Pentecostés es la fiesta «del Espíritu»: del Espíritu de Jesús, del Espíritu en la Iglesia, del Espíritu de todo bautizado, del Espíritu en el mundo. Por eso cierra el ciclo pascual de los 50 días.
La Iglesia en sus comienzos estrena la fiesta del Espíritu Santo. La alegría, o sea el Espíritu, está presente en la comunidad primitiva: los discípulos, las mujeres y, entre ellas, María la Madre de Jesús están llenos de Espíritu Santo. Todos hablan y entienden el lenguaje del amor. Y la Iglesia comienza el anuncio, su misión ante la humanidad.
Jesús regala el Espíritu, “exhaló su aliento sobre ellos”, repite el gesto primordial del Creador que alienta sobre el barro del primer ser humano y le da vida. Así ahora, el Espíritu brota de la boca de Jesús para dar vida nueva a nuevas criaturas, a una nueva creación.
La nueva humanidad. Donde está el Espíritu no hay distinciones, ni clases de personas, ni élites. El Espíritu a todos comunica su fuerza, su ánimo; en torno a El surge la nueva condición humana del amor. La plenitud del Espíritu nos va haciendo tomar conciencia de que somos una nueva creación, una nueva humanidad, de que somos consagrados en la verdad y en la libertad.
“Espíritu Santo, en Ti se nos ofrece descubrir esta realidad sorprendente: Dios no crea en nosotros ni el miedo ni la angustia, Dios no puede más que amarnos.
Espíritu Santo, para cada uno de nosotros tienes una llamada, concédenos buscar, descubrir, lo que esperas en cada uno de nosotros” (Roger de Taizé).
Oración
¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro;
¡Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro!¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado!,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has trocado.¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores,
calor y luz dan junto a su querido!¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!
Amén.(San Juan de la Cruz)