Motivación
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La Lectio Divina es una fuente de vida. Escuchamos a Dios para tener un corazón como el de Dios. Dios siempre está llamando. Puede que en nuestro corazón haya muchas llamadas perdidas.
Invocación al Espíritu
Ven Espíritu Santo. Prepara nuestro interior para acoger la Palabra de Dios. Silencia nuestra mente para recibir su Luz. Fortalece nuestra voluntad para hacerla vida.
A la espera de la Palabra. Con la lámpara encendida
Jesús está subiendo a Jerusalén. Último milagro de sanación. Se detiene para curar. Es a lo que ha venido: El hijo del Hombre vino para servir (Mc 10,45). Tras los anuncios de su pasión, se encuentra con el ciego. Destaca la humanidad y la llamada (tres veces se repite la palabra llamar). Estamos ante una historia de fe, una catequesis. Los discípulos se resisten a comprender y seguir a Jesús; un mendigo ciego sabe responder a la llamada del Señor.
Proclamación de la Palabra: Marcos 10,46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más:
«Hijo de David, ten compasión de mí».
Jesús se detuvo y dijo:
«Llamadlo».
Llamaron al ciego, diciéndole:
«Ánimo, levántate, que te llama».
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
«¿Qué quieres que te haga?».
El ciego le contestó:
«“Rabbuní”, que recobre la vista».
Jesús le dijo:
«Anda, tu fe te ha salvado».
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Canción: Bartimeo, el ciego de Jericó. Rafael María León (ocd) CD: Amigos de Orar, nº 24
1. Fecundidad de la Palabra
Al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente. Último viaje de Jesús hacia Jerusalén (Jericó está a veinticinco kilómetros de Jerusalén). Ha pasado la noche como peregrino en Jericó, una ciudad muy antigua, de agua y palmeras, muy próxima al Jordán y al mar Muerto. No deja de enseñar por el camino con palabras y obras A diferencia de Israel, la meta de Jesús no es Jericó sino Jerusalén. El Jesús de san Marcos es el Jesús de la Pasión.
Un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo). Descripción de la situación. Quizás ambos eran conocidos en la iglesia primitiva. Era mendigo ciego. Dependía de la ayuda de otros. No podía ir a la Pascua, algo obligatorio para todo judío mayor de doce años. Marcos no suele nombrar a los beneficiarios de milagros: sólo a Jairo y a Bartimeo. Ninguno más es descrito con tanto detalle.
Estaba sentado al borde del camino. Está al borde del Camino. No puede participar en la procesión de gente que acompaña a Jesús. ¿Será un discípulo que se ha quedado paralizado en el seguimiento? Está en su lugar de trabajo para captar limosnas de los ricos que van a Jerusalén y quieren ganar méritos dando limosna. Depende de estas peregrinaciones. Está al borde del camino, donde cae el mensaje y no da fruto. No hay seguimiento.
Al oír que era Jesús Nazareno empezó a gritar. Percibe que pasa un peregrino especial, Jesús, de quien había oído hablar. Comienza a gritar. Está ante una oportunidad única. Persevera en la petición. La rutina de aquel ciego se rompe cuando pasa Jesús. Donde está Jesús siempre pasan cosas. Se toma en serio lo de escuchar, no como Herodes (ver Marcos 6,14-16). Bartimeo no permanece como el discípulo inmóvil que sabe de todo sobre Dios, pero no da pasos significativos en la vida. La escucha lo agita.
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Los padres del Desierto llaman a esta oración la oración de Jesús. La repetían con los labios hasta que la decía el corazón (Peregrino ruso). Es el grito que provoca, al paso de Jesús, una herida de amor. Contraste: la confesión de Pedro (Mesías glorioso sin cruz) y la de Bartimeo (cree más en Jesús que en las ideas que tenía de Jesús). Un ciego mendigo ha comprendido más que los doctores. Israel está ciego y un ciego ve. Encuentra oposición, pero no calla. Sea Dios conocido un poquito más y gríteme todo el mundo (Santa Teresa).
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Jesús escucha el grito del ciego, se para y manda llamarlo. Se conmueve ante la necesidad. Es la primera vez que Jesús se detiene (v. 49) en todo el evangelio, donde siempre le vemos en permanente movimiento. Jesús distingue las voces. Entre tanto ruido oye la voz del mendigo. Los oídos de Jesús escuchan a los marginados: La mujer con la hemorragia (5,25-34), el endemoniado geraseno (5,1-20), los enfermos de Genesaret (6,53-56), la mujer siro fenicia (7,24-30), el ciego en Betsaida (8,22-25), el niño con un demonio (9,14-29), niños pequeños (10,13-16), y ahora, al ciego mendigo.
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Un grupo o dos grupos. Uno manda callar, otro anima. No te muevas, muévete. Ante el grito del ciego. Jesús cuenta con otros. Jesús apuesta por el hombre, aun cuando en este no haya casi nada; así muestra su amor por nosotros. Bartimeo es el último al que Jesús llama antes de entrar en la fase final de su ministerio.
«Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús». Atención a los verbos: soltar, dar un salto, acercarse. El manto era lo único que tenía. El manto recogía las monedas y por la noche abrigaba. Dio un salto: algo inaudito para un ciego, pues los ciegos van palpando el suelo; su apoyo es Jesús. Se acerca a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». Los hijos del Zebedeo responden a la misma pregunta con la ambición (Mc 10,36). Bartimeo no quiere limosna, quiere recobrar la vista para estar con Jesús. Como a Bartimeo, Jesús nos pregunta a cada uno de nosotros ¿qué quieres que haga por ti? Diálogo directo con Jesús. Jesús desea hacer todo por nosotros, si le dejamos. Ahora sabemos qué es lo que hay que pedir y qué no. Jesús siempre escucha.
El ciego le contestó: «Rabbuní», que recobre la vista». Lo llama Mi Maestro con una nota de confianza y comunión. Quiere recobrar la vista para estar con Jesús. En la respuesta evidencia su fe. Pedía limosna, pero ahora pide ver.
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. No hay contacto físico. Su curación es fruto de su fe. Jesús lo envía, le anuncia la salvación, exalta su fe. Lo deja todo y sigue a Jesús. Entra en la ruta del camino de la cruz sin más peros: al instante… le siguió por el camino.
2. Meditación. Respuesta a la Palabra
¿Qué te dice a ti esta palabra que acabamos de escuchar? ¿Cómo entiendes lo de estar sentado al borde del camino? ¿Descubres la llamada de Jesús? ¿Qué dejas para seguirle? Imagina que Jesús te está preguntando ahora: «¿Qué quieres que haga por ti?» ¿Qué le dices? El ciego, inmediatamente, sigue a Jesús por el camino. ¿Cuál es tu confianza en el Señor? ¿Cómo es tu seguimiento?
3. Oración. Orar la Palabra
Oración repetitiva: Señor, Jesús, ten compasión de mí.
Dadnos, Señor, luz; mirad que es más menester que al ciego que lo era de su nacimiento, que este deseaba ver la luz y no podía. Ahora, Señor, no se quiere ver. ¡Oh, qué mal tan incurable! Aquí, Dios mío, se ha de mostrar vuestro poder, aquí vuestra misericordia (Santa Teresa, Exclamación 8,2). Canción: El ciego de Jericó.
4. Acción: Contar al mundo la nueva manera de vivir.
Esforcémonos por seguir con las obras a aquel Jesús que conocemos con la inteligencia. Observemos hacia dónde se dirige el Señor e, imitándolo, sigamos sus pasos (San Gregorio Magno).
Pedro Tomás Navajas (ocd).