Podcasts orantes en el año de la oración

Hoy nos acompaña Teresa Gárriz, miembro del Instituto Nuestra Señora de la Vida, fundado por el Padre María Eugenio del Niño Jesús. Nos va a hablar de lo que era la oración para el Padre María Eugenio.

Montse:

Aquí estamos en este año de la oración, querido por el Santo Padre, para preparar el próximo Jubileo de la Redención. ¿Qué nos puede aportar el padre María Eugenio en el camino de la oración?

Teresa:

Pues el padre María Eugenio es un padre carmelita francés. Y como carmelita, es un enamorado y promulgador de la oración.

Cuando entró en el Carmelo, acababa de ser ordenado sacerdote, y pudo profundizar en su vida de oración. Para él, la oración es el modo normal para todos de relacionarnos con nuestro Padre Dios, porque como él decía: “Dios tiene siempre la puerta abierta para dejarnos entrar en él por el camino de la oración”. A un Dios que tiene siempre la puerta abierta, solo se le puede amar, y estar agradecidos. Si no entramos es porque no queremos, porque él siempre quiere.

Montse:

¿Y entonces, qué es para él la oración? Explícanos.

Teresa:

Pues para el padre María Eugenio, la oración es un contacto con el Dios vivo que siempre reacciona estremeciéndose y dándose a sí mismo.

Le encantaba el pasaje del Evangelio de la Hemorroisa, que en medio de la muchedumbre le toca el manto y Jesús se estremece.

Montse:

¿Se estremece?

Teresa:

Sí, se estremece enseguida, notando que muchos le tocan, pero una le toca con fe. Y al instante queda sanada. El contacto con Dios en la oración por la fe tiene para él el mismo efecto: Dios se estremece y se da a sí mismo. Nos da su amor, que es el único que sana y llena.

Montse:

Entonces este pasaje bíblico para él era fundamental, ¿no?

Teresa:

Sí, era fundamental para saber qué pasa en la oración cuando se tiene fe.

Y nos decía que teníamos que tener fe en nuestra fe, que siempre alcanza a Dios, aunque no sintamos nada.

Montse:

Y él, que es padre carmelita, ¿cómo hizo suyas las enseñanzas de los Santos del Carmelo sobre la oración? Vamos a empezar, por ejemplo, con Santa Teresa…

Teresa:

Pues desde que entró en el Carmelo estuvo fascinado por la oración. En el noviciado, decía: “La oración es como el sol y el centro de todas las ocupaciones del día. Por la noche, tengo la impresión de que es lo único importante que he hecho durante el día, porque encuentro todo y a todos en Jesús, y así puedo serles más útil.”

De Santa Teresa retiene sobre todo la oración como relación de amistad, de amor. Es una toma de contacto con Dios alimentada por el amor. La oración es el encuentro amoroso de la persona humana con Dios, es el encuentro de dos amores: el amor inmenso de Dios y el pobre amor del hombre.

Es un acto de todo nuestro ser que se orienta hacia Dios para encontrarse con él, que siempre nos está esperando como el padre de la parábola. Ya sabes cómo termina la definición de la oración de Santa Teresa: “…estando muchas veces a solas con quien sabemos nos AMA”.

Montse:

¡Cómo lo ha profundizado!… Y ahora San Juan de la Cruz. ¿Qué aprendió de San Juan de la Cruz?

Teresa:

Pues de San Juan de la Cruz aprendió a orar, como hemos dicho antes, haciendo actos de fe. Nos decía que la oración era una sucesión de actos de fe. Había aprendido con él que la fe es el medio para que el alma se una con Dios, que la fe alcanza verdaderamente a Dios. Porque no llegamos a Dios con nuestra inteligencia, pues entre nuestra inteligencia y Dios hay una distancia infinita. Y la fe nos permite franquear esa distancia infinita que nos separa de Dios. Y aunque de noche, sabemos que tocamos a Dios, y que Dios se da, se derrama.

Tenía una imagen muy bonita y convincente. Decía: Dios es una hoguera, un fuego. Es fuente, es océano. Si meto la mano en el fuego, me quemo. Si meto la mano en el agua, me mojo. Lo mismo pasa en la oración: si me acerco a Dios, Dios necesariamente hará algo en mí. Lo que recibo en el contacto que tengo con Dios por la fe es la vida divina, la vida de Dios, es decir, el amor.

Montse:

¿Y de Santa Teresita qué aprendió?

Teresa:

De Santa Teresita aprendió a creerse de verdad que somos hijos de Dios. Y que nuestra relación con él tiene que ser la de un niño que espera todo de su padre, sabiendo que nuestra pobreza no es un obstáculo, al revés. Nuestra pobreza es nuestra riqueza, pues obliga a Dios a venir en nosotros, a llenar el vacío inmenso que le ofrezco.

Es un encuentro oscuro, pero seguro.

También aprendió a esperarlo todo de Dios. Aprendió la confianza, que es la esperanza impregnada totalmente de amor. En la oración, se trata de saber utilizar nuestra pobreza, de permanecer ante Dios como un niño, aprender a transformar nuestras debilidades, y hasta nuestros pecados, en recipientes de misericordia.

Santa Teresita nos invita a tener una confianza ciega en la misericordia divina. Solo los brazos de Jesús, el ascensor de Teresita, son capaces de hacernos llegar hasta Dios. Solo la fuerza de Dios puede llevarnos hasta él.

Tenemos que dar prioridad a la acción de Dios, decía el padre María Eugenio. Abandonarnos, confiar hasta la audacia, porque de Dios se alcanza tanto como se espera.

Todos somos hijos pródigos, pero cualquiera que sea el abismo de miseria en el que estemos metidos, siempre, siempre se abre ante nosotros el abismo de la misericordia, si le llamamos…

Esta invencible confianza en Dios es la que da la paz. Y esa paz es la que experimentó el publicano de la parábola, cuya humildad tocó el corazón de Dios.

Montse:

Entonces, con Santa Teresa tenemos que profundizar en nuestra amistad con Dios. Con San Juan de la Cruz, creer en nuestra fe. Y con Santa Teresita estar viviendo con una confianza infinita…

¿Algo más nos quieres decir del padre María Eugenio?

Teresa:

Pues bueno, podríamos terminar hablando un poco del lugar tan importante del Espíritu Santo en la vida y en la oración del padre María Eugenio. Porque el reto de la oración es el poder permanecer orando, el durar en la oración, sobre todo cuando no siento nada.

Y es aquí donde interviene el Espíritu Santo, que es el gran Amigo del padre María Eugenio. Como dijo San Pablo, creo que a los romanos, el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, en ayuda de nuestra inquietud y de nuestras distracciones ¡tan numerosas!…

Por eso el padre María Eugenio nos enseña a llamar al Espíritu Santo en esas ocasiones para ofrecerle nuestras dificultades. Estamos seguros de que el Espíritu Santo está siempre en nosotros, porque somos templo del Espíritu Santo.

Y el padre María Eugenio nos invita a que estemos nosotros siempre con él. Nos invita a ir a menudo a su encuentro, a buscar al Espíritu Santo en nuestro interior, porque él nos dará la paz. Está en nosotros y es nuestro Amigo. Está en nosotros y es el arquitecto, el que construye la iglesia y el que nos hace santos.

Por lo tanto, tenemos que colaborar con él llamándole sin cesar en la oración. Es lo que nos propone el padre María Eugenio.

Montse:

Muchas gracias, Teresa. ¡Ya tenemos un camino que andar para este año del Jubileo!

Teresa:

Muchas gracias a vosotros.

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