La hipocresía envenena el ambiente.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. Por los frutos los conoceréis. Nuestras acciones brotan de nuestro interior. En la época de las noticias falsas, ¿aquiénes hay que creer? No son tiempos de creer a todos, sino a los que viereis van conforme a la vida de Cristo (Santa Teresa, C 21,10). Este mundo necesita personas sanas, con corazón limpio. No somos zarzas ni espinos para condenar; somos, por pura gracia del Señor, huerto regado, fecunda higuera, viña florida. El Espíritu, intimidad de nuestra intimidad, atalaya adonde se ven verdades, limpia nuestra imagen de hijos e hijas de Dios para que demos frutos de santidad. En no pocas ocasiones los cristianos velamos, más que revelamos, la vida y el mensaje de Jesús. La persona auténtica se construye por dentro. El único lugar a donde podemos ir es al pie de la cruz. Allí, Dios realiza una gran operación de cirugía, y nos convierte en nuevas criaturas en Jesucristo.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. Llevamos un tesoro de bondad en el corazón. Para descubrirlo, necesitamos tomar una lámpara y buscar en el silencio el acontecer íntimo de lo que llamamos vida: Dios mismo que nos hace participar de su ser y nos da voluntad para cuidar la vida herida. Dios, en nosotros, es fuente de santidad en medio de las gentes. La palabra de Jesús, guardada en el corazón, constituye la belleza interior y el fundamento de una vida sólida y solidaria. Es hora de que hable la boca de lo que rebosa el corazón: la acogida, la compasión, la ternura. Es hora de ser espirituales de veras, hechos a imagen del Espíritu, que renueva la faz de la tierra. Las palabras y las apariencias del hombre engañan fácilmente. Sólo Dios penetra en el corazón del hombre de tal modo que la verdad del hombre ha de medirse más por sus obras que por sus palabras.
3.- Respuesta a la Palabra. Meditación
¿Cómo me relaciono con los demás en casa y en familia, en el trabajo con los compañeros, en la comunidad con los hermanos y hermanas? ¿Cómo son mis diálogos interiores con relación a ellos?
4.- Orar la Palabra
Mírate al espejo para verte, cómo eres.
El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio (Papa Francisco).
5.- Contar al mundo la nueva manera de vivir. Testigos.
Intenta vivir en tu corazón los «latidos» del corazón Cristo en este año del centenario de la consagración al Sagrado Corazón de Jesús.
Mas esta alegría de que se entiendan las virtudes de las hermanas es gran cosa, y cuando viéremos alguna falta en alguna, sentirla como si fuera en nosotras y encubrirla (5Moradas 3,11).
Pedro Tomás Navajas, ocd