Domingo XVII del tiempo ordinario

Lectura orante del Evangelio: Mateo 13, 44-52

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de quienes se encuentran con Jesús. Aquellos que se dejan salvar por él son libres del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría (Papa Francisco).

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo.

Jesús está con la gente, sale cada día a los caminos. Comunica su secreto hablando con sencillez de las cosas que todos conocen. En torno a él se respira novedad. Contagia gozo. Deja intuir que el reino está cerca y que es capaz de cambiar la vida. El reino está al alcance de todos, de afortunados e inquietos. No hay que ir lejos a buscarlo porque está escondido en el corazón. Su descubrimiento es algo novedoso y sorprendente, que llena de alegría a quien lo encuentra. El tesoro escondido en el campo es Jesús mismo, el reino se hace presente en él. La oración sabe mucho de estas búsquedas y encuentros.
El mayor tesoro de la vida es encontrarte, Jesús. No permitas que nadie nos robe esta alegría.   

El que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

Así reaccionan los que encuentran a Jesús de forma inesperada en las tareas cotidianas. Así responden los que hacen el descubrimiento del proyecto fascinante del reino. Inmediatamente se dan cuenta del valor incomparable de lo que han encontrado, y están dispuestos a perder todo con tal de tenerlo. Cuando encontramos personalmente a Jesús quedamos fascinados, conquistados, y es una alegría dejar nuestro acostumbrado modo de vivir, tal vez árido y apático, para abrazar el Evangelio, para dejarnos guiar por la lógica nueva del amor y del servicio humilde y desinteresado (Papa Francisco).
Gracias, Jesús.   

El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas.

Para algunos el encuentro con Jesús es algo esperado, deseado, buscado por largo tiempo: buscando mis amores iré por esos montes y riberas… La actitud de búsqueda es la condición esencial para encontrar. Jesús es la perla de gran valor. Se ofrece gratuitamente, se deja encontrar por quien lo busca. A nosotros nos toca aprovechar la ocasión, tomar la decisión de comprar la perla y ponerla en el centro de nuestro corazón. La presencia de Jesús, en el aquí y ahora de nuestra vida, es lo que nos da la fuerza para venderlo todo, es la alegría para anunciar que hemos encontrado mucho más de lo que esperábamos.
Gracias, Jesús. Tu perla nos fascina.  

Al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.

Jesús se ofrece como el mejor de los dones, no se impone, espera ser acogido con alegría. La grandeza de su don altera los cálculos de la persona, hace posible la radicalidad de la respuesta. Cuanto más recibimos de él, más nos brota el deseo de darnos del todo, de amarlo con todo el corazón. El don de su reino nos enamora. Que Jesús, la mejor de las perlas, quiera vivir con nosotros y ser nuestro amigo, nos hace entender lo poco que dejamos y hacemos por él. Jesús es la gracia y espera que lo agradezcamos sirviendo a los más necesitados.
Gracias, Jesús. Siempre, gracias a ti.  

Gozosos de haber encontrado la perla preciosa en la Virgen del Carmen. CIPE – Julio 2020

DOC. PDF. Domingo XVII del tiempo ordinario. Lectura orante del Evangelio: Mateo 13, 44-52

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